Empresas con conciencia

Gana terreno el reconocimiento de la responsabilidad social de la iniciativa privada

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NUEVA YORK, 6 de diciembre de 2003 (ZENIT.org).- Un tema de creciente importancia en el ámbito de los negocios y de la ética es el concepto de responsabilidad social de la empresa. Tanto las organizaciones internacionales como la opinión pública demandan cada vez más que las empresas privadas asuman un mayor papel en la promoción del bienestar de las comunidades donde operan.

A nivel mundial, se está promoviendo a través de Global Compact de Naciones Unidas. Lanzada en julio del 2000, la iniciativa intenta promover «una ciudadanía empresarial responsable». Bajo Global Compact, se invita a las empresas a sumarse a nueve principios en el funcionamiento de sus actividades. Los principios se subdividen en tres secciones:

— Derechos Humanos
1. Los negocios, dentro de su esfera de influencia, deben apoyar y respetar la protección de los derechos humanos proclamados internacionalmente.

2. Cerciorarse de que no son cómplices de abusos de derechos humanos.

— Condiciones laborales
3. Los negocios deben respaldar la libertad de asociación y el reconocimiento efectivo del derecho de negociación colectiva.

4. La eliminación de toda forma de trabajo forzado u obligado.

5. La abolición efectiva del trabajo infantil.

6. Eliminación de la discriminación en cuanto a empleo y ocupación.

— Medio ambiente
7. Los negocios deben respaldar una postura preventiva ante los desafíos medioambientales.

8. Emprender iniciativas para promover una mayor responsabilidad ambiental.

9. Animar el desarrollo y difusión de tecnologías respetuosas del medio ambiente.

Global Compact confía en el cumplimiento voluntario y su estructura organizativa es la de una red, que abarca a algunos organismos de Naciones Unidas. También participan gobiernos, empresas, sindicatos y organizaciones no gubernamentales. Las últimas actividades organizadas por Global Compact han incluido conferencias en España y Alemania, implicando a un gran número de representantes de empresas, gobiernos y sociedad civil.

Un artículo de Peter Utting, en el primer número de la revista United Nations Chronicle de este año, analizaba el éxito que ha tenido esta iniciativa hasta ahora. Utting, coordinador responsable de investigación en el Instituto de Investigación para el Desarrollo Social de Naciones Unidas, observaba que los autores consideran la iniciativa «como un acercamiento novedoso y pragmático que puede reformar la cultura empresarial al inculcar nuevos valores y movilizar los recursos de los grandes negocios para el desarrollo social y sostenible». Según este punto de vista, la cooperación y el cumplimiento voluntario ocupan un lugar preferente ante una postura reguladora más severa.

Sin embargo, los críticos han expresado su preocupación de que «pueda hacer más por mejorar la reputación de las grandes empresas de negocios que por ayudar al medio ambiente y a la gente que lo necesita». Las empresas no sólo escogen los principios en los que desean concentrarse, sino que, además, hay una pequeña supervisión sobre la manera en que las empresas se están conformando de acuerdo con los principios.

Al final, Utting considera que a pesar de las debilidades y los limitados logros, Global Compact proporciona un foro útil donde pueden tratarse temas de justicia social y desarrollo.

El Secretario General de Naciones Unidas, Kofi Annan, lo ve del mismo modo. En un discurso de 7 de octubre, Annan explicaba: «El acuerdo no es un código de conducta. Es simplemente una plataforma, una arena, un marco para la cooperación y el aprendizaje. Busca soluciones para los problemas societarios, a la vez que asegura que los mercados permanecen abierto y que la globalización sirve a todas las personas».

Reacción de las empresas
La aplicación de estos principios a cada una de las empresas es una tarea mucho más compleja, como revelaba un libro publicado a principios de este año. En «Empires of Profit: Commerce, Conquest and Corporate Responsability» (Imperios del Beneficio: Comercio, Conquista y Responsabilidad Corporativa), Daniel Litvin examina algunos casos de estudio que abarcan ejemplos desde la India del siglo XIX hasta nuestros días.

Litvin, consultor y escritor de temas económicos, observa cómo la reacción adversa ante algunos aspectos de la globalización ha forzado a los negocios a dar una réplica a las críticas sobre sus prácticas. La respuesta formulada bajo el título de responsabilidad social corporativa cubre una amplia gama de actividades, abarcando desde la publicación de código de negocios y la práctica de la auditoría social, hasta campañas de relaciones públicas.

