México, D.F. Marzo 16 de 2004
ALGUNAS CONSIDERACIONES
FRENTE A LOS VERGONZOSOS HECHOS DE CORRUPCIÓN
ACONTECIDOS EN NUESTRO PAÍS
Los escándalos suscitados en las últimas semanas en nuestro país han sacudido no solo la opinión pública sino también la conciencia de los diferentes sectores de la sociedad. Particularmente el que estos hechos de corrupción evidenciados por los medios de comunicación toquen de lleno a funcionarios públicos de primer nivel y a personajes connotados de los partidos políticos, nos hacen reflexionar en la urgente necesidad de promover la educación en la honestidad y la justicia, en la verdad y en la moral pública.
Nos consterna que hoy en día predomine la cultura del individualismo, la hegemonía de los principios del mercado, el consumismo, el débil compromiso con lo público, una cierta mentalidad que prescinde del horizonte ético de los valores, el afán de poder, la codicia por obtener bienes materiales en forma indebida a cualquier costo, porque todo esto es fuente de corrupción. Es preocupante la brecha creciente entre la proclamación de la dignidad de la persona y la carencia ética que se vive.
Es urgente reaccionar ante todo acto de injusticia que denote el abuso de una función social y el mal uso de los recursos públicos. Se han de cegar las fuentes que alimentan y facilitan todo acto de corrupción. Es necesario tener voluntad política de erradicarla mediante las reformas legales, el testimonio de los gobernantes y la educación ética en todos los niveles. El testimonio de honradez, sobriedad, austeridad y solidaridad es el mejor antídoto para una sociedad que tiende a descomponerse.
La Iglesia está llamada a manifestarse en favor del bien común como uno de los criterios de juicio y directrices de acción que busca el reconocimiento de la persona humana como principio y fin de todo dinamismo y estructura social de manera permanente.
Es una tarea pastoral de los obispos contribuir a la construcción de una sociedad justa y solidaria, de aquí que, debamos pronunciarnos por una ética que asegure el desarrollo humano. Esta ética debe subrayar los valores de respeto a la persona, de responsabilidad, de honestidad y probidad, y todos aquellos valores que favorezcan el diálogo y la solidaridad.
Invitamos por tanto a:
1. Reconstruir el tejido social dentro del cual el hombre pueda dar satisfacción a las exigencias justas de su personalidad y, donde escapando del aislamiento, cada uno pueda crear nuevamente relaciones fraternales.
2. Favorecer condiciones de vida donde la riqueza pueda ser creada y distribuida con justicia, sirviendo a todos, y evitando situaciones de exclusión y marginación de cualquier índole.
3. Educar en una ética común, entroncada con el orden natural, los derechos humanos y la búsqueda del bien común, que tenga una incidencia real en la economía, en la política, en la técnica, en las ciencias y en las instituciones en general.
4. Aportar elementos que liberen a las conciencias de verse limitadas por ideas nacidas de meros consensos circunstanciales.
5. Exigir la necesidad de una moral pública como tarea urgente e ineludible.
Los Obispos, sacerdotes y todos los agentes de pastoral tenemos que potenciar una evangelización que haga más coherente a nuestro país entre la fe que profesa y la vida de todos los días. Tenemos que fortalecer la catequesis y predicar más la moral social.
Ratificamos que solo en la verdad y en la justicia, en la libertad y en la solidaridad es posible construir una sociedad justa para todos.
Por los Obispos del Consejo Permanente:
+ José Guadalupe Martín Rábago
Obispo de León
Presidente de la CEM
+ Carlos Aguiar Retes
Obispo de Texcoco
Secretario General de la CEM