LONDRES, 23 de marzo de 2002 (ZENIT.org).- Hace sólo unos años la “Tercera Vía” era un de los temas principales de las lumbreras políticas y de los foros internacionales. Designado como una tierra de nadie entre el socialismo y el “fundamentalismo” del libre mercado, atrajo el interés de personajes como Bill Clinton o Tony Blair.
Hoy parece que ya no está de moda. Los medios de comunicación en general, por ejemplo, dieron escasa cobertura a una reciente reunión de líderes políticos que se reunieron para discutir precisamente sobre la “Tercera Vía”.
Del 22 al 23 de febrero, once jefes de Estado y de gobierno se encontraron en Estocolmo para intercambiar “experiencias prácticas de políticas progresistas para aprender unos de otros y crear nuevas estrategias progresistas sobre temas globales y nacionales”, en palabras de los organizadores.
Bajo el actual nombre de Network for Progressive Governance, este grupo convocó en años pasados reuniones de mayor eco en la opinión pública en Nueva York, Florencia y Berlín.
Entre los participantes de esta edición se encontraban presidentes de Estado (Aleksander Kwasniewski de Polonia, Fernando Henrique Cardoso de Brasil, Thabo Mbeki de Sudáfrica, y Ricardo Lagos de Chile), primeros ministros (Jean Chrétien de Canadá, Tony Blair del Reino Unido, y Lionel Jospin de Francia) y un canciller, Gerhard Schröder de Alemania.
La declaración final de la cumbre declaraba: “Compartimos la convicción de usar el poder del gobierno para mejorar las vidas de la gente, fomentar una sociedad justa y una economía dinámica, y asegurar que las poderosas fuerzas de la globalización sirvan a las necesidades de muchos, no de pocos”.
El documento continuaba enumerando algunos principios que deberían guiar las acciones de los “gobiernos progresistas”. En cuanto a política económica, abogaba por la “la disciplina y la capacidad económica”, como condición para la justicia social; la creación de puestos de trabajo; y la reforma de los servicios públicos, incluyendo la apertura a la participación del sector privado.
En el campo social, los líderes afirmaron su voluntad de proporcionar oportunidades educativas; tomar una postura firme contra el crimen; y “gobernar inclusivamente” proporcionando iguales oportunidades a hombres y mujeres.
En cuanto a la esfera internacional, el comunicado hablaba de “una perspectiva global y una postura multilateral”. La globalización se debería caracterizar por la diversidad cultural y la promoción de la democracia y los derechos humanos, afirmaban. También anunciaron su resolución de reducir las desigualdades globales, aumentar la ayuda a las naciones más pobres, y apoyar unas “Naciones Unidas reformadas”.
Pero este viento no ha sido capaz de empujar las velas del intento progresista por encontrar una nueva ideología, constataba el Financial Times, el 23 de febrero. Una comparación con la última reunión de gobernantes progresistas, en junio del 2000, muestra cómo ha disminuido el número de sus representantes en los gobiernos, a causa de la pérdida de las elecciones en Estados Unidos, Italia y Argentina. Además, tanto el presidente de Corea del Sur, Kim Dae-Jung, como el primer ministro griego, Costas Simitis, declinaron la invitación.
El rechazo de la invitación se debió sobre todo a la dificultad de proponer una plataforma aceptable a países con tradiciones políticas muy diferentes. Desde el comienzo, ha habido tensiones entre la rama anglosajona de Tony Blair y Bill Clinton, y los líderes continentales europeos, especialmente con el primer ministro francés, Lionel Jospin.
Como explicaba Antony Giddens, uno de los principales ideólogos de este movimiento en la introducción de su libro del 2001 “The Global Third Way Debate”, los desacuerdos se extienden incluso al nombre. Mientras Blair y Clinton eran partidarios de la “Tercera Vía”, la expresión nunca logró popularidad en la Europa continental.
