ROMA, jueves, 15 enero 2004 (ZENIT.org).- La Iglesia «es un sujeto soberano de Derecho Internacional pero de naturaleza netamente religiosa» que intenta dar voz a las conciencias de las personas y de los pueblos. En esta función, la Santa Sede también desarrolla «una obra de educación: enseña el arte de la paz», explicó este jueves el cardenal Jean-Louis Tauran.
En una conferencia organizada por la Facultad de Derecho Canónico –en el marco de la fiesta de su patrón, San Raimundo de Peñafort– de la Universidad Pontificia de la Santa Cruz en Roma, el «ministro de Exteriores del Papa» hasta el pasado octubre reveló las bases que inspiran la diplomacia vaticana.
«El papel de la diplomacia pontificia –explicó– se basa en la centralidad de la persona humana y de sus derechos, la promoción y la defensa de la paz y la afirmación de que la paz no es sólo ausencia de conflictos, sino que se apoya en un orden basado en el derecho y la justicia», de ahí que «no haya paz sin justicia».
En una sala abarrotada y en presencia de una treintena de embajadores, el purpurado francés recordó que durante la reciente crisis iraquí, la Santa Sede consideró las negociaciones y la diplomacia «siempre preferibles», salvo en casos de legítima defensa. «La violencia genera violencia», añadió.
«Todo país debería respetar los principios del Derecho Internacional y las convenciones a las que se ha adherido», apuntó el purpurado francés
De hecho, el respeto del corpus jurídico de la comunidad internacional y en particular del principio «pacta sunt servanda» [«los acuerdos deben ser respetados»] «ahorrarían mucha sangre y crisis internacionales», advirtió subrayando que «la fuerza de la ley debe prevalecer sobre la ley de la fuerza».
Citando al Santo Padre, el cardenal Tauran también invitó a la ONU a no ser «un centro administrativo, sino un centro moral donde todas las naciones se sientan en casa».
La diplomacia de la Santa Sede «intenta ayudar a los responsables a hallar soluciones equitativas por el bien del mundo», sintetizó el purpurado.
Sobre el aprecio que la Iglesia muestra hacia la democracia, el cardenal Tauran recordó que precisamente este sistema político «significa participación y responsabilidad, derechos y deberes», un marco donde los responsables políticos deben responder ante sus conciudadanos.
Tocando los derechos fundamentales, el ex secretario para las Relaciones con los Estados de la Secretaría de Estado vaticana recalcó «que la Iglesia siempre ha tenido en el corazón la centralidad de la persona humana, defendiendo en primer lugar el derecho a la vida, desde su inicio hasta la muerte».
Por ello denunció que aún existen leyes y situaciones que ponen «en peligro la vida humana» y citó el aborto, la experimentación con embriones y la liberalización de la eutanasia.
«La vida –concluyó– está en la base de todos los demás derechos fundamentales. Entre éstos, tiene una importancia particular la libertad religiosa que, si se suprime, amenaza a las demás libertades fundamentales».