LONDRES, 5 de julio de 2003 (ZENIT.org).- Los modernos pintores y escultores tienden a dejar desconcertados a los observadores. Un ejemplo son las obras que atraen la atención del Turner Prize que se celebra cada año.

En esta edición, los cuatro artistas finalistas exhibirán sus obras a partir del 29 de octubre, informaba el 30 de mayo el Times de Londres. Se anunciará el ganador el 7 de diciembre.

Uno de ellos es Grayson Perry, un travestido que rasga sobre superficies de botes escenas de sadomasoquismo y bondage. Otra participación es del equipo de Jake y Dinos Chapman, que incluyen entre sus obras una película pornográfica. Hace poco también desfiguraron los grabados de Goya con caras cómicas.

La tercera finalista es Anya Gallaccio, que pintó una galería con chocolate derretido y añadió manzanas a un árbol muerto. El cuarto finalista, Willie Doherty, hace vídeos sobre Irlanda del Norte.

La edición 2002 del Turner Prize, valorado en 20.000 libras (33.000 dólares), la ganó Keith Tyson. Su obra ganadora, informaba el 9 de diciembre el Times, consistía en una serie de dibujos y maquetas de ordenadores. Los demás finalistas fueron Catherine Yass, con una película que mostraba la vista posterior de una grúa a las afueras de Canary Wharf; Fiona Banner, cuya obra consistía en una descripción gráfica de una película porno; y Liam Gillick, que cubrió un techo con recuadros de plexiglás acrílico.

Otras locuras artísticas incluyen un premio de 2.000 libras a una escritora por pintar con un aerosol las palabras de un poema en los lomos de ovejas. Según el Telegraph del 4 de diciembre, la escritora Valerie Laws afirmó que el proyecto utilizaba «el marco básico de la mecánica cuántica: aleatoriedad, influencia del observador y de lo observado, y dualidad». De este modo, admitía, una vez que las ovejas comenzaran a moverse «en poco tiempo el texto no tendría mucho sentido».

Luego está Tracey Emin, encargado por la Tate Gallery de Londres de crear un árbol de navidad para la rotonda de Millbank. Pero Emin envió el árbol a Lighthouse West London, una organización de ayuda al VIH/SIDA, informó el Times el 12 de diciembre. Los visitantes de Tate encontraron, en lugar del árbol, un mensaje de Emin invitándoles a dejar su nombre y su dirección, y un donativo para Lighthouse.

La Tate Gallery, afirmaba el Times, negó que estuviera decepcionada por la falta de un árbol real. «No esperábamos un árbol normal», decía el portavoz. «Sabemos que los artistas crean sobre una idea algo diferente; eso es todo el tema».

Posteriormente tuvo lugar la decisión de dar 12.200 libras (20.000 dólares) de fondos públicos a André Stitt para dar una patada calle abajo a un envase vacío de curry. Su obra, informaba el Sunday Times el 9 de febrero, se titulaba White Trash Curry Kick (Retroceso Blanco del Curry a la Basura), y pretende abordar el tema de la «disfunción social-personal» de las juventudes borrachas los sábados por la noche.

Un mes antes, Daniel Shelton ganó el Creative Minority Prize, premio dotado con 10.000 libras, encerrándose a sí mismo en un cajón de madera y enviándose en un furgón de seguridad desde Brighton a la Tate Gallery de Londres.

Tras esto, quizás pocos se sorprendieron cuando The Arts Council of Britain anunció un cambio de nombre. El Telegraph del 13 de febrero informó que, tras un estudio de cinco meses, que costó 70.000 libras, la organización ahora se llamará «Arts Council England».

Pez de colores en una batidora
El arte borde no se limita sólo a Inglaterra. En Italia está, por ejemplo, la Biennale de Venecia, diseñada como una obra maestra del arte contemporáneo. «Cuando el clímax de una Biennale de Venecia es una exhibición de cadáveres, que no forman parte de la muestra oficial, sabes que algo no está del todo bien», reflexionaba la revista The Economist el 21 de junio.

Para no quedarse atrás, los franceses están intentando copiar el Turner Prize, con el Marcel Duchamp Prize, dotado de 35.000 euros (39.000 dólares). El ganador del 2002 fue Dominique Gonzalez-Foerster, cuya obra fue exhibida en el Centro Pompidou de París. Consistía en un vídeo de 45 minutos que, en palabras de la revista Time del 11 de noviembre, «parece como una tormenta astral psicodélica, bramando con una banda sonora de señales electrónicas y rock retro de los años 70».

