El papel de la religión en la diplomacia

Su influencia, negativa o positiva que sea, no puede ignorarse

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NUEVA YORK, sábado, 6 marzo 2004 (ZENIT.org).- Los acontecimientos de los últimos años han registrado una mayor influencia de la religión en asuntos internacionales, en ocasiones de manera brutal.

Conflictos tales como la guerra fratricida en los Balcanes y los ataques del 11 de septiembre del 2001, han llevado a los eruditos a intensificar su análisis del impacto de la religión en la política.

La religión no es sólo un factor que provoca violencia; también puede ser una importante baza en la promoción de la paz. Ésta idea se subraya en una recopilación de ensayos editados por Douglas Johnston y publicados el año pasado con el título «Faith-Based Diplomacy: Trumping Realpolitik» (Diplomacia basada en la Fe: la derrota de la Realpolitik).

La introducción observa que la religión se encuentra en el centro de muchos de los conflictos del mundo de hoy, y que su importancia ha podido aumentar debido a la amenaza a los valores tradicionales por parte de la globalización. En consecuencia, se debería dar a la religión «su debida atención como un elemento de seguridad nacional».

Uno de los ensayos, de Johnston y Brian Cox, hace notar que esto contradice directamente la tesis de la secularización, expuesta por el fundador de la sociología, Auguste Comte. El filósofo del siglo XIX defendía que la modernización y el progreso conducirían a un debilitamiento de la religión.

Para contrastar la disparidad entre una forma de actuar secular y otra basada en la fe, Johnston y Cox vuelven a subrayar cómo difiere la diplomacia cuando se lleva a cabo por personas religiosamente motivadas. Esta diplomacia basada en la fe tiene entre otras características:

— Una dependencia consciente de principios y fuentes espirituales en la conducta de los pacificadores. Esto puede incluir rezo, ayuno y perdón.

— Una confianza en cierta autoridad espiritual. Los intermediarios necesitan una cierta legitimidad, que se basa tanto en su pertenencia a una institución como en la confianza basada en un carisma espiritual.

— Un firme arraigo de una tradición religiosa particular. Sin embargo, un diplomático con base religiosa debería entender y respetar la esencia de otras tradiciones.

— Una postura trascendente a la hora de afrontar una resolución que se añade a la lógica humana presente en la diplomacia común. Esta postura confiaría en los textos sagrados que informan sobre la naturaleza humana y la dimensión espiritual de la experiencia.

— La capacidad de perseverar a pesar de las probabilidades abrumadoras en contra.

La diplomacia basada en la fe, continúan, puede llevarse a cabo de diversas maneras. Puede aportar una nueva perspectiva sobre antiguos problemas. Puede servir para construir puentes entre partes en conflicto. Otras formas de actuar pueden ser esfuerzos para facilitar la mediación y ayuda para curar heridas de la historia.

Puntos positivos y negativos en la ex Yugoslavia
En su ensayo sobre Bosnia-Herzegovina y Kosovo, David Steele apunta al papel positivo y negativo desempeñado por la religión. Hacía notar los extraordinarios ejemplos de esfuerzos interreligiosos en la reconciliación entre comunidades religiosas de estas zonas. Por ejemplo, los líderes de las comunidades serbia ortodoxa, católica, musulmana y judía en Bosnia, firmaron una declaración de compromiso moral compartido y establecieron un nuevo consejo interreligioso en 1997. Tres años después, los líderes religiosos de Kosovo formaron también un consejo interreligioso y publicaron una declaración condenando la violencia y la intolerancia.

Estos actos de la posguerra representaron un importante cambio, puesto que algunos líderes religiosos en el pasado reciente habían hecho la vista gorda a la guerra y la división étnica. De hecho, observaba Steele, la religión en la antigua Yugoslavia fue usada con demasiada frecuencia para ahondar las divisiones sociales y étnicas.

Steele, que restringió su análisis al papel desempeñado por las Iglesias ortodoxa y católica en los conflictos, comentaba que la religión había sido el factor más importante de definición para serbios, croatas y otros pueblos. Esto ha conducido a una tendencia de sacralización de la nacionalidad, que a su vez contribuye a la intolerancia. Durante los conflictos algunos miembros del clero de las Iglesias se prestaron a sentimientos nacionalistas y desempeñaron el papel de fomentar los conflictos.

