II Congreso Americano Misionero: «No podemos callar lo que hemos visto y oído»

Mensaje al Pueblo de Dios

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CIUDAD DE GUATEMALA, 2 diciembre 2003 (ZENIT.org).- Publicamos a continuación el «Mensaje al Pueblo de Dios» difundido al concluir el II Congreso Americano Misionero (CAM2) que, bajo el lema «Iglesia en América, tu vida es misión», se ha celebrado en la capital guatemalteca del 25 al 30 de noviembre.

En el mensaje se anuncia la creación en América Central de un centro de formación y animación de misioneros «ad gentes», fruto del CAM2.

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CAM2 – COMLA7
MENSAJE AL PUEBLO DE DIOS

“No podemos callar lo que hemos visto y oído”

Desde el corazón de América, saludamos a las Iglesias que peregrinan en el Continente Americano y en las islas del Caribe: “Gracia y paz a ustedes de parte de Dios Padre y de Jesucristo el Señor” (2 Tes 1, 2).

1. En el espíritu de “Iglesia en América”

Al concluir en la ciudad de Guatemala los trabajos del Segundo Congreso Americano Misionero (CAM 2), que es al mismo tiempo el Séptimo Congreso Misionero Latinoamericano (COMLA 7), brota espontáneo en nuestros corazones rebosantes de esperanza y alegría, un cántico de acción de gracias al Dios de la Vida, que nos invita a compartirlo con todos los hermanos.

Durante estos días, hemos experimentado la unidad fundamental que nos da la comunión en la misma fe, en la misma esperanza y en la misma caridad. Superando las fronteras y las barreras de lenguas y culturas, nos hemos enriquecido mutuamente con el intercambio de experiencias, realizaciones y compromisos en la urgente y gloriosa tarea de anunciar el Evangelio como testigos fieles de Jesucristo.

Hemos vivido un Congreso que se presenta como un “signo de unidad de todos los pueblos del continente” (Juan Pablo II, Mensaje al CAM2, n. 5). Durante una semana, estuvimos compartiendo en un “cenáculo misionero” que reunió a hijos e hijas de la Iglesia procedentes de todos los rincones del continente americano, desde el Polo Norte hasta el Polo Sur, pasando por las islas del Caribe.

2. Desde la pequeñez, la pobreza y el martirio

Por primera vez en la historia del “continente de la esperanza”, la preparación de este acontecimiento fue asumida por un grupo de países. En ella, en efecto, se involucraron todas las Iglesias particulares del Istmo – con el acompañamiento del Secretariado Episcopal de América Central (SEDAC) – encabezadas por sus obispos y vicarios de pastoral y animadas por las Obras Misionales Pontificias.

Una de las características más originales del CAM2 – COMLA7 es el haber sido preparado con una conciencia clara de que se hacía “desde la pequeñez, la pobreza y el martirio”.

Sí, nuestro Congreso se realizó desde la pequeñez de esta región de América, que significa poco para las naciones poderosas del mundo. Pero la experiencia que hemos vivido en la fe como “pequeño rebaño” (Lc 12, 32)nos ha dado una nueva y más profunda comprensión de la parábola del grano de mostaza, que “se desarrolla y se hace un árbol, y los pájaros del cielo anidan en sus ramas” (Lc 13, 19). Es la pequeñez a la que canta alborozada la Virgen del Magnificat, al exaltar la acción de Dios en los pobres, como resplandece en la edificante vida del Santo Hermano Pedro de San José Betancur y San Juan Diego.

Hemos vivido también un Congreso preparado desde la pobreza que golpea cruelmente a los pueblos centroamericanos. Pero eso mismo nos ha hecho más sensibles al misterio que Dios nos reveló en su hijo Jesucristo, “el primero y el más grande evangelizador”, que “siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” (2 Cor 8, 9). Cristo, en efecto, realizó su misión en la pobreza, en el desprendimiento y en la persecución. Como El –siguiendo la invitación del documento de Puebla- “debemos dar desde nuestra pobreza” (n. 368). Nuestros pueblos son pobres en bienes materiales, pero tienen la riqueza inmensa de la fe. Podemos, entonces, decir que son ricos porque la falta de fe es la más grande de las pobrezas.

