CANCÚN, 27 septiembre 2003 (ZENIT.org).- Los países en vías de desarrollo parecen ser las principales víctimas del colapso de las conversaciones de la Organización Mundial de Comercio. Se reunieron a orillas del mar representantes de 146 naciones para continuar la ronda de negociaciones de Doha que comenzó en Qatar el pasado 2001.
Cancún venía a ser un hito en los esfuerzos por culminar para fines del 2004 la ronda de conversaciones y lograr un nuevo acuerdo de comercio global. Quedaban muchos puntos polémicos por afrontar cuando llegaron los delegados a Cancún. El derrumbamiento de la reunión que siguió tuvo lugar cuando los países en desarrollo rechazaron que se comenzaran negociaciones sobre medidas para reactivar el comercio, como normas de inversión y políticas de competencias que los europeos y japoneses consideran claves para sus fines generales, informaba el 15 de septiembre el Wall Street Journal.
El punto crítico se enfocó sobre si los países ricos tenían la voluntad de reducir los 300.000 millones de dólares que al año conceden a sus productores agrícolas. Tanto la Unión Europea como Estados Unidos mostraron pocos signos de cambio. Al final, frente a los altos costes políticos y sociales de recortar los subsidios, los países ricos han preferido perseguir sus intereses nacionales.
Lo que está en juego
Antes del encuentro, el presidente del Banco Mundial, James Wolfensohn, escribiendo en el Financial Times del 8 de septiembre, comentaba que «la reunión de Doha es la primera vez que los intereses de los países en desarrollo se han visto colocados en el centro de las negociaciones multilaterales de comercio».
Observaba que unas conversaciones acertadas que condujeran a bajar las tarifas y estimular el comercio podría llevar a 520.000 millones de dólares en ganancias. El estímulo del crecimiento económico en las naciones más pobres podría potencialmente sacar a 140 millones de personas más de la pobreza para el año 2015.
Wolfensohn observaba que no son sólo los países más ricos los que necesitan reformas. Muchos países con rentas medias tienen tarifas medias altas en todos los sectores. Esta protección mina a sus socios de comercio e impide que crezca su propia productividad. «Los exportadores latinoamericanos, por ejemplo, hacen frente a impuestos en Latinoamérica que son siete veces más altos que aquellos a los que se hace frente en los países industrializados», hacía notar el presidente del Banco Mundial.
Escribiendo en el Wall Street Journal el 8 de septiembre, el representante comercial de Estados Unidos, Robert Zoellick, explicaba que durante la pasada década las exportaciones sumaron el 27% del crecimiento de Estados Unidos. Según Zoellick, los dos mayores acuerdos comerciales de los 90 –la Ronda de Uruguay y el Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos, Canadá y México– aumentaron los ingresos de una familia media de Estados Unidos de cuatro miembros de 1.300 a 2.000 dólares al año. De igual manera, los ingresos en los países en desarrollo que quitaron las barreras comerciales crecieron en la mayoría tres veces más rápido en los 90 que los ingresos en los países que permanecieron cerrados, muestra la investigación del Banco Mundial.
El Secretario General de las Naciones Unidas, Kofi Annan, escribiendo en el diario británico Guardian el 8 de septiembre, comentaba que las decisiones tomadas en Cancún «podrían marcar la diferencia entre oportunidad y pobreza, incluso entre la vida y la muerte, para millones de personas en los países más pobres». También hacía notar que incluso en los países ricos, los granjeros pobres se benefician menos de los subsidios, puesto que la parte de león de los fondos gubernamentales va a parar a las granjas más grandes y a los grandes productores. «Para salud de la humanidad, estos subsidios se deben eliminar tan rápidamente como sea posible», afirmaba Annan.
Los factores tras el fallo
Antes del encuentro de Cancún, el comisionado agrícola de la Unión Europea, Franz Fischler, había ya dejado clara la resistencia de la Unión Europea a las reformas en los subsidios. Según el Guardian del 5 de septiembre, Fischler afirmaba que Bruselas defendería con fuerza a sus agricultores. Fischler también acusaba a los países en vías de desarrollo de pedir que los países desarrollados llevaran a cabo cambios drásticos mientras ellos mismos no hacían nada. En cuanto a Estados Unidos, observaron los comentaristas, sería un suicidio político para George W. Bush el recortar los subsidios justo un año antes de las elecciones presidenciales.
