BURGOS, 12 marzo 2003 (ZENIT.org).- El pasado febrero, la apertura de los Archivos Vaticanos referidos al papado de Pío XI (1922-1939) permitió conocer en sus propios términos la carta que Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein) escribió al Santo Padre solicitando su intervención ante el inicio de la persecución de judíos y católicos por el gobierno hitleriano (Cf. Zenit, 19 de febrero de 2003 ).
Gabriel Castro Martínez, secretario de la revista «Monte Carmelo» –de los Carmelitas Descalzos de Burgos–, profesor de Teología espiritual y experto en la figura de Edith Stein, explica en esta entrevista concedida a Zenit la complejidad del momento en que la carta se redactó –12 de abril de 1933– y las circunstancias y vivencias de la entonces Dra. Stein.
El texto íntegro de la carta se puede consultar en la página web de la Editorial Monte Carmelo .
–En su carta a Pío XI, Edith Stein se presentó como «hija del pueblo judío» e «hija de la Iglesia católica»…
–Gabriel Castro: Sí. Y como tal quiere hablar y habla. Y es su primera aportación importante y novedosa esta conciencia de doble pertenencia, cosa que ella nunca ocultó ni consideró ni vivió como contradictoria en modo alguno. Incluso se puede decir que su conversión a la fe católica es también una conversión al judaísmo que había dejado de practicar en su juventud. Sólo mucho más tarde, en el concilio Vaticano II, esta comprensión e integración de la fe del primer y del segundo testamento a venido a ser cosa común en la Iglesia católica. En su tiempo, esta doble pertenencia era poco expresada y aún no estaba asumida. Hoy nos es de gran ayuda su testimonio para ir curando las heridas históricas de judíos y católicos.
–¿Podría explicar la importancia de la figura de Edith Stein en el panorama intelectual y educativo alemán de entonces?
–Gabriel Castro: La Dra. Edtih Stein en 1933 era un miembro relevante de la cultura católica, aunque, desde luego, su notoriedad pública no era la que actualmente ha llegado a tener. No hay más que pensar que en septiembre del año anterior (1932), cuando se proyecta un Coloquio Internacional de la Sociedad Tomista (especialistas en SantoTomás) en Juvisy –Francia–, no es invitada ninguna otra mujer; allí se codea con Koyré, Maritain y Berdiaef, por ejemplo. Se cuenta con ella en ese ámbito: Dietrich von Hildebrand la recomienda como traductora del cardenal Newmann; Erich Przywara alaba su traducción del «De veritate» de Santo Tomás. Sin embargo, ella sería la primera en sonreír ante las exageraciones de sus admiradores.
–¿Qué elementos confluían en su personalidad?
–Gabriel Castro: En ese momento ella está, como siempre, buscando; guarda en el corazón el ideal de la vida carmelitana y se dedica ante todo a la búsqueda de una fundamentación científica de la pedagogía cristiana. Como perpetua vagabunda, siempre con la maleta preparada, desde hace unos meses vive sobriamente con las religiosas y alumnas del Colegio Mayor «Marianum» de Münster, da clases en el Instituto de pedagogía científica y viaja pronunciando conferencias.
La preocupación por su familia comienza a ser una parte importante de su momento vital. La disciplina de la investigación científica, tomada como un verdadero oficio divino, y el trabajo docente que asume con toda determinación, responsabilidad y seriedad, componen otro elemento fundamental de su personalidad en el momento de la carta. La vida de oración litúrgica y personal, junto con su trabajo pedagógico, son el centro de su personalidad creyente en ese momento. La comunicación con los amigos y con la familia no cesa. Su apostolado personal también lo ejercita en las muchas y delicadas relaciones de amistad que mantiene en este como en todos los momentos de su vida. La cuestión judía se clava en su alma con trágicos sentimientos de solidaridad y de resistencia: enseguida afrontará la redacción de «Vida de una familia judía» («Estrellas amarillas») como un intento de afrontar de un modo constructivo el diálogo con la sociedad y desmontar los prejuicios antisemitas.
La relevancia de su persona por la alta calificación profesional y el respeto que se ha ganado en los círculos intelectuales llevan, de hecho, a sus consejeros y superiores eclesiásticos a retrasar su ingreso en la comunidad teresiana para que pueda seguir su actividad de conferenciante no sólo en Alemania, sino también en Suiza, Austria y Francia. La figura de una mujer, filósofa y católica, era de mucha importancia por su misma rareza en el debate pedagógico y feminista de aquel momento; la Iglesia no podía prescindir o privarse de su palabra pública –tampoco ahora, claro–. Sin embargo, ya comienza a presentir que la misión de su vida no se reduce a esto, aún siendo tanto y tan importante.
— La carta que Edith Stein envió el 12 de abril de 1933 al Papa Pío XI solicitaba de la Iglesia la condena de la persecución –entonces incipiente– contra los judíos, un pronunciamiento sobre el régimen nazi –asentado en ideologías pretendidamente cristianas– y además advertía del peligro que se cernía sobre la propia Iglesia. ¿Qué contexto provocó en ese momento un «silencio» por parte de la Iglesia?
