ROMA, 19 septiembre 2003 (ZENIT.org).- Los caminos del Señor son inescrutables. Lo tiene muy claro Fatmir Gjimaraj, sacerdote recién ordenado de la archidiócesis de Potenza, en Italia.
Su historia es el testimonio de una persona que creció en un clima de indiferencia religiosa, propiciado por cincuenta años de ateísmo de estado, y que después de huir de su país y del contacto con la iglesia católica en Italia, se decidió por el sacerdocio.
Han pasado doce años desde que abandonó nadando su Albania natal. Hizo dos millas hasta llegar a la nave que no atracó en el puerto, atemorizada al ver tanta gente que quería embarcar. Llegó a Italia y allí conoció la fe y la llamada al sacerdocio, según él mismo ha contado en las páginas del periódico «Avvenire».
En su primera misa, el sacerdote ha citado su «estupor» por su propia historia, que empezó en marzo del 1991, cuando todavía tenía diecisiete años. Estaba esperando para entrar en la universidad, pero supo que una nave militar italiana y una nave pesquera estaban en el puerto.
Decidió escaparse, y después de varias peripecias por ciudades italianas, encontró un trabajo como barbero en la ciudad de Trivigno. Poco tiempo después de llegar empezó el catecumenado. En 1992, la noche de Navidad, recibió el bautismo, la confirmación y la primera comunión.
«Empecé a vivir una vida normal como cristiano. Cada vez dedicaba más tiempo a momentos de discernimiento y menos a divertirme. Me había impresionado un póster con el rostro de san Francisco y la frase «Señor, ¿qué quieres que haga?». Y después de un período de discernimiento vocacional sacerdotal, se decidió.
«Sé que una historia como la mía puede ayudar a alguien. Pero es sobretodo con los más pequeños, con los niños, donde hay trabajo. Muchos misioneros lo están haciendo ya en Albania: en los muchachos está la esperanza del mañana», manifiesta.