CARACAS, 11 julio 2003 (ZENIT.org).- Los obispos de Venezuela comenzaron el jueves los trabajos de la LXXX Asamblea Plenaria conscientes de la necesidad de que la presencia de la Iglesia adopte formas conformes con el Evangelio que a la vez respondan a una sociedad actualmente empobrecida y dividida.

El inicio de la Asamblea, previsto para el lunes pasado, se pospuso debido al fallecimiento --el 6 de julio-- del arzobispo de Caracas, cardenal Ignacio Antonio Velasco García.

«Su testimonio de entrega al servicio de la Iglesia y de la patria fue ejemplar», afirmó en la apertura del encuentro el arzobispo de Mérida y presidente de la Conferencia Episcopal de Venezuela, monseñor Enrique Porras Cardozo.

El prelado constató ante los obispos reunidos el «oscurecimiento de la esperanza» que afecta en la actualidad a los cristianos del país.

Pobreza, cierre de empresas, desempleo, inseguridad personal e institucional, falta de servicios sociales orientados a la salud, educación y seguridad social –circunstancias que atraviesa el país-- son ingredientes «para una vida social enconada», reconoció.

Es un contexto en el que además «la conflictividad política supera los límites de la tolerancia», constató el prelado aludiendo a la «polarización entre quienes ejercen el poder y se sienten dueños de un proyecto, y quienes son considerados como enemigos y no tienen derecho ni al trabajo, ni a la vida en paz, ni a la igualdad de oportunidades».

«La polarización existente tiene que ser, para nosotros, una experiencia de conversión, renovación y esperanza», exhortó monseñor Porras a sus hermanos en el episcopado.

Por ello propuso ante todo «recobrar el verdadero sentido de la eclesiología de comunión y de la pastoral de conjunto» como un reto «purificante y alentador».

La formación permanente de todo el pueblo de Dios y la superación de la limitación de comunicación de la Iglesia en Venezuela –coordinando las redes locales existentes— son otros desafíos que tienen por delante los obispos.

«Particular atención nos merece la cuestión educativa en general y de la Iglesia en particular», puesto que es un campo en donde «el compromiso socio-religioso de la Iglesia se hace más visible y creíble» y se trata de un derecho que está sufriendo muchas dificultades y acosos en los últimos tiempos.

El camino de la Iglesia

«Todos los creyentes tenemos la obligación y el derecho de preguntarnos por el acompañamiento espiritual, la orientación doctrinal y la colaboración pastoral de las personas e instituciones que hacemos vida en el país», advirtió monseñor Porras.

Y es que, para el creyente, «la esperanza es dimensión constitutiva de la existencia temporal y de la existencia cristiana, siempre abierta al futuro absoluto de Dios».

«Conscientes de nuestras limitaciones y fragilidades, personales e institucionales, --continuó monseñor Porras-- (...) debemos testimoniar los innumerables y permanentes servicios que la fe y la caridad cristiana suscitan a lo largo y ancho de nuestra geografía, particularmente entre los más pobres y olvidados».

El presidente de la Conferencia Episcopal de Venezuela manifestó asimismo la importancia de alertar «con responsabilidad y firmeza de las muchas formas a través de las cuales se busca dividir a la Iglesia y hacer que parezca enfrentada o llena de escándalos que se sacan a conveniencia».

«A la jerarquía, en su expresión colectiva de Conferencia Episcopal, y en la individualidad de cada uno de nosotros, se pretende descalificarla como separada o lejana de su pueblo, o intentando desvirtuar su papel de guía y conductora del pueblo creyente», denunció.

«La realidad humana de la Iglesia nos hace pensar en la necesidad de fortalecer la institucionalidad –invitó--. Tenemos la obligación de descubrir nuevas formas cristianas de vivir, acordes con nuestra propia situación socio-cultural. Así estaremos en el camino de superar el proceso de fractura que se pretende incubar».

La alta credibilidad que los venezolanos otorgan a la Iglesia, «más que un trofeo, es un reconocimiento a la presencia continuada en la opción preferencial por los pobres –constató el prelado-- y es además una exigencia y acicate para esa permanente conversión y para un servicio más tenaz por la promoción integral del hombre».

«Proclamemos confiados que el hombre no puede vivir sin esperanza (...). Proclamemos la esperanza de la Iglesia, la del Reino de Dios, cuya plenitud está por venir, pero ya actuante en este mundo de hoy», pidió el arzobispo de Mérida siguiendo a Juan Pablo II (Cf. «Ecclesia in Europa», 10 y 11).

«Tenemos la obligación de abrir caminos a la esperanza cristiana», concluyó.

El texto íntegro de las palabras de apertura de la 80ª Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal venezolana se puede consultar en la página del Consejo Episcopal Latinoamericano.