En Dinamarca, Peter Meyer, director del Trapholt Art Museum en Kolding, fue absuelto de crueldad contra los animales, después de que un tribunal dictaminara que una exhibición de peces de colores en 10 batidoras no era cruel. Según un reportaje de Associated Press del 19 de mayo, la exhibición invitaba a los visitantes, si lo deseaban, a batir el pez. Algunos lo hicieron, y dos peces de colores acabaron molidos.

Los activistas pro derechos de los animales se quejaron y la exhibición continuó tras desenchufar las batidoras. Meyer fue multado con 2.000 coronas (315 dólares) por crueldad animal pero rehusó pagar. En su juicio como resultado del caso, el juez Preben Bagger afirmó que Meyer no tenía que pagar la multa porque el pez murió «instantáneamente» y «humanamente». La instalación fue obra del artista danés nacido en Chile Marco Evaristti.

Luego de Down Under vinieron noticias de que el Australia Council público había entregado a una joyera de Melbourne 8.750 dólares australianos (5.800 dólares), para que hiciera joyas para ocultarlas en papeleras y entre la grava de la carretera como una declaración artística sobre el consumismo.

Se dio la cantidad a Caz Guiney para que hiciera su «precioso graffiti», informaba el 28 de mayo The Australian. «Caz es una artista emergente que amplía los límites de la práctica de la joyería intentando incorporar a la joyería contemporánea al tejido de la vida urbana y la ciudad», afirmaba la responsable del organismo, Anna Waldamann.

Guiney ha ocultado 14 piezas de oro, plata y diamantes en rejillas, en concurridas aceras, andamios y otras localizaciones. «Deseo confundir la expectativa sobre dónde cree usted que puede encontrar objetos preciosos», afirmaba. «Espero lograr que la gente piense fuera del marco normal de la joyería».

Mitos y presupuestos falsos
Intentando ver las cosas con perspectiva, Julian Spalding, en un comentario sobre el arte moderno publicado el 17 de abril en The Scotsman, escribía: «El problema con el arte moderno es que es un mundo construido sobre mitos y presupuestos falsos». Antiguo director de Museums and Galleries de Glasgow observaba que dicho arte tiene una concepción inadecuada de lo que es y podría ser. «El resultado es que, hoy en día, el arte ha desaparecido virtualmente», se lamentaba Spalding.

Identificaba algunas causas que están detrás del problema. Una de los culpables es la educación, «donde las habilidades creativas de la expresión visual han dejado virtualmente de ser enseñadas». Otra causa está en los encargados de las galerías, que «‘colaboran’ con un puñado minúsculo de artistas ‘internacionalmente aceptados’, para crear ‘instalaciones’ en sus ‘espacios’». Otro error, defendía Spalding, es pensar que los artistas tienen que utilizar los medios modernos como los vídeos y los ordenadores y que las habilidades tradicionales de la pintura y el tallado están anticuadas.

Yendo más a las raíces del problema, Juan Pablo II, en una alocución al Consejo Pontificio para la Cultura el 14 de marzo de 1997, observaba que en los siglos pasados los cristianos han «llevado a cabo una acertada síntesis entre fe y cultura». Hoy en día, observaba, falta en ocasiones esta síntesis, y hay una ruptura entre el Evangelio y la cultura.

Para el mundo cultural, esta ruptura con la fe se expresa en una «sensación de ansiedad que viene de la percepción de la finitud en un mundo sin Dios, donde uno se convierte en absolu to, y los asuntos terrenales en los únicos valores de la vida».

La carta del Papa de 1999 a los Artistas expresaba el deseo de superar esta ruptura. «Toda forma genuina de arte en su propia forma es un camino hacia la realidad íntima del hombre y del mundo», afirmaba Juan Pablo II.

«Es por lo tanto un acercamiento enteramente válido al reino de la fe, donde se da a la experiencia humana su significado último». Los artistas, observaba, están «por su propia naturaleza en alerta ante cada ‘epifanía’ [manifestación] de la hermosura interna de las cosas».

Un retorno a la verdadera belleza sería realmente un paso adelante para el arte moderno.