J. Weiler: «Una Constitución europea laicista iría contra el pluralismo»

Según el catedrático judío estadounidense

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MADRID, 10 diciembre 2003 (ZENIT.orgVeritas).- En un encuentro con periodistas, poco antes de presentar en España su libro «Una Europa cristiana», el catedrático judío Joseph H. H. Weiler, defensor de la inclusión del cristianismo en la Constitución europea, argumentó su oposición a dos credos asumidos por Europa, y según el constitucionalista, totalmente falsos: que la religión amenaza la democracia (y viceversa), y que laicidad y neutralidad son conceptos equivalentes.

Joseph H. H. Weiler es catedrático de la New York University School of Law, en las cátedras Joseph Strauss de Derecho y Jean Monnet sobre la Unión Europea, y uno de los mayores expertos en derecho constitucional europeo.

Para este estudioso del proceso de la integración europea, el mensaje americano, que relega la religión a la esfera privada, es incongruente con la situación europea.

«El mensaje americano parece decir: si sois democráticos la religión debe ser algo privado», pero Weiler se pregunta «¿acaso un Estado como Dinamarca, donde la Constitución reconoce como iglesia oficial el luteranismo, es menos democrático que Estados Unidos?».

Según este pensador judío, es necesario huir del credo que sostiene que la religión y la democracia son enemigos mutuos. «El mensaje del verdadero modelo europeo es que no hay contradicción entre religión y democracia, una no debe tener miedo de la otra».

En el verdadero modelo europeo, tal como mantiene Weiler, son tan democráticos Inglaterra o Dinamarca, donde las constituciones tienen referencias explícitas a las respectivas religiones oficiales, como Francia, donde el estado laico evita cualquier tipo de mención al hecho religioso.

El profesor Weiler cree que «la premisa de la laicidad» (que han presidido todos los trabajos de la Convención en la redacción de la futura Carta constitucional europea) «es representativa de la situación europea», pero no responde a la realidad, y sus defensores la defienden desde una falsa equiparación entre «laicidad y neutralidad».

Este falso supuesto, enseñado a los estudiantes de Derecho en muchas universidades, debe ser capaz de responder a una pregunta, según Weiler, «¿por qué el no a la referencia religiosa es lo neutral?».

«La posición laica es honorable, pero no neutral. Un estado laico es una opción política no neutral», añadió.

El profesor citó como ejemplo de verdadera neutralidad la Constitución polaca, cuyo preámbulo calificó como «elegante», al ser capaz de hacer una mención pluralista tanto «a los que creen que Dios es el origen de la justicia, la belleza, el bien, y otros muchos valores, y a quienes aprecian esos valores, aún no creyendo en Dios».

En las posiciones laicas francesa, italiana o española, cuyas Constituciones defienden la laicidad en nombre del pluralismo y el liberalismo, hay, según Weiler, una «contradicción interna». De hecho, la laicidad niega el pluralismo europeo.

Para ilustrarlo, el profesor dijo que el 50 % de los países de la Unión, reconocen el cristianismo en su constitución (la iglesia luterana es oficial en Dinamarca, la anglicana en Inglaterra, y hay otros casos como los de Grecia o Malta); y esta realidad debe tenerse en cuenta junto a quienes han asumido un «ethos» laico como Francia o Italia, si se quiere sostener un auténtico pluralismo.

Negar esta pluralidad europea es para el profesor Weiler, un síntoma de «jacobinismo francés».

Al analizar la evolución de los trabajos de redacción sobre la Carta de derechos fundamentales en el seno de la Convención europea, Weiler explicó que la herencia judeo-cristiana (la tradición de Abraham que sostiene que hombres y mujeres son creados a imagen de Dios) fue reconocida en una fase inicial, y que se consideraba «necesario» hacer una mención a esta raíz como fundamento de esos derechos fundamentales.

Sin embargo, y a medida que los trabajos avanzaban resultó «extraño y extraordinario» que esa postura fuera rechazada con el argumento de que «la palabra religión no puede figurar».

Los parlamentarios distinguieron en sus trabajos entre la «invocación a Dios» y la «referencia a las raíces cristianas». El propio Veléry Giscard D´Estaing, presidente de la Convención Europea, se mostró favorable desde su postura «personal» a incluir la referencia a las raíces cristianas en el preámbulo de la Constitución europea, y aunque Weiler calificó como «sincera» esa confesión, explicó que una vez más la falsa premisa de la «Europa laica» se impuso.

Joseph Weiler no comprende «las prisas» por tener que tener resuelto ya el tema de una Constitución para Europa, y se muestra «triste y perplejo» al ver el «comercio constitucional», que se parece a un «mercado donde se intercambian peces» y donde todavía hay muchas cosas no decididas sobre las que merece la pena reflexionar con más calma.

Aunque el profesor Weiler parte del supuesto de que todos los países de la Unión respetan la libertad religiosa y la no discriminación por razones religiosas, reconoció que ésta es una cuestión «difícil» en la práctica.

A una pregunta sobre la prohibición de llevar el «velo» a las jóvenes musulmanas en las escuelas públicas, o sobre el reciente caso de los crucifijos en las escuelas, el profesor respondió que «en principio estas cosas no pueden ser prohibidas porque negarían la libertad religiosa».

El profesor citó también el caso de muchos países europeos donde hay exámenes universitarios que se realizan en sábado, como un ejemplo de discriminación hacia los judíos practicantes, que «como creyentes no podrían hacerlos».

La postura de Weiler es que «el Estado no puede negar la práctica religiosa, salvo que hubiera una importante razón de estado». Por ejemplo, la tensión social francesa podría «en principio justificar» la prohibición del uso del velo en las escuelas, pero esa decisión no podría argumentarse en ningún caso en «la existencia del Estado laico».

Por otra parte, Weiler sostiene que «nuestro reconocimiento de la libertad religiosa no es absoluto» (como ejemplo extremo dijo que si alguien quisiera en nombre de alguna religión hacer sacrificios humanos, el Estado debería prohibirlo).

Pero si bien el Estado tiene que «velar por los derechos individuales», no debe intervenir «en el debate interno de las religiones» (por ejemplo, no debería interferir en debates como el de la ordenación sacerdotal femenina, que compete a las propias iglesias; o en la doctrina católica de la contracepción).

En nuestros estados, en los que «la justicia está generalizada» no se debe intervenir a no ser que haya una «auténtica violación». Weiler utilizó la expresión «tolerancia máxima» y dijo que éste era un rasgo propio de nuestra civilización, «que es buena a pesar de sus defectos, y cuya ‘fineza’ debemos salvaguardar».

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ZENIT Staff

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