Los malos resultados de Cancún ponen en duda el objetivo de terminar las negociaciones el año próximo. El encuentro ha visto la formación de un nuevo bloque de negociación, formado por unos 20 países en desarrollo, liderados por Brasil, India y China. Algunos analistas opinan que esto hará que sea más difícil alcanzar un acuerdo. Otros temen que Estados Unidos pierda interés en la Organización Mundial de Comercio, prefiriendo seguir el camino de tratados bilaterales con sus principales socios comerciales. Los más optimistas recuerdan que las conversaciones sobre comercio del pasado se han llevado a cabo con duros momentos y en ocasiones han necesitado años para concluir.
Según Richard Bernal, delegado de Jamaica, un grupo de países africanos, caribeños, asiáticos y latinoamericanos sentía que tenía pocas opciones sino era parar las negociaciones, informaba el 15 de septiembre el New York Times. Estados Unidos y Europa, declaraba, no han sido suficientemente generosos a la hora de reducir sus subsidios agrícolas. «Para nosotros los países pequeños no hay nada en esta oferta», afirmaba Bernal. Un portavoz del grupo, el ministro de asuntos exteriores de Brasil, Celso Amorim, afirmó que estas naciones han demostrado que son una nueva fuerza en la organización de comercio.
Un comentario del 15 de septiembre de la organización de análisis Stratfor afirmaba que además del creciente descontento de los países en desarrollo, el fracaso de Cancún se debió también a la fractura de las relaciones entre Estados Unidos y los europeos. En conversaciones pasadas, Estados Unidos, Europa y Japón cooperaban en general para llevar adelante las conversaciones. Pero esta vez, observaba Stratfor, Estados Unidos y Europa no han logrado desarrollar una agenda común de cara a Cancún y, en su lugar, han perdido la mayor parte del tiempo intentando presentar al otro como el mayor enemigo de los intereses de los países en vías de desarrollo. «Al hacer esto, han logrado socavar su capacidad combinada de intimidar a los países menos poderosos en la mesa de negociaciones», observaba Stratfor.
Se exteriorizan las protestas
Una interesante nota a pie de página al encuentro de Cancún fue la ausencia de las grandes o incluso violentas protestas que habían marcado los recientes encuentros de comercio y economía internacional. Los problemas se limitaron al suicidio de un granjero coreano y a algunas escaramuzas menores entre manifestantes y policía.
Antes del encuentro, la península de Cancún fue acordonada por 20.000 policías y soldados, respaldados por helicópteros, patrullas navales y verjas de hierro, informaba el 10 de septiembre el Telegraph de Londres. Con todo, sólo aparecieron de 5.000 a 10.000 manifestantes, muchos menos de los esperados. Protestar contra las conversaciones de comercio destinadas a ayudar a los países pobres claramente no es una causa popular. Y la falta de apoyo popular también reveló que los grupos de protesta más extremos son esencialmente pequeñas bandas interesadas sólo en la destrucción.
La nota sobre el encuentro de Cancún publicada por la Santa Sede en el L’Osservatore Romano del 10 de septiembre pedía a los delegados que recordaran que «el comercio internacional se debe basar en el principio del valor inalienable de la persona hum
ana, fuente de todos los derechos humanos y de todo orden social».
La Santa Sede comentaba que el libre comercio se ha de conformar de acuerdo a los principios de justicia social y que puede ser llamado verdaderamente justo cuando «permite que los países desarrollados y en vías de desarrollo se beneficien de la misma forma de la participación en el sistema de comercio global y les permite fomentar el desarrollo humano de todos y cada uno de sus ciudadanos».
La nota observaba: «El desafío es crear un marco jurídico para el comercio que dé a los países en desarrollo un extra económico y la autonomía política para lograr las metas del desarrollo humano, a la vez que respete las legítimas preocupaciones con respecto a los patrones laborales, sociales y medioambientales».
Puntos que deben tener en mente los negociadores cuando intenten ahora resucitar las conversaciones sobre comercio.