Desde la pequeñez y la pobreza de América Central, anhelamos impulsar la misión sin tener otros recursos para el anuncio del Evangelio que un corazón lleno de fe y esperanza, manos generosas para compartir y pies presurosos para hacer llevar con urgencia la Palabra del Señor, verdadero don de Dios para todos los pueblos.

Aquí hemos comprendido mejor que el Señor actúa por medio de su Espíritu, a pesar de nuestra pequeñez, cuando no confiamos en nuestras propias fuerzas sino en el poder de Dios. Por eso, “desde el corazón de América, desde nuestra pequeñez y desde nuestra pobreza ” – como dice el himno oficial del Congreso – gritamos al mundo nuestro lema: “¡Iglesia en América, tu vida es misión!” . En estos días de gracia, hemos vislumbrado que brillará una gran luz para el mundo, si acogemos la palabra del Señor que nos envía a evangelizar más allá de nuestras fronteras.

Veremos surgir esta “nueva luz” sobre todo de la reciente vivencia martirial de las Iglesias que nos han acogido con tanta cordialidad y fraternidad. Por eso decimos que el CAM2 – COMLA7 ha sido celebrado desde el martirio. Durante todos estos días, han estado presentes en nuestra mente los numerosos mártires de estas tierras -laicos en su mayoría – catequistas y delegados de la palabra; también religiosas, religiosos y sacerdotes. Entre los “testigos fieles” hasta la efusión de la sangre que ha fecundado los surcos del Evangelio, hemos evocado de manera especial a Monseñor Oscar Arnulfo Romero y a Monseñor Juan Gerardi. Los nombres de muchos otros mártires sólo son conocidos por Dios.

Nos emociona el homenaje que les rindió a todos el Vicario de Cristo, cuando dijo: “Me inclino con reverencia ante el sacrificio de estos humildes y valientes trabajadores de la viña del Señor (…) a los cuales ha sido dado no sólo creer en el Evangelio y proclamarlo, sino que han llegado a derramar su sangre en el servicio a la Palabra de vida” (Carta a los obispos de Guatemala, 02.12.84).

3. El llamado a la misión es una vocación a la santidad

En la sesión inaugural del Congreso, hemos escuchado con devoción el mensaje de Su Santidad Juan Pablo II, quien nos recordó que “la historia de la evangelización del continente americano (…) muestra la íntima relación entre santidad y misión” (Juan Pablo II, Mensaje al CAM2, n. 2). El mismo constata con gozo que, desde hace más de cinco siglos, “el Espíritu del Señor ha suscitado en estas benditas tierras hermosos frutos de santidad en hombres y mujeres que, fieles al mandado misionero del Señor, han entregado su propia vida al anuncio del mensaje cristiano, incluso en circunstancias y condiciones heroicas” (Ibid.).

Durante estos días hemos orado con los pueblos indígenas de Guatemala. Su plegaria les lleva con toda naturalidad a contemplar a Dios en la creación y en su plan de Redención, a confiarle el dolor y el sufrimiento, a mantener la esperanza cuando el horizonte parece completamente oscuro, a descubrir su presencia providente en las cosas y los gestos más sencillos, a darle gracias porque su ternura maternal de Padre se expresa de múltiples maneras. Al ver cómo expresan su fe en Jesucristo y su amor a la Iglesia desde los valores de su cultura, hemos reafirmado nuestro convencimiento de que el Reino de Dios nace en los corazones desde la pequeñez, la pobreza y el martirio.

El Santo Padre después de recordarnos que “no basta renovar los métodos pastorales” y que “es necesario suscitar un nuevo ‘anhelo de santidad’ entre aquellos que son los colaboradores más íntimos de los misioneros” (Redemptoris Missio, 90), nos pone ante los ojos a los millones de seres humanos que todavía no conocen a Cristo. P
or eso nos recuerda con vehemencia que “el anuncio de la Buena Noticia es una tarea vital e inderogable” (Juan Pablo II, Mensaje al CAM2, n. 3).