–Gabriel Castro: Desde luego el contexto de marzo del 33 no es el de diez años después, ni mucho menos. Ahora todos vemos claro. Nos parece imposible el concordato, por ejemplo. Sin embargo, la mayoría de los católicos estaba cegada por las promesas del nacionalsocialismo. Ni siquiera atendieron las indicaciones de la propia jerarquía. Pero sólo personalidades como Edith Stein o el mismo Walzer, su director espiritual, podían darse cuenta de los peligros que se avecinaban.
La Iglesia está ante todo preocupada por encontrar un modus vivendi en el nuevo régimen: libertad de culto, independencia de las asociaciones juveniles, derecho a la enseñanza, compatibilidad de catolicismo y lealtad patriótica… La cuestión judía no era un asunto prioritario en aquel momento para la Iglesia Católica. El concordato y la política contemporizadora y conciliatoria era lo común ante unos poderes que no han hecho más que prometer respeto y una Iglesia que al haber probado ya la violencia de los nazis espera encontrar en el acuerdo seguridad y protección.
Prever en ese momento las consecuencias del silencio o las de una denuncia pública y una ruptura frontal con el régimen era cosa reservada a los santos y profetas, a los mártires. La Iglesia, en general, no percibe entonces el problema como propio. Prever el llamado «Holocausto» era imposible; aún hoy nos resulta literalmente impensable.
A Edith Stein la condición de víctima del acoso le abre los ojos en modo tal que era incomprensible para los demás miembros de la Iglesia que no compartían esa circunstancia vital, aunque compartieran la posición ideológica de rechazo a las teorías y prácticas nazis.
Desde luego no hay silencio ni inhibición. La Iglesia habló por boca de muchos obispos, en Baviera especialmente. La Iglesia en todo caso asume su historia, sus aciertos y sus posibles errores y desde luego no teme ni a los archivos, ni a panfletos ni películas.
El silencio en aquel momento se puede explicar, pues, por el hecho de que la Iglesia está intentando un entendimiento que no fue posible. Fue engañada. Es sabido que en esos mismos días, justamente del 9 al 16 de abril del 33, mientras Edith está en Beuron y redacta la carta, el vicecanciller von Papen se encuentra en Roma iniciando las negociaciones de cara a un posible y deseado concordato entre la Iglesia y el III Reich. El 10 de abril visitó al cardenal secretario de Estado, Eugenio Pacelli, el 12 fue recibido por el Papa Pío XI y el
15 vuelve a reunirse con el Secretario de Estado que también es prefecto de la «Congregación para los Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios». Las conversaciones terminarán con la firma del concordato el 20 de julio de ese año. Será violado repetida y gravemente por el régimen nacionalsocialista y las protestas de las autoridades eclesiásticas de poco servirán. La Iglesia ciertamente está ofreciendo la otra mejilla.
–Pío XI firmó cuatro años después la encíclica «Mit brennender sorge» («Con viva angustia»). ¿Se puede considerar que este documento respondía a la petición expresada en la carta de Edith Stein?
–Gabriel Castro: Propiamente no. La carta encíclica no habla de los judíos. Se dirige a los católicos y pretende orientar su conciencia cristiana ante la situación. Pero, dado que contiene una condena de la ideología racista y totalitaria, sí había en ella una respuesta parcial a la demanda de la Dra. Edith Stein.
— El escrito de Edith Stein no sólo se enmarca en la denuncia de la situación socio-política, sino que se redactó en un momento fundamental en la vida espiritual de la santa, cuando decidió compartir el sufrimiento del pueblo judío, al que pertenecía. ¿Podría describir esta peculiar vocación que percibió Stein en aquella época?
–Gabriel Castro: Ella misma cuenta este proceso vocacional. La carta a Pío XI es un momento más de esa vocación martirial que inicialmente vemos confirmarse en esos días de su vida. El núcleo germinal de la vocación carmelitana y de la carta misma se percibe ante todo en su precioso relato «Cómo llegué al Carmelo de Colonia». El surgimiento de la vocación y la interpretación de su existencia cristiana como «cargar la cruz libremente sobre sí en nombre de todos» señala un punto culminante de su existencia consagrada.
En su determinación de implicarse personalmente en la única y misma cruz de Cristo y de su pueblo judío y cristiano están comprendidas tanto la solidaridad mística –entrar en el Carmelo– como las iniciativas contra la injusticia que estén a su alcance, sean sociopolíticas o eclesiales –escribir al Papa–. «Acción socio política» y «com-pasión mística» conforman su única actitud ante la Hora del Redentor. Va a entrar existencial y conscientemente en «la hora» de la Pasión redentora unida al Salvador. Desde un contexto devocional y paralitúrgico de un «primer viernes» y de una «hora santa» se eleva a un compromiso eclesial y místico de las más altas miras y alcances. Sus palabras tienen tonos proféticos y místicos. Aquí está la clave mística de comprensión válida para explicar la génesis de esta carta y de su vocación a la vida religiosa teresiana. Vocación cristiana es vocación de testigos del amor de Dios manifestado en la Cruz redentora del Salvador. Ella lo realizará tanto mediante la denuncia profética como con la consagración religiosa en el Carmelo y, por fin, con su terrible y glorioso martirio.