PUNTA DE TRALCA, 26 noviembre 2002 (ZENIT.org).- La Conferencia Episcopal de Chile acaba de concluir en Punta de Tralca una asamblea plenaria decisiva para la historia de la Iglesia en el país. El cardenal Francisco Javier Errázuriz, arzobispo de Santiago y presidente del episcopado, explica en esta entrevista concedida al portal http://www.iglesiachile.org.
–En estos momentos de dificultad que ha vivido la Iglesia, ¿cómo se siente usted, como padre y pastor?
–Cardenal Errázuriz: Bien, en el sentido de que uno con el tiempo ya no reacciona simplemente a lo que está pasando o a tal sufrimiento o a tal molestia.
Uno trata de reposar más en Dios y seguir los caminos que Él va indicando, confiando mucho en la Providencia Divina y en que Dios mismo en cada momento, aun cuando permite cosas que son muy duras, espera sacar de eso un bien que es mucho mayor. Y entonces, uno vive más bien en la confianza en Dios que en los dolores por situaciones humanas que realmente son muy dolorosas pero que no alcanzan a imprimir su sello ni a amargar. Dios sabrá por qué permite, Dios sabrá por qué quiere. Reposando en su Paternidad yo creo que vamos bien.
–El año 2003 será el Año Vocacional, ¿cuál será la tarea de los encargados de animarlo?
–Cardenal Errázuriz: En cada diócesis existen ya comisiones encargadas del Año Vocacional. Es un programa muy ambicioso, porque por una parte quiere poner en pie la pastoral normal de las diócesis, y por otra parte dedicarse con especial interés –y el próximo año con gran dedicación– a despertar vocaciones, y no sólo a despertarlas, porque muchas veces hay vocaciones que están latentes y falta la oportunidad, falta el puente de contacto con el sacerdote y el joven encuentra al sacerdocio como el ideal que él quisiera asumir.
Nosotros nos hemos encontrado con la sorpresa que no hace mucho tiempo, cuando se hacían retiros para jóvenes que tal vez se estaban planteando la pregunta vocacional, asistían muy pocas personas y los mismos sacerdotes enviaban pocos jóvenes. Y ahora, este año, son más de 120 los muchachos que fueron a ese tipo de retiros en su primer grado y que con mucha libertad hablan de la llamada de Dios, preguntan a los seminaristas. Son gente muy cercana al Señor que tienen responsabilidad en sus grupos juveniles y que quieren decidir su camino futuro a la luz de los que Dios les pida.
Poco a poco hay puentes de acercamiento a los jóvenes. También, por ejemplo, algunos de estos retiros se hacen en el seminario. Llegan en la tarde del tercer jueves a compartir un poco en el seminario. Se acaba esa idea de que el seminario sea una isla muy lejana y muy distinta. Son jóvenes que han respondido la llamada del Señor junto a otros jóvenes que están buscando la respuesta adecuada a lo que Dios quiere.
Vamos a insistir mucho en la oración. Y el Santo Padre precisamente quiso que el próximo año fuese el año del Rosario. Qué mejor que conversar con la Virgen María sobre Jesús, y estar muy cerca de ella para saber cómo lo sigue uno a Él, y si es que lo va a seguir con la misma dedicación y entregándole todo el amor al pueblo de Dios. De repente se producen sintonías muy profundas y la Santísima Virgen tiene esa capacidad de despertar fibras del corazón muy hondas y de hacer que todos los caminos de Dios se puedan seguir cordialmente.
–¿Cuáles son los principales desafíos surgidos de la visita de los obispos a la Santa Sede para la marcha de la Iglesia y el trabajo pastoral en las diócesis?
–Cardenal Errázuriz: El desafío más difícil es, en vistas de todo lo que recibimos, poder entregar todo eso. Muchas veces mensajes del Papa necesitan un tiempo largo para ser asimilados. No ocurre esto inmediatamente.
Hay elementos muy claros en el mensaje del Papa. Uno de ellos se refiere a la globalización, y él ve que se podría quedar en un puro intercambio económico, olvidando la dimensión cultural. Nosotros tenemos una identidad propia cultural que está muy fuertemente impregnada por nuestra tradición cristiana. Es importante primero tomar conciencia de eso. En segundo lugar, ver que está a veces muy amenazada esa identidad, que ya las personas no quisieran hablar de perdón, algo tan propio del cristianismo, de generosidad, de pensar en el bien del otro, no sólo en el bien propio, en fin, digo las cosas más simples.
Y al mismo poder fomentarlo como lo están haciendo tantas familias que participan en Pastoral Familiar, jóvenes monitores de Confirmación, los que peregrinan a Auco, catequistas, poder cultivar eso muy intensamente de manera de ir gestando en la cultura que va a tener nuestro país y en lo posible con la impronta del cristianismo en este tercer milenio.
El Papa nos dice que nosotros seamos capaces, aun, de entregar a las demás naciones aquellos elementos tan valiosos de nuestra propia cultura.
También el Papa nos habla largamente sobre la relación con los sacerdotes, que nosotros nos preocupemos de ellos, que tengamos la cercanía del Buen Pastor, que nos preocupemos de su formación permanente en los mas distintos ámbitos: teológico, pastoral, espiritualidad, de doctrina social de la Iglesia. El Papa en realidad desde hace mucho tiempo insiste en que nosotros como obispos tenemos que ser hermanos y pastores al mismo tiempo. Sentir muy fraternalmente lo que les ocurre. Es una vida tan dedicada, de tanta renuncia, de tanta entrega, que muchas veces faltan las personas amigas, la conversación, el intercambio, y sobre todo en las cosas más propias del Ministerio, cómo es el acompañamiento espiritual, qué se vive cuando las personas logran abrir su existencia, mostrar problemas, cómo ayudar mejor. Se necesita un intercambio muy hondo también sobre la relación profunda con Nuestro Señor, con la Virgen, aun hablar de los santos, en fin, de tantas cosas. El Papa nos recalca eso y termina diciendo que el testimonio de una vida sacerdotal muy fecunda, muy gozosa, va a ser la primera señal para alguien que va camino al sacerdocio. Le va a interesar este testimonio, va a querer seguir por el mismo camino, irradiar la misma alegría, eso es tan importante.
