WASHINGTON, 5 abril 2003 (ZENIT.org).- El estallido de la guerra de Irak ha vuelto a encender el debate moral sobre las muertes de civiles y la selección de los objetivos militares. El Catecismo de la Iglesia Católica da una síntesis de los principios éticos tradicionales que regulan la conducta en la guerra, en los Nos. 2312-4. Se pueden resumir en los siguientes puntos:
— La Iglesia afirma la validez permanente de las leyes morales durante un conflicto armado. El estallido de una guerra no significa que todo se vuelva lícito.
— Se debe respetar y tratar con humanidad a los no combatientes, los soldados heridos y los prisioneros.
— La obediencia ciega por parte de los que combaten no es una excusa para llevar a cabo acciones contrarias a las leyes y principios universales.
— Las acciones de guerra que implican destrucción indiscriminada de ciudades enteras, o de extensas áreas habitadas, son un crimen contra Dios y contra el hombre.
En un documento de 1993, la Conferencia Episcopal católica de Estados Unidas trató también las normas con respecto al uso de la fuerza. «The Harvest of Justice Is Sown in Peace» (La cosecha de la justicia se siembra en la paz) explicaba estos principios sobre la conducta en la guerra:
— Inmunidad de los no combatientes: los civiles no deben ser objeto de ataque directo, y el personal militar debe tener el cuidado de evitar y minimizar los daños indirectos a los civiles.
— Proporcionalidad: en la conducta durante las hostilidades, se deben hacer esfuerzos por lograr objetivos militares sin usar más fuerza de la militarmente necesaria y evitando daños colaterales desproporcionados a la vida de los civiles y sus propiedades.
— Recta intención: incluso en medio de un conflicto, el objetivo de los líderes políticos y militares debe ser la paz con justicia. Están prohibidos los actos de venganza y de violencia indiscriminada, sea por parte de los individuos, como de las unidades militares o los gobiernos.
El documento también hace una importante observación referente a la aplicación de estos criterios en una situación dada. Los obispos reconocen «que la aplicación de estos principios requiere el ejercicio de la virtud de la prudencia». Debido a este factor, «la gente de buena voluntad podrá diferenciar las conclusiones apropiadas».
Los obispos también advierten que «la tradición de la guerra justa no es un arma para ser utilizada a la hora de justificar una conclusión política o un sistema de criterios que automáticamente rindan una respuesta simple, sino una forma de razonamiento moral para discernir los límites éticos de una acción». Por lo tanto, tanto aquellos que ocupan cargos políticos y como los comentaristas con posturas enfrentadas sobre un tema relacionado con uso de la fuerza militar «necesitan ser cuidadosos para no aplicar la tradición de forma selectiva, simplemente para justificar sus propias posturas».
Además, continuaban los obispos, «cualquier aplicación de los principios de la guerra justa depende de la disponibilidad de información exacta, que no se obtiene con facilidad en el contexto de presión política en el que tales elecciones deben hacerse».
El documento, escrito con la experiencia de la Guerra del Golfo de 1991 en mente, hace referencia específica al uso del poder aéreo. Los obispos piden una ulterior reflexión sobre cómo pueden aplicarse las normas éticas tradicionales a este sector de la acción militar.
Convertir en objetivos las infraestructuras civiles, observan, «se afecta a los ciudadanos normales mucho después de que han cesado las hostilidades». Advertían que esto «puede dar la impresión de que se hace la guerra contra los no combatientes más que contra los ejércitos oponentes».
Proporcionalidad de los medios
El estudio de 1999 de James Turner Johnson, «Morality and Contemporary Warfare» (Moralidad y guerra contemporánea), también toca el tema de los no combatientes y la guerra. Johnson, un profesor de religión en la Universidad Rutgers y autor de numerosas publicaciones sobre la moralidad y la guerra, comenta que la tradición moral y legal desarrollada en el pensamiento occidental asume que, en la práctica, el evitar completamente dañar a los no combatientes es imposible a no ser que se den circunstancias excepcionales, tales como una batalla naval o una guerra terrestre en zonas no pobladas.
Hace notar que algunos mantienen que cualquier daño a los no combatientes vuelve una guerra injusta necesariamente. Pero tal punto de vista sería en realidad pacifismo, observa Johnson, puesto que la guerra moderna da normalmente como resultado tales daños a los no combatientes. Tal posición, observa, no está de acuerdo con la tradición de la guerra justa, ni tampoco con los documentos de los obispos de Estados Unidos.
