ROMA, 29 noviembre 2002 (ZENIT.org).- La obra de la Madre Teresa de Calcuta es imposible de comprender sin los fenómenos místicos que experimentó cuando tomó el sari y se echó a las calles a atender a los pobres entre los pobres, origen de la fundación de las Misioneras de la Caridad.
Estas locuciones y visiones fueron reveladas por al religiosa de origen albanés en una carta dirigida a monseñor Ferdinand Périer, arzobispo de Calcuta, a través de su director espiritual, el padre Celeste Van Exem, s.j.
Los pasajes de la misiva, fechada el 3 de diciembre de 1947, en los que se revela una conmovedora lucha interior, y al mismo tiempo la visión de todo lo que después sería su obra, han sido publicados ahora por el padre Brian Kolodiejchuk, m.c., postulador de la causa de beatificación, en un artículo aparecido en Zenit (28 y 29 de noviembre) y en la nueva página web dedicada a la causa ( http://www.motherteresacause.info).
La Madre Teresa de Calcuta en esos años trabajaba como religiosa de las Hermanas de Loreto, en Calcuta, pero en su oración Cristo le pide que salga a las calles a anunciarle a los abandonados de la India, y en especial, las muchachas.
«¿Cómo podría hacerlo? –se pregunta en horas de combate espiritual la religiosa–. He sido y soy muy feliz como religiosa de Loreto. Dejar lo que he amado y exponerme a nuevos trabajos y sufrimientos, que serán grandes, ser el hazmerreír de tantos, especialmente religiosos, adherir y elegir deliberadamente las cosas duras de una vida al estilo indio, la soledad y la ignominia, la incertidumbre, y todo porque Jesús lo quiere, porque algo me está llamando a dejarlo todo y a reunir algunas compañeras para vivir su vida, para hacer su obra en la India».
En sus oraciones y en particular en sus Comuniones, Jesús le pregunta constantemente, según ella misma explica en su carta dirigida al padre espiritual y al arzobispo: «¿Te negarás? Cuando se trató de tu alma no pensé en mí mismo, sino que me entregué libremente por ti en la Cruz y ahora, ¿qué haces tú? ¿Te negarás? Deseo religiosas indias, víctimas de mi amor».
«Mi querido Jesús –responde Mary Teresa, como era conocida por su nombre de religión entonces–, lo que me pides va más allá de mis fuerzas. Puedo apenas entender la mitad de las cosas que deseas. Soy indigna. Soy una pecadora. Soy débil. Ve, Jesús, y busca un alma más digna y generosa que yo».
«¿Te da miedo ahora dar un paso más por mí, tu Esposo, por las almas? –les pregunta Cristo–. ¿Se está enfriando tu generosidad? ¿Soy el segundo para ti? Tú no has muerto por las almas. Por eso no te importa lo que pueda ocurrirles».
«Tu vocación es amar y sufrir y salvar almas y, dando este paso, cumplirás el deseo de mi Corazón para ti –insiste Cristo en la locución–. Te vestirás con sencillos vestidos indios, o mejor, como mi Madre se vistió, sencilla y pobre. Tu hábito actual es santo porque es mi símbolo. Tu sari será santo porque será Mi símbolo».
«Jesús, mi Jesús, no dejes que me engañe. Si eres Tú quien lo desea, dame una prueba de ello; si no, permite que [este pensamiento] abandone mi alma. Confío en ti ciegamente. ¿Dejarás que se pierda mi alma? Tengo tanto miedo, Jesús. Tengo mucho miedo», responde la futura Premio Nobel.
«No permitas que me engañe. Tengo tanto miedo –repite con insistencia–. Este temor me hace ver cuánto me amo a mí misma. Tengo miedo del sufrimiento que vendrá con el llevar una vida al estilo indio, vistiendo como ellos, comiendo como ellos, durmiendo como ellos, viviendo con ellos sin poder nunca en nada seguir mi voluntad. Hasta qué punto la comodidad ha tomado posesión de mi corazón».
Cristo la tranquiliza prefigurando lo que sería el futuro: «Deseo religiosas indias, Misioneras de la Caridad, que sean mi fuego de amor entre los pobres, los enfermos, los moribundos, los niños pequeños. Quiero que me acerques a los pobres y las hermanas que ofrecerán sus vidas como víctimas de mi amor me traerán estas almas. Tú eres, lo sé, la persona más incapaz, débil y pecadora, pero, precisamente porque eres eso, deseo utilizarte para mi gloria. ¿Te negarás?».
«Pequeñita, dame almas –insiste Jesús–. Dame las almas de los niñitos pobres de la calle. Si tu supieses cómo duele, si solo lo supieses, ver a estos pobres niños manchados con el pecado. Deseo la pureza de su amor. Si solo respondieses y me trajeses estas almas. Arráncalas de las manos del maligno. Si solo supieses cuántos pequeños caen en el pecado cada día. Hay muchas religiosas para cuidar a la gente rica y acomodada, pero para los más pobres, los míos, no hay absolutamente nadie. A ellos deseo, a ellos amo. ¿Te negarás?».
Pasaron todavía unas semanas. El 6 de enero de 1948, el arzobispo Périer llamó a la Madre Teresa y le dijo: «Puede proceder».