Las 31 horas inolvidables del Papa en España, recogidas en un libro

Habla Manuel María Bru, autor de «Sigue con nosotros»

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ROMA, 12 junio 2003 (ZENIT.org).- Al cumplirse un mes de la quinta visita apostólica de Juan Pablo II a España, este martes se presentará en la Ciudad del Vaticano el primer libro sobre la misma, «Sigue con nosotros».

Escrito por el sacerdote y periodista Manuel María Bru Alonso, delegado episcopal para los medios de comunicación del arzobispado de Madrid, el libro es publicado por la editorial Edibesa.

En esta entrevista concedida a Zenit, Manuel María Bru Alonso, explica por qué ha causado tanta sorpresa la visita del Santo Padre a España.

–¿Porqué un libro sobre una visita tan corta?

–Manuel María Bru: Desde el día siguiente a la quinta visita apostólica del Santo Padre a nuestro país todo el mundo en España hablaba de ello. Consiguió durante unos días desplazar el centro de atención informativo cuando a la semana siguiente teníamos unas elecciones municipales y autonómicas a lo largo y lo ancho de toda nuestra geografía. Y se hablaba de ella desde ángulos muy diversos: con emotivo entusiasmo, con profundo agradecimiento, o con despistada perplejidad. Estamos seguros de que la memoria de esta visita será muy difícil de borrar de la mente de millones de personas. En las hemerotecas quedará el recuerdo inmediato de esos días, mientras en los archivos de muchos hogares españoles y de comunidades eclesiales, quedarán los magníficos monográficos de prácticamente todas las revistas católicas, así como los videos que Televisión Española ha tenido el acierto de poner a disposición del público. Pero también era necesario que, cuanto antes, y contando con las limitaciones de una publicación inmediata, hubiese no sólo uno, sino varios libros que recogiesen lo que ocurrió en Madrid los días tres y cuatro de mayo, y lo que ocurrió antes y después de estos días, como preparación o como consecuencia de los mismos. Por eso hemos hecho y publicado este primero, sin detrimento que surjan otros libros con una perspectiva más a largo alcance. Fueron 31 horas inolvidables. Todo lo que sirva para recordarlas y aplicarlas al futuro, es poco.

–¿Cómo está estructurado el libro?

–Manuel María Bru: El primer capítulo se titula «Una visita necesaria», y en él se presenta mezclado con el balance personal que personalmente hago de los frutos de la Visita, lo que fueron, antes de la misma, las expectativas eclesiales y sociales suscitadas, y sus preparativos tanto pastorales como de organización. El segundo capítulo, «Vosotros sois la esperanza», está dedicado al primer día de la visita (sábado 3 de mayo) y comienza con un recorrido sobre los encuentros de juventud con el Papa en estos casi 25 años de pontificado, para pasar después a mostrar la crónica del día 3, y por último, recoge los testimonios de los jóvenes en Cuatro Vientos, los pronunciados y los que no se pudieron pronunciar pero estaban previstos, y que sería una pena que no fuesen conocidos después. El tercer capítulo, «España evangelizada y evangelizadora» ofrece además de la crónica del día 4 de mayo, un acercamiento a la figura de los nuevos santos canonizados como Gigantes de la caridad, y una breve reflexión sobre el significado europeísta de la llamada del Santo Padre a España como evangelizadora de Europa. También en este capítulo se recogen los documentos oficiales de balance de la visita: el de la Conferencia Episcopal, la primera alocución del Cardenal Rouco a los fieles de Madrid, y el mensaje del Papa en la audiencia general del miércoles 7 de mayo. El cuarto capítulo, «el viaje mediático» ofrece por otro lado un sucinto recorrido por la repercusión mediática del Viaje del Papa, desde el análisis de prensa antes, durante y después de la visita, una selección de tres artículos de opinión especialmente valiosos por su contenido y su forma literaria, y por último se ofrece la información y valoración del despliegue televisivo con ocasión de la Visita, que incluye una reflexión sobre la telegénia de Juan Pablo II. Por último, el quinto capítulo, «La palabra sembrada», recoge todos los documentos de la visita (todos los discursos e intervenciones del Santo Padre, así como del Rey de España y de los obispos españoles que se dirigieron a él públicamente en los diversos actos).