4. “Iglesia en América, tu vida es misión”

En el alba del nuevo milenio, el Vicario de Cristo ha repetido a todos los hijos e hijas de la Iglesia la apremiante invitación del Señor a entrar sin miedo en las aguas profundas de la historia presente. Por medio de él, Cristo renueva su mandato ineludible, el mismo que hizo exclamar a Pablo: “¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!” (1 Cor 9, 16). Por eso, al contemplar el espectáculo espléndido de más de tres mil católicos que han participado en este “cenáculo continental” han resonado en nuestro corazón las palabras del Profeta: “¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas noticias, que anuncia la salvación, que dice a Sión: ‘ya reina tu Dios’!” (Is. 52, 7).

Debemos compartir lo más bello que recibimos en el día de nuestro bautismo: el don de la fe. De ahí brota como de una fuente viva nuestra vocación y compromiso a la misión «Ad gentes»: Los pueblos que habitaban América recibieron el Evangelio, primero, del continente europeo y, luego, por la cooperación de las Iglesias particulares del mismo continente americano. Todavía hace pocos años, los países del norte enviaban sacerdotes, religiosos y religiosas como misioneros al sur. En cambio hoy día, a raíz de la migración cada vez más numerosa, procedente de los países empobrecidos del sur, hombres y mujeres latinoamericanos y caribeños están presentes en las grandes ciudades del norte.

Leemos en los Hechos de los Apóstoles que los primeros cristianos se dispersaron al desatarse la persecución en Jerusalén, pero en el camino iban anunciando a Jesucristo. Algo semejante sucede hoy con innumerables hermanos y hermanas que han abandonado sus tierras huyendo de graves peligros o buscando un futuro mejor. Muchos han llegado a los países del norte de América armados de su fe profunda en Jesucristo y de su amor entrañable a la Iglesia. En realidad podemos considerarlos como enviados y misioneros de Dios, porque por su testimonio recuerdan a quienes viven en la abundancia, los valores auténticos del Evangelio. Las Iglesias de las que proceden nos comprometemos a acompañarles, y las Iglesias a las que llegan deseamos ofrecerles una acogida cada vez más cálida.

Con humildad recogemos el reto que el sucesor de Pedro nos ha lanzado: “Este Congreso está orientado hacia dicha tarea. Responded, pues, con prontitud al llamado del Señor. ¡Manifestad el deseo de ser testigos gozosos y apóstoles entusiastas del Evangelio hasta los últimos confines de la tierra, mediante el testimonio de una vida santa!” (Juan Pablo II, Mensaje al CAM2, n.3).

5. “No podemos callar lo que hemos visto y oído” (He 4, 20)

El Congreso que hoy clausuramos ha sido una profunda experiencia de encuentro personal y comunitario con Jesucristo resucitado. Desde esta vivencia inolvidable nos lanzamos al futuro, proclamando con los apóstoles que “no podemos callar lo que hemos visto y oído” (He 4, 20).

No podemos callar los niños, que aún siendo pequeños somos la primavera misionera de la Iglesia; no podemos callar los jóvenes que hemos descubierto en Jesucristo al amigo por quien vale la pena entregar la propia vida; no podemos callar los cristianos y cristianas que hemos sido llamados en virtud del bautismo y la confirmación a remar mar adentro en nuestra respuesta misionera; no podemos callar los consagrados, llamados al seguimiento radical de Cristo también en su misión; no podemos callar los presbíteros que en virtud de nuestra ordenación estamos disponibles a ser enviados a predicar el Evangelio a cualquier lugar de la tierra. Especialmente no podemos callar los obispos, que deseamos responder al Señor que nos interpela a vivir a fondo la índole misionera de nuestro ministerio. Como enseña el Santo Padre, toda la acción pastoral del obispo “debe estar caracterizada por un espíritu misionero, para suscitar y conservar en el ánimo de los fieles el ardor por la difusión del Evangelio” (Pastores Gregis, 65).

No podemos callar cuando nos damos cuenta de que más de la mitad de los católicos del mundo viven su fe en el continente americano. Por eso anunciamos con gozo que como fruto del CAM2 – COMLA7, se creará en América Central un centro de formación y animación de misioneros “Ad Gentes”.

Que Santa María de Guadalupe, primera evangelizadora de América, junto con los Mártires, Santos y Santas de nuestro continente, intercedan ante Jesús para que derrame abundantemente sus gracias sobre la Iglesia que peregrina en América y así pueda responder con mayor generosidad a su compromiso misionero en bien de la Iglesia Universal.

Guatemala de la Asunción, 29 de noviembre de 2003

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ZENIT Staff

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