Juan Pablo II alienta el proceso de unión de las dos Coreas

Pide la eliminación de las armas de destrucción de masa, en particular nucleares

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CIUDAD DEL VATICANO, 4 julio 2003 (ZENIT.org).- Juan Pablo II alentó este viernes el acercamiento entre las dos Coreas, pidió la eliminación de armas nucleares y condenó la terrible plaga social del aborto al encontrarse con el nuevo embajador de Seúl ante la Santa Sede.

Al presentar las cartas credenciales del embajador de Corea ante la Santa Sede, Youm Seong (1942), el Santo Padre comenzó constatando con satisfacción el impresionante crecimiento de la Iglesia católica en el país.

Basta pensar que en 1990 los bautizados en el seno de la Iglesia eran 2.732.000 y que en 2002 alcanzaban ya la cifra de 4.187.000.

La Iglesia católica en Corea, reconoció, «constituye una realidad prometedora y goza de estima y respeto. Lleva a cabo su misión inspirándose en el Evangelio y da un testimonio religioso concreto con instituciones educativas, de asistencia y de caridad, apreciadas por muchos».

El Papa pronunció su discurso en latín, idioma que habla perfectamente el embajador coreano, que tras estudiar teología se doctoró en literatura clásica en Roma y hasta ahora era director del Instituto Coreano de Estudios Grecorromanos.

En su intervención, Juan Pablo II, que ha visitado en dos ocasiones Corea, constató «los progresos y las conquistas de la libertad y de bienestar de esa sociedad joven y dinámica».

«Sin embargo –reconoció con tristeza–, he visto también la amargura de muchos ante el hecho de que la península, habitada por un único pueblo, esté obligada a vivir una división penosa».

«Es motivo de preocupación que haya todavía sentimientos de hostilidad y de contraposición entre las dos naciones, si bien sea motivo de esperanza saber que existe la voluntad concreta de aliviar la tensión a través de diálogos y encuentros», reconoció.

«Toda señal alentadora en esta dirección debe ser apoyada con paciencia y valentía, perseverancia y amplias miras. Sólo a través del diálogo respetuoso se pueden alcanzar objetivos positivos y duraderos», recalcó.

«Los acuerdos hasta ahora firmados testimonian que una voluntad sincera y pacífica de superación de los litigios lleva a resultados concretos en el respeto recíproco y en la lealtad, para provecho no sólo de la reconciliación entre los dos Estados, sino también de la estabilidad del marco regional en el que está integrada la península coreana», siguió diciendo

«Este camino político gozará de mayor fuerza y credibilidad si el área desarrollada de la península sabrá hacerse cargo, en la medida de sus posibilidades, de las necesidades acuciantes de la otra», afirmó el obispo de Roma..

«Es necesario construir el presente y el futuro de Corea sobre las bases sólidas del respeto de la persona en la búsqueda constante de la justicia y de la paz. Para ese fin, en la coyuntura actual, es necesario proseguir incansablemente los esfuerzos encaminados a la eliminación progresiva, equilibrada y verificable de las armas de destrucción de masa, y en particular de las nucleares».

«Lo cual comporta –como escribía hace cuarenta años mi venerado predecesor Juan XXIII en la encíclica «Pacem in Terris»– que al criterio de la paz que se basa en el equilibrio de los armamentos, se sustituya el principio de la auténtica paz que se construye sólo con la mutua confianza».

En su última parte del discurso, el Papa presentó los nuevos desafíos sociales que presenta Corea, reconociendo que la Iglesia católica «no esconde su preocupación por el triste fenómeno del aborto, que constituye una plaga social terrible».

«Se da también una práctica muy difundida del control artificial de la natalidad y se propaga una mentalidad pragmática que justifica y alienta la manipulación genética, incluso la más desaprensiva, como también la pena de muerte», siguió denunciando.

«Frente a estas graves amenazas a la vida, la Iglesia siente que su deber es reafirmar los valores en que cree, valores que son patrimonio de la humanidad porque mediante la ley natural están grabados por Dios en el corazón de los seres humanos», aseguró..

Por eso, concluyó, «un programa cuyo objetivo primario sea la defensa de la vida y de la familia, será ciertamente beneficioso para la solidez y la estabilidad de la sociedad coreana».

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ZENIT Staff

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