JERUSALÉN, 25 diciembre 2003 (ZENIT.org).- En medio del conflicto que golpea Tierra Santa, la Navidad ofrece la certeza de que «el amor es más fuerte que el odio, la verdad más fuerte que la mentira, la justicia más fuerte que la violencia,la libertad más poderosa que la represión», advierte el nuncio apostólico en Jerusalén.
«La Navidad en Tierra Santa es una experiencia siempre nueva: cada año somos estimulados a profundizar en la fe y a hacerla operante», reconoce el arzobispo Pietro Sambi en una carta difundida por «AsiaNews.it».
En su reflexión, el prelado constata que «arrodillarse en el lugar de la Natividad es una emoción siempre nueva. Aquí Dios se ha hecho cercano al hombre con amor. Y es un amor que salva».
«En Navidad, el amor de Dios nos estimula al amor hacia la humanidad, precisamente en el ejemplo de Dios hecho hombre por amor», observa.
«La Navidad –añade– pone de manifiesto el contraste entre la lógica de Dios y la lógica del hombre, sobre todo cuando el hombre produce en su semejante sufrimiento, humillación, pérdida de la vida. La Navidad es en cambio la fiesta de la Vida».
«Pero cerrarse en lamentaciones y denuncias de las contradicciones es inútil –advierte monseñor Sambi–: hay que actuar con mayor fuerza y convicción en las cuatro columnas de la paz sugeridas por Juan XXIII en la “Pacem in terris”».
Estas son: «verdad –toda guerra, todo conflicto, se prepara y se sostiene en la mentira–; justicia –el sacrosanto derecho de defender los propios derechos acompaña a la aceptación y el reconocimiento de los derechos de los demás–».
Y también «libertad –un individuo, un pueblo oprimido se carga de tal sed de venganza que hace difícil la paz por generaciones— y amor, una palabra ausente del lenguaje de la diplomacia y de la política» y sin embargo «camino obligado para restablecer la paz».
«Para convertirse en agentes de paz no basta con pronunciar esta palabra: hay que encarnar, vivir, difundir estas cuatro columnas», exhorta el nuncio apostólico en Jerusalén.
«La Navidad nos da también una certeza que viene de lo alto –reconoce–: el amor es más fuerte que el odio, la verdad más fuerte que la mentira, la justicia más fuerte que la violencia, la libertad más poderosa que la represión», «todo esto vivido y creído profundamente, comunicado con amor en los gestos y en las palabras».
«Al pedir paz para Jerusalén, querría recordar lo que Juan Pablo II gritó desde Belén durante su peregrinación a Tierra Santa en marzo del 2000: “Hoy, desde la plaza del Pesebre, proclamemos con fuerza en todo tiempo, en todo lugar y a toda persona: la paz esté con vosotros. ¡No temáis!”», concluye.