CIUDAD DEL VATICANO, 21 septiembre 2003 (ZENIT.org).- El próximo 5 de octubre, la Sociedad del Verbo Divino vivirá un día de fiesta cuando Juan Pablo II canonice a uno de sus miembros, el padre José Freinademetz, cuya vida fue expresión del que fue su lema: «El idioma que todos entienden es el amor».
El sacerdote verbita es conocido por la intensa actividad apostólica que desarrollo en China, sirviendo a dicho pueblo con gran amor, espíritu de sacrificio y fortaleza cristiana en las dificultades y peligros.
José Freinademetz nació el 15 de abril de 1852 en Oies –un pequeño paraje de cinco casas en los Alpes Dolomitas del norte de Italia–, provincia de Bolzano.
Ya durante sus estudios teológicos en el seminario mayor diocesano de Bresanone comenzó a pensar seriamente en las «misiones extranjeras» como una posibilidad para su vida.
Ordenado sacerdote el 25 de julio de 1875, fue destinado a la comunidad de San Martín de Badia, muy cerca de su casa natal, donde pronto se ganó el corazón de sus paisanos.
Dos años después, obtuvo el permiso de su obispo para seguir la vocación misionera. En agosto de 1878 ingresó en la Sociedad del Verbo divino, fundada poco antes por el beato Arnoldo Janssen –cuya canonización presidirá igualente Juan Pablo II el próximo 5 de octubre–.
El 2 de marzo de 1879 recibió la cruz misional y partió hacia China junto a otro misionero verbita, el padre Juan Bautista Anzer. Dos años estuvieron preparándose en Hong Kong para la misión que les fue asignada en Shantung del Sur, una provincia con 12 millones de habitantes y sólo 158 bautizados.
Uno más en la cultura china
El padre Freinademetz quiso aprender el chino a la perfección; pero ante todo, trató de llegar al corazón de la gente, entrar en sus problemas, usar comparaciones y ejemplos sencillos, comer y vestir como ellos.
«Amo China y a los chinos y desearía morir mil veces por ellos. Ahora que no tengo tantas dificultades con el idioma y que conozco la gente y sus costumbres, considero China como mi patria, como mi campo de batalla donde deseo morir», escribió a sus padres en 1886.
Fueron años duros, marcados por viajes largos y difíciles, asaltos de bandoleros y arduo trabajo para formar las primeras comunidades cristianas. Tan pronto como ponía en marcha una comunidad, el obispo le requería para comenzar en otro lugar.
El padre Freinademetz comprendió enseguida la importancia que tenían los laicos comprometidos para la primera evangelización, sobre todo como catequistas. A su formación dedicó muchos esfuerzos y preparó para ellos un manual catequístico en chino. Al mismo tiempo, junto con Juan Bautista Anzer –que ya había sido nombrado obispo–, se empeñó en la preparación, atención espiritual y formación permanente de sacerdotes chinos y de los demás misioneros.
Murió en Taikiachwang el 28 de enero de 1908 en una epidemia de tifus, enfermedad que contrajo prestando su asistencia incansable. Su sepultura enseguida se convirtió en un lugar de peregrinación para los cristianos.
Freinademetz supo descubrir y amar profundamente la grandeza de la cultura del pueblo al que había sido enviado. Dedicó su vida a anunciar el Evangelio, mensaje del Amor de Dios a la humanidad, y a encarnar ese amor en la comunión de comunidades cristianas chinas.
Animó a dichas comunidades a abrirse en solidaridad con el resto del pueblo chino y entusiasmó a muchos chinos para que fueran misioneros de sus compatriotas como catequistas, religiosos, religiosas y sacerdotes.
El Papa Pablo VI lo beatificó el 19 de octubre del Año Santo de 1975.