ROMA, 1 julio 2003 (ZENIT.org).- Al clausurar el XXI Congreso de la Asociación Europea de Directores de Personal, celebrado en Roma, el arzobispo Renato Martino advirtió sobre la exigencia de salvaguardar las condiciones morales de lo que calificó como «una auténtica ecología humana en el mundo del trabajo».
En el encuentro –convocado bajo el lema «Desarrollar personas concretas en la era de las tecnologías y de la red»– el presidente del Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz subrayó que precisamente uno de los efectos más relevantes de las nuevas tecnologías es el de otorgar plena centralidad al trabajo y de valorar al máximo los recursos humanos en términos de creatividad, fantasía y capacidad organizativa.
En línea con la encíclica «Centesimus Annus» de Juan Pablo II, el prelado constató que justamente tales recursos constituyen el «patrimonio más precioso de la empresa». Por ello, los responsables de personal no pueden dejar de tener en cuenta la espiritualidad del trabajo como elemento integrante de las personas concretas.
Existe el «riesgo de caer en una concepción neofuncionalista del trabajo, con lo que ello comporta, sobre todo en términos de lógicas individualistas, de búsqueda de ventajas personales y del debilitamiento de los lazos colectivos de solidaridad».
El antídoto ofrecido por monseñor Martino ante este peligro es el concepto de participación como oferta de intercambio de experiencias en beneficio tanto de los trabajadores como de la empresa.
En este terreno también cobra importancia la formación en la era tecnológica, de manera que los dirigentes –explicó el prelado– no podrán prescindir de tener en cuenta la necesidad de favorecer la nueva cualificación del personal, con la correspondiente exigencia de energías y tiempo.
El arzobispo aludió igualmente a un tema de gran actualidad, el de la flexibilidad del trabajo. Se trata del elemento que tal vez tiene mayor impacto en la espiritualidad del trabajo.
En opinión del prelado, este factor debe ser gestionado de modo que se eviten consecuencias nefastas para el trabajador y su familia.
Se trata de «preservar aquellas condiciones de humanidad, aquellos recursos de sensibilidad y capacidad que constituyen el alfabeto de toda espiritualidad», sintetizó.