Observa que una dificultad en el área de la responsabilidad social corporativa es la amplia gama de factores que están implicados. Derechos humanos, preocupaciones laborales y el medio ambiente son sólo algunas de las áreas que conducen a conflictos entre empresas, poblaciones locales y gobiernos. Los conflictos étnicos que tienen lugar en las zonas donde operan las empresas; los conflictos sobre la distribución de los recursos económicos; y el disentir con el gobierno de turno –todo puede dar lugar a protestas sobre cómo opera un negocio.

Asimismo, incluso los pasos dados, aparentemente positivos, para aplicar principios éticos pueden tener sus contrapartidas. Litvin cita el ejemplo de cómo las protestas de consumidores activistas en Estados Unidos llevaron a que los trabajadores de las factorías de Bangladesh dejaran de utilizar unos 50.000 niños trabajadores con menos de 14 años. Debido a la pobreza de sus familias, esto llevó a que los niños buscaran otros trabajos, en condiciones mucho peores.

En general, Litvin concluye que sus casos de estudio revelan un problema doble. Primero, en muchos casos los problemas sociales a los que se enfrentan las empresas son demasiado complejos para poder hacerles frente. Segundo, «los gigantes corporativos se han mostrado como una casta especialmente chapucera y torpe».

Para mejorar algunos temas propone un par de recomendaciones: para las empresas, mayor atención a la complejidad de las situaciones subyacentes con las que las empresas deben tratar; y por parte de los gobiernos occidentales y anfitriones, más preocupación por el contexto social en el que se toman las decisiones de inversión.

¿Beneficios o personas?
John Stapleford, profesor de desarrollo económico en el Eastern College en Pennsylvania, avanzó otro punto de vista sobre el tema. En su libro del 2002: «Bulls, Bears and Golden Calves: Applying Christian Ethics in Economics» (Toros, Osos y Vacas Sagradas: Aplicando la Ética Cristiana a la Economía), Stapleford dedica un capítulo a la responsabilidad social.

Un gran parte de la teoría económica, observa, asume que la maximización de los beneficios es el principal objetivo de los negocios. Si una empresa no logra beneficios a largo plazo, cerrará sus puertas. Además, los negocios ya hacen una contribución sustancial al bienestar social sólo con producir bienes y servicios y crear puestos de trabajo.

Sin embargo, continúa Stapleford, vivimos en un mundo caído donde emergen a menudo el egoísmo, la avaricia y la injusticia. Además, no todos los métodos que se utilizan para maximizar los beneficios son éticamente aceptables. Incluso seguir al pie de la letra la ley no es en ocasiones suficiente, puesto que algunas leyes sancionan injustamente injusticias sociales.

Stapleford hace algunas recomendaciones. Aboga por un sistema de libre mercado, porque la existencia de competidores hará que las empresas sean honestas a largo plazo. También anima a los cristianos a poner en práctica sus creencias en su trabajo, especialmente cuando pueden influir en las decisiones de dirección. Apoya además que se refuercen las regulaciones gubernamentales con tal de que logren realmente los efectos deseados.< br>
Stapleford acentúa en general la responsabilidad individual al tratar estas cuestiones. Un empleado, encargado o cliente, cada uno de nosotros debe estar preparado para responder a los comportamientos y elecciones no éticas en los asuntos de negocios, afirma. Esto significa estar bien informado así como vivir de forma activa nuestra fe cristiana.

El Catecismo de la Iglesia Católica, en su número 2432, reconoce que los beneficios son una parte necesaria de la actividad empresarial: «Permiten realizar las inversiones que aseguran el porvenir de las empresas y garantizan los puestos de trabajo».

Sin embargo, en su número 2426, observa: «La vida económica no tiende solamente a multiplicar los bienes producidos y a aumentar el lucro o el poder; está ordenada ante todo al servicio de las personas, del hombre entero y de toda la comunidad humana». Aunque la vida económica funcione legítimamente dentro de sus propios métodos, también «debe moverse no obstante dentro de los límites del orden moral, según la justicia social, a fin de responder al plan de Dios sobre el hombre». Una mayor atención a sus obligaciones sociales por parte de las empresas es una parte del cumplimiento de este plan.

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ZENIT Staff

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