CASTEL GANDOLFO, 20 septiembre 2002 (ZENIT.org).- Juan Pablo II considera que la «pasión mística» propia de la vida monástica constituye una profunda respuesta a los «paraísos artificiales» que promete el mundo de hoy.

Así lo reconoció el pontífice al encontrarse este jueves con 220 abades y abadesas de la Orden Cisterciense de Estricta Observancia que celebran en Roma su capítulo general del 4 al 24 de septiembre.

El pontífice recordó que «desde sus inicios, los cistercienses se caracterizaron por una "pasión mística'" mostrando cómo la búsqueda sincera de Dios, a través de un itinerario ascético, lleva a la alegría inefable del encuentro esponsal con Él en Cristo».

«Esta elevada espiritualidad conserva todo su valor de testimonio en el contexto cultural actual que demasiado a menudo, incentiva el deseo de bienes falaces y de paraísos artificiales», continuó diciendo el Santo Padre.

Por eso, invitó a los hijos e hijas de la familia surgida con san Benito en el siglo VI a «dar testimonio del alto ideal de santidad cuyo compendio es un amor incondicional hacia Dios y, como reflejo, de un amor que en la oración abraza místicamente a toda la humanidad».

En nombre de la Iglesia, el obispo de Roma dio las gracias a los hombres y mujeres cistercienses «porque del silencio de vuestros claustros sube al cielo una oración incesante por su ministerio y por las intenciones y las necesidades de toda la comunidad eclesial».

En particular, recordó a los siete monjes de Notre Dame d'Atlas, asesinados en Argelia en 1996 por grupos islámicos armados, y exhortó a los cistercienses a no dejarse «descorazonar por las pruebas y dificultades, por muy dolorosas que sean».

Deseó que la sangre derramada de los mártires «sea la semilla de vocaciones santas y numerosas para vuestros monasterios en Europa, donde se nota más el envejecimiento de las comunidades de monjes y monjas, y en otras partes del planeta donde la urgencia es otra, la de asegurar la formación de los aspirantes a la vida Cisterciense».

En particular se refirió al crecimiento de la Orden «especialmente en el lejano Oriente», donde los monjes están «en contacto con tradiciones religiosas diferentes».

El Papa consideró, en este sentido, que «es necesario tejer un diálogo prudente y sabio para que en todos los lugares brille, en la pluralidad de culturas, la única luz de Cristo. Jesús es el sol resplandeciente de quien la Iglesia debe ser un reflejo fiel».

Según informan a Zenit fuentes cistercienses, el número de monasterios de esta familia religiosa se ha duplicado durante los últimos 60 años: de 82 en 1940 a 127 en 1970, y 169 al iniciar el siglo XXI.

En los años cuarenta había un solo monasterio de la Orden en África y ninguno en América Latina. Ahora hay 17 en África y 13 en América Latina. En Asia y el Pacífico había 6; ahora hay 23.

Sin embargo, en este mismo lapso de 60 años, el número total de monjes y monjas en la Orden Cisterciense de la Estrecha Observancia ha disminuido en un 15%, de tal manera que hay ahora un total de algo más de 2500 monjes y 1800 monjas, lo cual hace que el promedio en cada comunidad es de 25 miembros, menos de la mitad de tiempos anteriores.