–¿Por qué ha escogido por título del primer capítulo «una visita necesaria»?

–Manuel María Bru: La expresión apareció ya en titulares tanto antes como después de la visita. Por un lado utilizó esta frase el Arzobispo de Toledo y Primado de España, monseñor Antonio Antonio Cañizares, antes de la visita, que reiteró, después de la misma, el director de la Sala de Prensa del Vaticano, Joaquín Navarro Vals. Sin desdeñar la necesidad de una visita como esta basada en el gran desafío de la Iglesia española que es el de responder a los fuertes vendavales de la secularización con los vientos del Espíritu de una nueva evangelización, ambos, creo yo, se referían más bien a la situación coyuntural de los últimos meses, e incluso semanas, en los que la sociedad española vivió una cierta tensión política y social tanto por su implicación en la guerra de Irak como en el desarrollo de la campaña electoral de las elecciones municipales y autonómicas. Pero, evidentemente, esta situación de crispación social no nace de estas circunstancias, ni acabaron cuando estás salieron de la agenda informativa de los medios de comunicación, sino que están alimentadas por una continua tentación a romper el clima de convivencia política y social que tanto ha costado históricamente conseguir en nuestro pueblo. La expresión, a priori, del arzobispo de Toledo, por tanto, reflejaba un deseo generalizado entre el episcopado y entre los grupos más vivos de la Iglesia española, deseo que ha sido correspondido con creces tras la Visita, y que consistía en que el Santo Padre no sólo nos trajese su mensaje de Paz, sino que con él, porque no es un mensaje meramente político y coyuntural, nos trajese esa necesaria paz del Espíritu que tanto necesitamos los españoles para nuestra convivencia social. A posteriori, era claro que junto a esa paz el Santo Padre nos ha unido más, nos ha animado, nos ha confirmado, nos ha despertado, como porción de Iglesia, como Iglesia que peregrina en España. Y la Iglesia, peregrine donde peregrine, siempre está necesitada en cuanto siempre depende –nunca es humana o mundanamente autosuficiente- de los dones del Espíritu que la vigoriza, la empuja, la desvela, y la fortalece en la mutua caridad, ceñidora de la unidad consumada. Por eso, creo yo, desde el día siguiente se vio que la visita «había sido» necesaria, como apuntó el director de la Sala de Prensa.

–El Papa ha elegido a España para citar aquí el mensaje «seréis mis testigos». ¿son casuales estas palabras? La Iglesia en España, ¿tiene alguna misión o obligación especial en el mundo de hoy?

–Manuel María Bru: Claro que la tiene, y en esta visita el Santo Padre lo ha reiterado una vez más. En la misa de las canonizaciones de la Plaza Colón lo ha dicho con toda claridad: «España evangelizada y España evangelizadora: este es el camino», y la ha enviado a una nueva misión: evangelizar Europa. A todos nos ha sorprendido la inmediatez, sencillez y rotundidad del encargo, pero no era la primera vez que nos lo pedía. El Santo Padre ama muchísimo España y en su mente y en sus palabras siempre hay tres realidades que le encantan de nuestra historia y de nuestro presente, y que le hacen tener una gran esperanza en nosotros para el futuro: el legado de nuestras raíces cristianas bimilenarias, como Iglesia de fundación apostólica; la identidad religiosa de nuestra cultura, teniendo en su vértice a los grandes místicos de nuestro siglo de oro literario, que son San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús, que el Papa tanto admira; y su identidad misionera: la de la
evangelización de América y la desde entonces hasta hoy presencia misionera en la vanguardia numérica y geográfica de la misión de la Iglesia universal.

–En muchos países de la Europa occidental la fe cristiana está ahora más débil que en el pasado. Existe muy fuerte la secularización, el consumismo, el materialismo, el indiferentismo religioso. ¿Es este un problema que toca también a España?