La Tercera Vía fue concebida originariamente como una alternativa a los conceptos del socialismo tradicional y del fundamentalismo del libre mercado, caracterizados por las era de Reagan y Thatcher.
La primera vía, basada en un control gubernamental de la economía, fue descalificada de manera aplastante por la experiencia soviética, e incluso por la China marxista, que ha abrazado la economía de mercado.
La segunda alternativa, descrita por Giddens como neoliberalismo o fundamentalismo de mercado, no es aceptable debido a su inestabilidad económica y a las desigualdades que genera.
Si bien queda claro contra quién se opone la Tercera Vía, no es tan fácil definir qué es lo que propone. En consecuencia, las reuniones de los últimos años se han reducido a una serie de principios generales, que en la práctica dejan a los líderes políticos la acción concreta.
¿En qué cree la Tercera Vía?
La naturaleza amorfa de esta filosofía de fue destacada por un debate reciente en la Cámara de los Comunes británica. Durante la sesión de preguntas un miembro laborista del parlamento, Tony McWalter, pidió a Blair “una caracterización resumida de la filosofía política que defiende y una definición de la base de su política”.
La pregunta parecía bastante inocente, pero cogió fuera de juego al primer ministro. Según el Guardian del 28 de febrero, la pregunta dejó a Blair entre sorprendido y apurado. Al final, balbuceó una respuesta, precisando que el gobierno está empeñado en reconstruir el sistema de salud.
El primer ministro sufrió otro apuro la pasada semana, cuando se dirigió a un grupo de académicos en la Escuela de Economía de Londres. “¿Hay una base de creencias que nos sostiene?”, preguntó al inicio de su discurso. Extrañamente, dio la impresión de no responder en ningún momento a su propia pregunta.
Blair comenzó con una crítica feroz de los años de Thatcher y de los “valores conservadores de elitismo e individualismo elitista”. Pero su exposición de la posición del Partido Laborista no fue más allá de una lista de logros: una economía fuerte, la prohibición de armas, la influencia de Gran Bretaña en el mundo, etc.
En cuanto al futuro, Blair habló de una “tercera fase del Nuevo Laborismo”. Su descripción de esta fase se convirtió en una especie de lista de deseos: “llevar a cabo reformas, una mejora sostenida de la productividad y de la empresa, readaptar el sistema de justicia penal, reformar el sistema de bienestar que recorta incluso los beneficios, completar la reforma de la Cámara de los Lores, que Gran Bretaña ocupe el lugar que le corresponde en el corazón de Europa, diseñar el plan para África», pero no especificó claramente lo que es ese “conjunto de creencias”.
Un editorial del Financial Times del 13 de marzo fue bastante brutal. Titulado “Bla… bla… Blair”, caracterizó los intentos del primer ministro de explicar la filosofía de su partido como “retórica vacía y llena de viento”.
Sería injusto ensañarse con Blair como único líder de centro izquierda que no tiene certeza de sus principios ideológicos. Ad Melkert, líder del partido laborista danés, publicó un artículo el 5 de marzo en el Financial Times explicando hacia donde debería dirigirse Europa.
El texto se centraba en las reformas económicas y en los servicios públicos. Melkert rechazaba la posición de un “gobierno más ligero” pero, al mismo tiempo, insistía en proveer mejores servicios y crear “un clima atractivo para la inversión privada”.
De estas declaraciones se desprende un rechazo sistemático de la ideología extremista de libre mercado, combinado con propuestas moderadas de reformas marcadas por deseos de ganar respaldo público. No aparece, sin embargo, una posición filosófica claramente delineada.
Ocupar el cen
tro es el objetivo principal del momento en política. Está claro que lograr el poder es necesario para solucionar los desafíos. Pero el Network for Progressive Governance corre el riesgo de diluirse en el pragmatismo y en el deseo de mantener una imagen atractiva ante el público, en vez de establecer un conjunto de valores como filosofía política contemporánea.