Johnson explica que, al juzgar la moralidad de tales daños, es importante distinguir entre daños causados por incidentes indeseados, y aquellas acciones que directa e intencionalmente tienen como objetivos a los no combatientes. Esto no significa, sin embargo, que la cantidad de daño no intencional hacia los civiles no tenga límites. Se debe respeta una proporcionalidad en los medios, por la que los actos de guerra no deberían causar un daño desproporcionado a los fines que los justifican.
Johnson también menciona otro principio limitador: la necesidad de evitar una paz cartaginesa, esto es, un grado de devastación que vuelva la tierra inhabitable tras el fin de la guerra. Esta noción entra en juego cuando se consideran armas como los agentes químicos, la radiación nuclear o el enterramiento indiscriminado de minas terrestres.
Doctrina militar de Estados Unidos
Los militares de Estados Unidos han hecho un serio esfuerzo para adaptarse a la necesidad de limitar las bajas civiles, según Michael Knights en la entrega de abril de la revista británica The World Today. Knights, redactor de defensa de la Gulf States Newsletter, terminó hace poco una investigación en Londres sobre las estrategias de los objetivos aéreos.
«Se hizo un esfuerzo sin precedentes para reducir el sufrimiento y las muertes de los no combatientes», en la Guerra del Golfo de 1991, afirmaba Knights. No obstante, los civiles sufrieron a causa de la destrucción de la energía, el transporte y las comunicaciones. Un gran número de civiles murió tras la guerra debido a la carencia de energía y abastecimiento de agua potable. En parte, observaba, el daño excesivo se debió a la persistencia del «pensamiento de la Guerra Fría».
En años posteriores se adoptó una estrategia mucho más sofisticada, decía Knights. Como prueba citaba la reducción de las bajas civiles durante la acción militar de Estados Unidos en Kosovo y en Afganistán.
Una reciente entrega del Journal of Military Ethics, citada por el New York Times el 8 de marzo, afirmaba este punto sobre la guerra en Afganistán. La política militar requiere ahora asesores legales que aprueben con anterioridad los objetivos de combate. Esto ha llevado a retrasos y rechazos que permitieron a los principales talibanes y a los miembros de al-Qaida escapar indemnes, afirmaban los oficiales de la Fuerza Aérea de Estados Unidos. Pero esto está bien, replican los eruditos. Ellos insisten en que las ventajas éticas de esta política compensan sus costes tácticos.
En tierra de Irak
La guerra de Irak ya ha visto muertes civiles. El 27 de marzo, el ministro de sanidad iraquí defendía que más de 350 civiles iraquíes habían muerto, informaba Reuters. También decía que muchos más habían sido heridos. La acusación surgió después de que las explosiones en un área residencial de Bagdad acabaran con la vida de 15 personas.
Días después, tuvo lugar otra explosión en un mercado, causando numerosas muertes, informaba el New York Times. En ambos casos los iraquíes defienden que e
l daño fue causado por un misil o una bomba de Estados Unidos.
En el primer caso, un oficial norteamericano, el General Vincent Brooks, declaró que también podría tratarse de un misil iraquí cayendo a tierra tras haber sido disparado contra un avión, informaba el 27 de marzo Associated Press. Y en cuanto el segundo incidente, el New York Times citaba a un portavoz militar de Estados Unidos, que decía que la explosión puede haber sido causada por un misil iraquí o incluso por bombas puestas por las autoridades iraquíes.
Cualquier juicio tendría también necesidad de tomar en cuenta la estrategia adoptada por las autoridades iraquíes; han provocado deliberadamente bajas civiles, en una forma de cortejar a la opinión pública. Durante la reciente batalla de Nasiriya, por ejemplo, los combatientes iraquíes empujaron a las mujeres y a los niños a las calles para servir como escudos humanos y aumentar el peaje de civiles, informaba el 24 de marzo el New York Times. Numerosos informes también explican cómo los iraquíes han colocado deliberadamente puestos militares junto a escuelas y hospitales.
Hacer un juicio moral sobre estos acontecimientos individuales es altamente problemático. Como observaba la declaración de 1993 de los obispos de Estados Unidos, no es fácil aplicar los principios éticos a los casos específicos. Resulta más difícil todavía ahora, cuando los informes sobre el campo de batalla opuestos.
Mientras continúan las discusiones sobre la cuestión de las muertes de civiles, no se debe dejar de lado el número de bajas militares. Los soldados también tienen familias que sentirían su pérdida. Razón de más para seguir el ejemplo del Papa de oraciones incesantes para que termine el conflicto.