–Manuel María Bru: Evidentemente sí. No nos privamos, desgraciadamente, de ninguna de esas lacras, que no sólo afectan, lógicamente, al índice de participación, pertenencia coherente, y colaboración efectiva con la vida de la Iglesia, sino que afectan a todo el tejido social, y constituyen una merma de los valores humanos y sociales básicos que puede ir poco a poco minando la misma base de la cohesión de una sociedad cuyas raíces culturales son las cristianas, y no otras. Y cuando estás son desnutridas por falta de riego espiritual, aplastadas por el ambiente del terreno en el que están, o directamente cortadas a tajo, la consecuencia es la violencia tanto doméstica como en las calles, el nacionalismo exacerbado y también violento, el terrorismo, la perdida del sentido de la vida, las epidemias de patología social y psicológica derivadas de la desmotivación, la soledad, la insolidaridad y la depresión, o la creciente marginación social de una buena parte de los ciudadanos que no pueden subirse al tren de un bienestar materialista. Pero la Iglesia española, a pesar de todo ello, mantiene viva su esperanza, porque puede comprobar que brota de su seno una «nueva humanidad», que desde sus diócesis y parroquias, grupos y movimientos, escuelas y comunidades religiosas, son una alternativa real y atractiva en el presente, y una esperanza segura de futuro. Es la Iglesia que ha recibido al Santo Padre, y que toda España ha visto y ha vibrado con ella.

–¿Por qué ha causado tanta sorpresa esta visita?

–Manuel María Bru: Por un lado, por el Papa, que siempre sorprende. Por otro, porque gracias a él, muchos se han sorprendido al encontrar una España que desconocían. Lo mejor de una visita apostólica como esta no está sólo en que un país entero ha visto, oído y conectado interiormente con una gigante del espíritu, un modelo de humanidad realizada, que es Juan Pablo II, sino que además, y gracias a su visita, ha podido ver, oír y conectar con una gran parte de la comunidad social, la comunidad eclesial, que no siempre tiene la ocasión de poderla sentir en un solo lugar y en un solo momento representada, y verla como es, viva, feliz, entusiasta, generadora de bien para todos, y no como algunos la pintan, precisamente los que quieren relegarla a las sacristías o las catacumbas. De hecho, uno de los principales frutos de esta visita es que la sociedad española haya podido ver por un lado al Papa de verdad, tal y como es, con una autoridad moral invencible, con una fortaleza de espíritu que ninguna limitación física es capaz de dominar, con un amor a los españoles que los ha conquistado desde el primer minuto de su visita; y por otro lado, han podido ver una Iglesia viva, vivísima, que no se improvisa, que no surge de la nada, que estaba ya allí, por mucho que muchos por primera vez se hayan unido a sus coros con esta visita atraídos por la personalidad del Santo Padre. Una Iglesia que no tiene absolutamente nada que ver con la que la opinión publicada lleva años inventándose y consiguiendo que esa falsa imagen calase en la opinión pública.

–Por último, ¿qué es lo más destacado de la quinta visita apostólica para usted y cuáles son los principales frutos de este viaje?

–Manuel María Bru: Lo más destacado, sin duda, ha sido la intensidad del encuentro, de corazón a corazón, entre el Santo Padre y cada uno de los españoles, ya sean sus majestades los Reyes y cada uno de los estaban allí, en Barajas, Cuatro Vientos o en Colón, no sólo para ver al Papa, sino para que el Papa los viese, para que supiese que estaban con él, con él en todo, y para siempre. En cuanto a los frutos de esta Visita, pienso que para la Iglesia española, un impulso misionero, despertando del posible adormecimiento, marcado por el compromiso concreto de evangelizar Europa desde la hondura de nuestras raíces. Para la Sociedad Española, una llamada y una prueba palpable de reconocimiento de su identidad cultural católica, despejando falsos pudores, y una llamada a la concordia y la paz desde dentro, entre todos, y para todos.

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ZENIT Staff

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