Y otra experiencia grande de nuestra peregrinación a Roma fue el sentido de la fraternidad. Vivíamos en la misma casa, cosa que no nos ocurre en Chile a tantos kilómetros de distancia, nos encontramos pocas veces acá. Allá, en un tiempo más prolongado, estuvimos compartiendo temas para nosotros muy importantes, dialogando con colaboradores muy cercanos del Papa, y teniendo la experiencia tan hermosa del Papa en su casa, en su mesa, dialogando con nosotros, preguntando, y con mucho conocimiento y recuerdo de lo que es Chile. Cuando hablamos de las peregrinaciones y hablamos de aquéllas que conducen a Auco y al santuario del Padre Hurtado, de repente miró y dijo. «Bueno… y a Laurita Vicuña…». La recordaba perfectamente.
Y por otra parte esa decisión total a llevar la cruz de Jesucristo a través de él por su edad, por sus enfermedades, por su dificultad de caminar, y gobernar la Iglesia con la Cruz a cuestas, por así decirlo, es un ejemplo tan hermoso. Son tantas las personas que cuando tienen enfermedades o achaques postergan todo, postergan hacer bien a los demás, hasta que no se mejoren. Pero el Papa es el ejemplo del que lleva la Cruz y desde ahí es bondadoso, hermano, guía espiritual. Es algo muy hermoso.
–¿Cuál es su mensaje hoy para aquellos creyentes que sostienen su fe en las personas y frente a hechos dolorosos como los recientes creen perder su fe o la sienten debilitada?
–Cardenal Errázuriz: Es un tema de la madurez de la fe. Nosotros creemos en Jesucristo, nosotros creemos en la Iglesia que Él fundó sobre los doce apóstoles, creemos que esa Iglesia es un misterio, vale decir, vive de su relación con Dios, es Él quien la alimenta, la conduce, q
uien inspira su Espíritu Santo a las distintas personas para que sean fieles a su voluntad, quien la mueve en el servicio a los demás, especialmente a los más necesitados.
Hay veces en las cuales la fe es débil y se apoya con fuerza en otras personas. Cuando es fuerte, se apoya en Cristo. Eso es lo más propio de nuestra fe. Cuando es débil puede tener a alguien muy cercano a quien admire, y si esa persona se llegara a caer, la persona dice «siento debilitarse mi fe o siento perder mi fe». Pero el gran desafío de este momento es ir a las raíces de nuestra fe: volver a las Escrituras, a la oración, a un encuentro muy hondo con el Señor, y en el cual, con mucha sinceridad cada uno se diga «pero si yo tampoco soy la última maravilla del mundo, yo también fallo y en determinados momentos hago lo que yo no quisiera. Si a mí me pasa eso, por qué no le puede pasar a otra persona». Yo creo que ahí hay un llamado a una humildad personal, a un reconocimiento de quienes somos. Nosotros olvidamos que en la Iglesia los miembros de ella son hijos no sólo del amor de Dios, sino también del perdón de Dios. Hemos recibido su perdón tantas veces, y aun Dios Padre en Jesucristo quiso perdonar a la Humanidad, y por eso lo envió.
Eso tiene que ser una experiencia muy honda: no porque mi hermano sea pecador yo me escandalizo, me voy, lo aparto o lo rechazo. Si en mí vive Jesús, yo me acerco a Él, le expreso el amor del Padre, le ayudo a reencontrar su camino de Salvación. Como digo, hay niveles de profundidad en los cuales se puede vivir la fe. Todos estos problemas son un desafío para que nosotros profundicemos nuestra fe, sea mas fuerte en el seguimiento de Jesús y en hacer su voluntad y las cosas que Dios nos dice.
–¿Cómo podemos iluminar este desafío que los obispos plantean en este tiempo de Adviento que se aproxima?
–Cardenal Errázuriz: Precisamente en situaciones difíciles el anhelo de un encuentro con el Señor es muy hondo. Nosotros fuimos creados para poder gozar un día en el cielo la presencia de Jesús, para poder gozar de su amistad, de su compañía, su verdad, de su alegría, de su paz y una y otra vez uno tiene la experiencia de lejanía. Por eso la Iglesia repite los ciclos de la liturgia.
Por una parte, hay este anhelo tan hondo, y por otra una profunda gratitud. «Gracias, Señor, porque Tú viniste a la tierra, gracias porque te acertarse a mi vida, porque te he encontrado, gracias porque he adorado tu presencia como Niño en tantos pesebres ante los cuales me he hincado alguna vez o ante los cuales he cantado un villancico de Navidad, gracias». Y por otra parte, «Señor, yo quiero que Tú sigas llegando, en el día a día, yo quiero que llegues profundamente a mi vida. Quero experimentar Tu mirada, Tu sonrisa, Tu palabra, lo quiero experimentar nuevamente, y por lo tanto me abro a Tu nueva llegada y también me abro a la llegada definitiva, ésa que va a colmar nuestra vocación de cielo».
Yo encuentro tan propia de la vida humana la esperanza, que es la característica de este tiempo de Adviento.