CIUDAD DEL VATICANO, 18 julio 2003 (ZENIT.org).- Juan Pablo II ha subrayado el carácter liberador del perdón con ocasión de la conmemoración oficial de la reconciliación ucraniano-polaca celebrada el pasado 11 de julio, en el 60º aniversario de los trágicos sucesos de Volinia
«El nuevo milenio exige que ucranianos y polacos no permanezcan prisioneros de sus triste memoria», escribió el Papa en su mensaje enviado a los cardenales Józef Glemp –arzobispo de Varsovia y primado de Polonia–, Marian Jaworski –arzobispo de Lviv de los Latinos– y Lubomyr Husar –arzobispo mayor de Lviv de los Ucranianos— y a los «pueblos hermanos de Ucrania y Polonia» .
Hace sesenta años, a lo largo de la frontera oriental de Polonia, habitada por ucranianos, polacos y judíos, la promesa incumplida por parte de los alemanes de crear una región autónoma ucraniana desencadenó entre las comunidades una terrible destrucción que causó la muerte de decenas de miles de personas.
Sucedió en julio de 1943, «en el torbellino del segundo conflicto mundial», constató el Santo Padre. «Cuando más urgente habría sido la exigencia de solidaridad y de ayuda recíproca, la oscura acción del mal envenenó los corazones y las armas hicieron correr sangre inocente», añadió.
Ahora, sin embargo, «se advierte la necesidad de una reconciliación que permita contemplar el presente y el futuro con nuevos ojos».
Por ello, Juan Pablo II insiste en la necesidad de que ucranianos y polacos, «considerando los sucesos pasados con un espíritu nuevo, se miren el uno al otro con ojos reconciliados, comprometiéndose a edificar un futuro mejor para todos».
En este punto, el Papa recordó el proceso de purificación de la memoria en el Jubileo del 2000, cuando «la Iglesia, en un contexto solemne, con clara conciencia de lo ocurrido en tiempos pasados, pidió perdón ante el mundo por las culpas de sus hijos, perdonando en el mismo momento a cuantos le habían ofendido de distintas formas».
Es la actitud que la Iglesia propone a la sociedad civil, «exhortando a todos a una reconciliación sincera, conscientes de que no hay justicia sin perdón» y de lo frágil que sería «la colaboración sin una apertura recíproca»
Según el Santo Padre, se trata de una tarea urgente teniendo en cuenta lo necesario que es «educar a las jóvenes generaciones para que afronten el porvenir no bajo los condicionamientos de una historia de desconfianzas, de prejuicios y de violencia, sino en el espíritu de una memoria reconciliada».
Volinia es una región de Ucrania occidental con menos de un millón y medio de habitantes, muchos de ellos greco-católicos. Esta región del país está –y estaba— compuesta étnicamente por ucranianos –la mayoría–, polacos, rusos, gitanos y judíos.
Durante la Segunda Guerra Mundial –recuerda el diario «Avvenire»–, las etnias más representativas –ucranianos y polacos— formaron organizaciones político-militares para luchar contra los soviéticos, unas veces apoyándose en los alemanes y otras combatiéndoles, pero cometieron actos en perjuicio de otras nacionalidades de la zona.
Una de ellas fue la organización nacionalista ucraniana UPA –Ejército revolucionario ucraniano— liderada por Stepan Bandera, cuyo fin era –además de oponerse a la hegemonía de Moscú— expulsar de la región al resto de las etnias.
El 11 de julio de 1943, una sección del UPA ocupó e incendió el pueblo de Biskupici y dio muerte a una familia de polacos –padres y cinco hijos–. Fue sólo el comienzo.
Un día después, los hombres de Bandera mataron en Maryja Wola a dos centenares de personas aproximadamente. Treinta polacos fueron arrojados con vida a un pozo y asesinados a pedradas.
Recientemente, en el diario Den’ de Kiev, Víctor Medvedciuk, entonces presidente del Parlamento, afirmó que tales acciones habían tenido el carácter de una «limpieza étnica» contra la población polaca. «Sin duda deben ser condenadas como criminales», concluyó.