Otros, sin embargo, se implicaron en esfuerzos de reconciliación y ayuda humanitaria. Steele observó que una característica común a estos líderes cristianos fue la capacidad de encontrar un equilibrio entre justicia y reconciliación. De esta forma eran capaces de condenar las injusticias cometidas mientras, al mismo tiempo, intentaban alcanzar a la otra parte.

En el ensayo que concluye el libro, R. Scott Appleby reconoce la capacidad de la religión de provocar violencia. Tanto el cristianismo como el islam, los nacionalistas hindúes en la India o los agitadores budistas en Sri Lanka, suelen combatir haciendo de la religión su motivación. Pero la religión también proporciona importantes motivaciones para trabajar por la paz, afirma Appleby. Una de las tareas que afronta nuestra sociedad, continúa, es identificar y cultivar en cada tradición religiosa diversa estas fuerzas que ayuden a edificar la paz.

Límites de la soberanía
«The Sacred and the Sovereign: Religion and International Politics» (Lo Sagrado y lo Soberano: Religión y Política Internacional) es otra recopilación de ensayos, publicada también el año pasado, que aboga por reconocer la dimensión religiosa de los asuntos internacionales. Editada por John Carlson y Erik Owens, la obra toca temas que van desde la soberanía hasta los derechos humanos y la guerra justa.

La introducción observa que en la cultura occidental el periodo medieval contempló como la religión unificaba la política bajo la autoridad de Dios. Aunque los emperadores y papas presidían reinos separados, ambos actuaban como regentes de la soberanía de Dios. Este modelo fue rechazado en el periodo que siguió a las guerras de religión del siglo XVII, cuando la religión fue rechazada como una fuerza que dividía y destructora y la autoridad política se basó en el estado secular.

En los últimos tiempos este sistema está siendo desafiado. La autoridad del Estado soberano está siendo desafiada desde arriba por las organizaciones internacionales, mientras que, desde abajo, la globalización está permitiendo a la gente y a las organizaciones formar sólidas comunidades transnacionales basadas en fundamentos religiosos, culturales e ideológicos.

En su ensayo, Susanne Hoeber Rudolph examina lo que implica para la religión este desdibujarse del Estado soberano. Hacía notar que se han hecho algunas tentativas de formular cierta clase de religiosidad o código moral universal. Asimismo, con una migración en aumento que lleva a una mayor mezcla de religiones en muchos países, se ha puesto un énfasis creciente en el ecumenismo. Sin embargo, considera inverosímil que el nuevo transnacionalismo favorezca la creación de una iglesia universal.

Paul Griffiths defiende, no obstante, que las lealtades religiosas tienen implicaciones importantes para la soberanía del Estado. Necesitamos encontrar, explica, alternativas a puntos de vista que o convierten a Dios en un siervo del Estado o transforman el Estado en el brazo de Dios en la tierra.

En su ensayo, J. Bryan Hehir, en el momento de la publicación presidente de las organizaciones de ayuda católicas en Estados Unidos, trataba el tema de la ética de la guerra justa. En las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, cuando la reflexión ética se volcaba sobre temas como los derechos humanos y las armas nucleares, la perspectiva religiosa se dejó de lado con frecuencia, incluso a pesar de que algunas de las i
deas utilizadas en el debate tenían su origen en el pensamiento religioso.

Con el fin de la guerra fría en los años noventa, renació el interés por el papel de las ideas e instituciones religiosas en los debates sobre el uso del poder estatal. El padre Hehir defendía que un análisis basado en los criterios de la guerra justa ayudará a afrontar los actuales problemas de la política internacional, como la intervención militar humanitaria y el tratar el terrorismo.

Por su parte, John Carlson apunta a la necesidad de una perspectiva más teológica en los asuntos internacionales. El tomar en cuenta la santidad de la dignidad humana que abraza a los derechos humanos proporciona un añadido muy necesario a la mera visión de la justicia de inspiración kantiana. Al desarrollar un sistema de justicia internacional para tratar cuestiones de derechos humanos, Carlson defiende la adopción de un concepto antropológico subyacente de la persona como imagen de Dios.

Hay opiniones divergentes sobre cómo integrar la visión religiosa en la política internacional, pero no hay duda alguna de que la religión desempeña un papel decisivo.

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ZENIT Staff

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