CASTEL GANDOLFO, 7 septiembre 2003 (ZENIT.org).- Juan Pablo II lanzó este domingo la recta final del Año del Rosario, que culminará el 19 de octubre, vigesimoquinto aniversario de su pontificado, comenzando una serie de meditaciones sobre los «misterios» que conforman esta práctica de oración.
Al encontrarse con varios miles de peregrinos congregados en el patio de la residencia pontificia de Castel Gandolfo para rezar la oración mariana del «Angelus», el Santo Padre comenzó recordando con evidente satisfacción que el próximo 7 de octubre viajará al Santuario de Pompeya, cerca de Nápoles (Italia), «centro de la espiritualidad del Rosario».
«Será un momento particularmente significativo del Año del Rosario, inaugurado el 16 de octubre pasado, con la firma, en la plaza de San Pedro, de la carta apostólica «Rosarium Virginis Mariae»», anunció.
Por este motivo explicó que en las próximas semanas dedicará sus encuentros dominicales con los peregrinos a meditar sobre los «misterios» que conforman el Rosario: gozosos, dolorosos, gloriosos y luminosos (estos últimos introducidos precisamente con la carta apostólica mencionada).
«Los misterios gozosos nos hacen contemplar este gozo que produce el acontecimiento de la encarnación; una alegría que no ignora el carácter dramático de la condición humana, pero que mana de la conciencia de que «el Señor está cerca», es más, es «Dios con nosotros»», aclaró.
Las escenas de los misterios gozosos son: la anunciación del ángel a María; María visita a su prima santa Isabel; el nacimiento de Jesús; la presentación de Jesús en el templo, Jesús perdido y hallado en el templo.
Para comprender los misterios gozosos, subrayó el papa dirigiéndose a unos dos mil fieles, es necesario remontarse a las palabras que pronunció el ángel al anunciar a María el nacimiento de Jesús: «¡alégrate!».
Al revivir estos momentos en el Rosario, explicó el Papa, «María nos ayuda a aprender el secreto de la alegría cristiana, recordándonos que el cristianismo es ante todo «evangelion», «buena noticia», que tiene su centro o, mejor dicho, su contenido mismo, en la persona de Cristo».
De este modo, concluyó, el Rosario, «oración sencilla y al mismo tiempo de gran profundidad», si es «bien vivida, introduce en la experiencia viva del misterio divino y suscita en los corazones, en las familias, en toda la comunidad, esa paz de la que tanta necesidad tenemos».