ROMA, 9 diciembre 2003 (ZENIT.org).- Es urgente dar un sentido a la globalización para superar sus múltiples ambigüedades y para que ejerza una función más decidida al servicio del hombre, reclamó el viernes pasado el presidente del Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz, el cardenal Renato R. Martino.
Al respecto, la Iglesia puede hacer mucho –aclaró el purpurado–, puesto que ésta trabaja para unir la humanidad, poniendo en el centro al hombre, imagen de Dios y dotado de una dignidad trascendente.
De esta forma el presidente del dicasterio abordó «El magisterio de la Iglesia en la globalización» en la jornada central del Congreso Internacional de estudios sobre León XIII con ocasión del centenario de su muerte. El encuentro, celebrado en el Palazzo Altieri en Roma, se clausuró el 6 de diciembre.
Para el purpurado, la Iglesia lleva adelante el concepto de globalización como repartición, valorando las diferencias pero en un marco unitario y de colaboración, sintetiza un comunicado del Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz.
«Compartir, de hecho, quiere decir ser diferentes –continúa–, pero a partir de una unidad de fondo y tendiendo a ésta. Por ello la Iglesia siempre ha sido la primera en apoyar la identidad cultural y nacional de los pueblos, sin hacerlas un absoluto nunca, sino poniéndolas en relación con una identidad mayor, esto es, con la pertenencia a todo el género humano».
Además la Iglesia, como no se cansa de repetir Juan Pablo II, subraya con fuerza la urgencia de globalizar la solidaridad, encontrando convergencias progresivas hacia un «código ético común», reconoció el cardenal Martino.
«Con ello no se pretende –precisó el purpurado citando al Papa– un único sistema socio-económico dominante o una única cultura que impondría sus propios valores y criterios a la ética. Es en el hombre en sí, en la humanidad universal surgida de las manos de Dios, donde hay que volver a buscar las normas de vida social».
«Esta búsqueda –añadió– es indispensable para que la globalización no sea sólo otro nombre de la relativización absoluta de los valores y de la homogeneización de los estilos de vida y de las culturas».
«La Iglesia acompaña a la humanidad en el descubrimiento del rostro humano de la globalización» de forma que, «cada vez más, tras el problema de las patentes sobre los organismos genéticamente modificados se vea el rostro de los campesinos africanos, tras enunciados de cifras en un monitor se vea a los pequeños ahorradores de las economías en vías de desarrollo», constató el purpurado.
El rostro humano de la globalización implica también que «tras los satélites y fibras ópticas se vea a muchos jóvenes que en los países pobres podrían formarse con las nuevas tecnologías», que «tras los sofisticados diagramas de la nueva economía se vean las empresas como comunidades de personas y tras la flexibilidad laboral a las familias de los trabajadores».
«Ésta es la perspectiva cristiana para la gobernabilidad de la globalización», concluyó.