El amor, la única fuerza de Dios; asegura el predicador del Papa

Para descubrirle hay que contemplar el rostro de Cristo, propone

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CIUDAD DEL VATICANO, 12 marzo 2003 (ZENIT.org).- Al descubrir a Cristo nos damos cuenta de que la única fuerza de Dios es el amor, constató este miércoles el predicador de los ejercicios espirituales en los que participa Juan Pablo II.

El arzobispo del Santuario de Loreto, monseñor Angelo Comastri, dedicó sus meditaciones en este día a contemplar el rostro de Jesús con la convicción de que es «el único que puede manifestar plenamente a Dios».

Pues, como recordó, al inicio de la Carta a los Hebreos está escrito: «Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas, en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo» (1, 1-2).

«Entonces, si contemplamos a Jesús, descubrimos el misterio de Dios –añadió el predicador–. Y aquí viene la sorpresa: al contemplar a Jesús nos damos cuenta de que el rostro de Dios es totalmente diferente a como nos los imaginamos».

Escuchaban al predicador el Papa y sus colaboradores de la Curia romana en la capilla «Redemptoris Mater» del palacio apostólico vaticano.

Para ilustrar su mensaje, monseñor Comastri recordó una exclamación típica del padre Werenfried van Straaten, el famoso «Padre Tocino», fundador de la asociación Ayuda a la Iglesia Necesitada, quien en una ocasión exclamó: «El hombre es mucho mejor de lo que pensamos; pero permitanme decir que Dios es también mucho mejor de lo que pensamos».

«Al contemplar a Jesús nos damos cuenta de la verdad de esta afirmación», aclaró el predicador.

El predicador pasó a meditar en el capítulo XV del evangelio de Lucas, en el comienza constatando que la gente murmuraba al ver que Jesús se acercaba a los pecadores y comía con ellos, «algo escandaloso», reconoció el predicador.

«Les parecía algo absurdo, que no podía venir de Dios», subrayó.

«Jesús les respondió: vosotros no conocéis a Dios», aseguró el predicador. «Es la premisa que Jesús no pronuncia pero que da a entender. Dios es como un pastor que, teniendo cien ovejas, si pierde una, no dice: «ya tengo noventa y nueve», sino que sale en búsqueda de la perdida».

«Cuando la encuentra, no la castiga, sino que se la echa a sus espaldas y feliz regresa al redil», recuerda. «Este es el misterio de Dios», añadió: «habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión».

Jesús añadió otra palabra, recordó monseñor Comastri, «es como una mujer que tiene diez dracmas, y que pierde la paz al perder una de las monedas. ¿Cómo puede identificarse a Dios detrás de esta imagen? A nosotros nos perece paradójico –respondió el prelado–, pero fue Jesús quien la utilizó. Sí, Dios es como esta mujer que, al perder una moneda preciosa, pierde la paz».

«El hombre es una moneda preciosa para Dios. Ante Dios somos preciosos», constató el predicador. «Ante Dios cada uno de nosotros somos preciosos y esta certeza debe llenar nuestro corazón de un consuelo inmenso».

«Pero Jesús añade otra parábola» en el capítulo XV de Lucas, siguió reflexionando Comastri. «Dios es como un padre. Un padre que tiene dos hijos y, paradójicamente, los dos se van. Ustedes me dirán: «¡Sólo se fue uno!». No, no. Se fueron los dos».

«El primero se fue físicamente, el otro con el corazón. Pero los dos se fueron –explicó–. Es un padre herido, un padre con el corazón sangrante. Y, ¿qué hace este padre? Cuando regresa el hijo, que le ha dado el portazo al marcharse, el padre, al verlo de lejos, se conmovió, como dice el texto en griego de san Lucas».

«El verbo hace referencia a las vísceras femeninas –aclaró–. Se conmovió profundamente, como una mujer, como una madre, y mientras corrió a su encuentro se le echó al cuello y le besó apasionadamente. ¡Es maravilloso el rostro de este padre!».

«Y, cuando el segundo hijo demuestra tener un corazón diferente al del padre –es un hijo que también se ha ido–, el Evangelio nos dice que el padre salió para encontrarse con él –siguió evocando–. Este rostro de Dios es paradójico. Dios es amor y la única fuerza de Dios es la fuerza del amor, es la omnipotencia del amor».

«Esta es la grande noticia cristiana –concluyó–. Este es el Evangelio, la buena nueva que sólo posee el cristianismo, y que sólo anuncia el cristianismo, pues el cristianismo no es una religión construida por los hombres, sino una revelación que procede de Dios».

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ZENIT Staff

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