ROMA, 16 septiembre 2003 (ZENIT.org).- Una nueva biografía de Pablo VI constata que 25 años después de su muerte sigue sin comprenderse la contribución ofrecida por ese Papa, obispo de Roma de 1963 a 1978.
«Pablo VI – El timonel del Concilio» («Paolo VI. Il timoniere del Concilio»), publicado en Italia por la editorial Piemme, el periodista Andrea Tornielli, corresponsal en el Vaticano del diario «Il Giornale», contradice la visión de un Giovanni Battista Montini débil, incapaz de tomar decisiones.
El volumen no sólo recuerda la influencia de documentos como la encíclica «Mysterium Fidei» (sobre la doctrina y el culto a la Eucaristía), el «Credo del pueblo de Dios», o la encíclica «Humanae Vitae» (sobre la transmisión de la vida humana); sino que expone anécdotas inéditas o hechos históricos que revelan su temperamento.
En el prefacio del libro, monseñor Luigi Giussani, fundador de Comunión y Liberación ha escrito que Pablo VI «experimentaba la presencia operante del Maligno en lucha con la realidad histórica de la Iglesia, que parecía aplastarla en algunos momentos o lugares».
«Pero precisamente esta percepción renovó en él la certeza purísima de la acción del Señor, que opera de manera más fuerte todavía en el «pequeño rebaño» que le es fiel –añade–: la comunidad cristiana, nacida por la energía del Espíritu de Cristo resucitado, y unida en torno a Pedro y a los sucesores de los apóstoles».
Para comprender mejor la aportación de este libro, Zenit ha entrevistado a Andrea Tornielli.
–Tornielli: En ocasiones parece que se ha olvidado a Pablo VI. ¿Por qué?
–Su figura ha quedado aplastada entre la de su gran predecesor, Juan XXIII, y la de su gran sucesor, Juan Pablo II, elegido tras el meteórico pontificado del Papa Albino Luciani, Juan Pablo I. El Papa Montini vivió un período dificilísimo en la vida de la Iglesia, el del postconcilicio, y sufrió mucho por la misma Iglesia.
–Con frecuencia se presenta a Pablo VI como un indeciso, una especie de complejo de Hamlet. ¿Era así?
–Tornielli: En sus apuntes personales, se ha encontrado este pensamiento escrito de su puño y letra, en 1975: «¿Mi estado de ánimo? ¿Hamlet? ¿Don Quijote? ¿Izquierda? ¿Derecha?… No me siento identificado. Me dominan dos sentimientos dominantes: «Superabundo gaudio». Estoy lleno de consolación, penetrado de alegría». Fue un Papa que supo mantener el timón de la Iglesia en tiempos trágicos, y supo sufrir «penetrado de alegría».
–Se le recuerda más bien como el Papa del diálogo con el mundo moderno.
–Tornielli: Creo que es justo recordarlo así, a condición de que se entienda en sus escritos lo que él quería entender por diálogo. En su encíclica programática, «Ecclesiam Suam», se puede ver que para Pablo VI el diálogo no es otra cosa que el incansable deseo de comunicar al mundo moderno el Evangelio.
–¿Cuál es la herencia que dejó Pablo VI a la Iglesia y al mundo?
–Tornielli: Creo que la gran herencia de Pablo VI ha sido recogida plenamente por Juan Pablo II. Recordemos que Pablo VI comenzó los viajes a través del mundo: realizó nueve visitando todos los continentes. Pablo VI comenzó el ecumenismo, un ecumenismo de la caridad, como él lo llamaba, un ecumenismo hecho de gestos y de encuentros, y no tanto de discursos y proclamaciones doctrinales. Creo que estos dos elementos, junto a su ansia por anunciar el Evangelio –repito, así entendía el diálogo– son la herencia que Juan Pablo II ha recogido y desarrollado, en fidelidad a las indicaciones del Concilio Vaticano II.