CASTEL GANDOLFO, 13 julio 2003 (ZENIT.org).- Publicamos las palabras que pronunció Juan Pablo II este domingo al encontrarse con los peregrinos en el patio de la residencia pontificia de Castel Gandolfo para rezar la oración mariana del «Angelus».


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¡Queridos hermanos y hermanas!

1. En este momento histórico, en el que tiene lugar un importante proceso de reunificación de Europa a través de la ampliación de la Unión Europea a otros países, la Iglesia observa con una mirada llena de amor a este continente. Junto a muchas luces no faltan algunas sombras. A una cierta pérdida de la memoria cristiana le acompaña una especie de miedo a afrontar el futuro; a una difundida fragmentación de la existencia se le unen con frecuencia la difusión del individualismo y una creciente debilitación de la solidaridad interpersonal. Se asiste a una especie de pérdida de la esperanza, en cuya raíz se encuentra el intento de hacer prevalecer una antropología sin Dios y sin Cristo. Paradójicamente, la cuna de los derechos humanos corre el riesgo de este modo de perder su fundamento, erosionado por el relativismo y el utilitarismo.

2. En la exhortación apostólica postsinodal «Ecclesia in Europa», que proclamé el pasado 28 de junio, he querido retomar estos temas de urgente actualidad, ampliamente debatidos durante la Asamblea sinodal de octubre de 1999.

«Jesucristo vivo en su Iglesia y fuente de esperanza para Europa» es el anuncio que los creyentes no dejan de renovar, conscientes de las enormes posibilidades que ofrece el momento actual, pero conscientes al mismo tiempo de sus «graves incertidumbres en el campo cultural, antropológico, ético y espiritual». La cultura europea da la impresión de ser «una apostasía silenciosa por parte del hombre autosuficiente que vive como si Dios no existiera» (número 9). Por eso, la urgencia más grande que atraviesa Europa, tanto «en el Este como en el Oeste, es su creciente necesidad de una esperanza que pueda dar sentido a la vida y a la historia, y caminar juntos» (número 4).

3. Pero, ¿cómo es posible satisfacer un anhelo tan profundo de esperanza? Es necesario regresar a Cristo y volver a comenzar a partir de Él. La Iglesia --he escrito en la exhortación-- debe ofrecer a Europa el bien más precioso que nadie más puede dar: es decir, la fe en Jesucristo, «fuente de la esperanza que no defrauda» (número 18).

Que María, aurora de un nuevo mundo, vele por la Iglesia en Europa y le dé la disponibilidad para anunciar, celebrar y servir al Evangelio de la esperanza.

[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final del «Angelus», Juan Pablo II saludó en varios idiomas a los peregrinos. En castellano pronunció estas palabras:]

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Dios nos ha dado como herencia la tierra. Identificados con Cristo, os exhorto, en este tiempo de vacaciones, a alabar al Creador que da pleno sentido a la vida ¡Feliz domingo!