BOGOTÁ, 3 julio 2003 (ZENIT.org).- El conflicto armado en Colombia –una de las primeras causas del empobrecimiento y atraso del mundo rural–, ha sido el punto de partida de la LXXV Asamblea Plenaria del episcopado colombiano, que hasta el viernes analiza la pastoral en el mundo agrario.
Fue la constatación contenida en el mensaje del cardenal Pedro Rubiano Sáenz –arzobispo de Bogotá y presidente de la Conferencia Episcopal de Colombia– leído al inicio del encuentro por monseñor Luis Augusto Castro –vicepresidente del organismo y arzobispo de Tunja–, debido a la ausencia del purpurado por compromisos propios de su misión.
«No hay prácticamente ninguna región de Colombia en donde la violencia no haya establecido su trágico y macabro imperio, con las consecuencias de todos conocidas: desplazamiento forzoso, ruina de los cultivos tradicionales, abandono de la tierra y hacinamiento en las grandes ciudades», denunció el cardenal Rubiano en el discurso inaugural.
En Colombia, aproximadamente 11 millones de personas –de una población de 44 millones– residen en las zonas rurales. El 65% vive en condiciones de pobreza, mientras que el 30% atraviesa una indigencia extrema. Además, la guerra civil ha ocasionado este año el desplazamiento de 53.000 personas.
El purpurado aludió en su mensaje al tema de los cultivos ilícitos, que «han favorecido a los carteles del narcotráfico y han significado un cambio socio-cultural de sesgo negativo para las comunidades rurales».
«Para nadie es un secreto que el negocio del narcotráfico es manejado por grupos poderosos y sin escrúpulos que se aprovechan y explotan a los campesinos», denunció.
Es en primer lugar el Estado quien debe velar y proteger la calidad de vida y los bienes del mundo rural, advirtió el purpurado: «Mientras el campesino no se sienta realmente protegido en su vida y en sus bienes, y los trabajadores del campo no tengan garantizada la oportunidad de trabajo, seguirá el éxodo hacia las grandes ciudades».
Este es un fenómeno que no sólo tiene su raíz en «la violencia de la insurgencia», sino también en la «inequidad», que «impulsa al campesino a buscar un horizonte diferente que termina por lo general en una profusa frustración al no encontrar en la ciudad una oportunidad de trabajo y de vida digna».
El arzobispo de Bogotá manifestó la importancia del mundo rural para la Iglesia, señalando que a través de sus miembros –obispos, sacerdotes, religiosos, misioneros y laicos– siempre ha estado al lado de las comunidades campesinas, incluso en los territorios donde no hay presencia del Estado, a pesar de los riesgos que esto conlleva.
«Nosotros, los obispos, continuaremos dando la atención que requiere de manera especial la pastoral rural en la situación actual del país –afirmó el presidente del episcopado–; hacemos nuestras las preocupaciones y los anhelos de los campesinos y seguiremos apoyando las iniciativas que promuevan las organizaciones agrarias».