Clausura en Roma de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos

El cardenal Kasper pide un examen de conciencia, pues no hay ecumenismo sin perdón

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ROMA, lunes, 26 enero 2004 (ZENIT.org).- La Semanba de Oración por la Unidad de los Cristianos se concluyó este domingo con un llamamiento a todos los discípulos de Cristo a superar sus divisiones, conscientes de que sólo se podrá lograr con la ayuda de Dios.

Este fue el mensaje central que dejó el cardenal Walter Kasper, presidente del Consejo Pontificio para la Unidad de los Cristianos, en la celebración ecuménica de clausura del octavario, que presidió en la Basílica de San Pablo Extramuros.

En el encuentro, participaron representantes de varias Iglesias y comunidades cristianas y numerosos fieles de la diócesis de Roma.

El cardenal comentó en particular el tema que ha inspirado en este año la Semana, «Mi paz os doy», para afirmar que «en la cruz, Cristo fundó la paz y clavó el odio y la violencia».

A continuación, como recoge una crónica de «Radio Vaticano», invocó la paz sobre todo parea Oriente Medio, subrayando que «la paz no es sólo el silencio de las armas».

En este año, el Programa de la Semana de Oración ha sido redactado por un grupo ecuménico de la ciudad de Alepo (Siria), de modo que el futuro de esta atormentada región ha estado presente también en los encuentros de oración ecuménicos.

La paz, añadió el cardenal Kasper, es «el ordenamiento querido por Dios, es la paz entre las naciones, dentro de un pueblo, en lo íntimo del corazón».

«Un corazón –subrayó– que se llena de vergüenza porque el testimonio de las Iglesia en el transcurso de la historia más que a favor de la paz ha sido de antagonismo».

Ahora bien, gracias al «Espíritu infundido por Cristo –dijo– en las últimas décadas hemos cumplido grandes progresos. Ya no recurrimos a recíprocas expresiones de odio o de ridiculización. Se ha desarrollado un nuevo espíritu de hermandad».

«Vivimos, trabajamos y rezamos juntos. Nos hemos convertido en amigos», destacó.

A pesar de estos progresos, siguió reconociendo Kasper, «no podemos fingir que todo es perfecto» y no constatar «los signos de cansancio ecuménico y los intentos de poner minas en el camino hacia la unidad».

«No puede haber ecumenismo sin conversión», siguió diciendo, una conversión que «debe comenzar ante todo en nosotros mismos».

Como en varias ocasiones ha repetido Juan Pablo II, «el ecumenismo nos alienta a hacer autocrítica, tiene también la función de un examen de conciencia y debe ser una exhortación a pedir perdón», concluyó.

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ZENIT Staff

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