El episcopado boliviano denuncia la corrupción y llama a construir una patria común

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Al finalizar su Asamblea Plenaria

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COCHABAMBA, 21 noviembre 2002 (ZENIT.org).- La situación de Bolivia, envuelta en múltiples crisis, exige que sus habitantes se sacudan la desesperanza, pongan sus ojos en Cristo, y se unan en la construcción de la patria dejando a un lado cualquier partidismo, considera el episcopado.

Así lo afirma en un mensaje divulgado este jueves al concluir la 75 Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal del país, celebrada en Cochabamba.

Además, los obispos de Bolivia anunciaron la Pastoral «El agua: don de Dios y fuente de vida para todos», elaborada durante la reunión, e invitaron a «asumir e impulsar con gozo y valentía la puesta en marcha» de dicha carta, cuyo tema es «importante y vital para nuestro país y el mundo».

La realidad actual del país refleja «la escandalosa desigualdad entre los que despilfarran y los que no tienen lo indispensable, el creciente desempleo, la injusta distribución de la tierra», todo ello en un entorno de inseguridad y disgregación familiar, constataron los obispos bolivianos.

Hay que añadir –recordó el episcopado– la falta de respeto a la vida humana –que se traduce en violaciones, abortos, asesinatos y linchamientos–, y la corrupción generalizada, que desemboca, entre otras consecuencias, en la «mala utilización de los recursos de la condonación de la deuda externa y en la imposibilidad de ejercer eficientemente el control social».

El rechazo a Dios causa estos sufrimientos: «le decimos no a Dios, no queremos cumplir su voluntad en nuestra vida personal y en la convivencia social. Adoramos a los ídolos de todos los tiempos: poseer, placer y poder», explicaron.

Por otro lado, al no reconocer que Dios es el único dueño del universo –subrayaron los obispos bolivianos–, «nos apropiamos egoístamente de las cosas de este mundo excluyendo injustamente a los demás».

Una situación así sólo puede conducir a la desconfianza, a la intolerancia y al desánimo, actitudes –advierten los prelados– que paralizan toda iniciativa de solución de los problemas

Una crisis con salida
La liturgia de Adviento recuerda que la liberación prometida por los Profetas en el Antiguo Testamento llegó en Jesús por unos caminos muy distintos de los que esperaba Israel, explican los obispos: «Él inaugura el Reino de Dios, que colma la esperanza del pueblo, anunciándolo con sus palabras y cumpliéndolo en su vida».

«…Estad siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza» (1Pe 3, 15), invita el mensaje del episcopado: «elevando la mirada a Cristo, sigamos su ejemplo y pongamos en Él nuestra esperanza para salir de la situación de crisis y estancamiento y demos razón de nuestra esperanza viviendo la compasión, la misericordia y el amor».

¿Cómo se puede llevar a cabo esta tarea? Siendo solidarios con los pobres y todos los necesitados en general –propone el episcopado–, y construyendo una patria común con trabajo, honradez, justicia y espíritu de conciliación.

Los prelados también hicieron un llamamiento al compromiso para conseguir una educación de calidad, atención médica que reduzca la mortalidad en la población, salarios justos, mejores vías de comunicación, electricidad para todos y acceso equitativo a la tierra y al agua.

En opinión de los obispos bolivianos, el cumplimiento de las promesas electorales, la lucha contra la pobreza y la erradicación de la corrupción son factores necesarios para salir de la crisis.

Además, conscientes de la realidad de la globalización y de la necesidad de integración de los países de América, el episcopado pidió que «se busque que estos mecanismos y acuerdos ayuden a superar la pobreza, vencer la corrupción y servir a la dignidad de la persona y al bien común».

Finalmente, alentando a dar testimonio transparente y valiente del Evangelio, los obispos quisieron recordar a los desanimados los dones que Dios ha dado a Bolivia: «sería pecado de ingratitud y negligencia no hacer producir y compartir equitativamente entre todos las riquezas encerradas en nuestra tierra y nuestro subsuelo, en nuestros nevados y ríos, en nuestros animales, plantas y bosques».

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ZENIT Staff

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