CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 13 junio 2004 (ZENIT.org).- La religiosa salesiana italiana Enrica Rosanna es la primera mujer que ocupa establemente un cargo ejecutivo en uno de los organismos de la Curia romana.
Especialista en temas juveniles, la nueva subsecretaria de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica considera en esta entrevista concedida a Zenit que el futuro de la vida religiosa depende de ofrecer a las jóvenes generaciones una «educación integral» que les lleve al compromiso.
–Una mujer en un cargo importante en el Vaticano es insólito, ¿se lo esperaba?
–Rosanna: Sin lugar a dudas, no. La designación me ha pillado de sorpresa. Es realmente cierto que Dios no deja nunca de sorprendernos, con actos de confianza que a veces no somos capaces de entender en ese momento.
–El hecho que ahora desempeñe un cargo que siempre había sido ocupado por un varón, ¿significa que hay un cambio de mentalidad en las estructuras de la curia vaticana?
–Rosanna: Creo que los ejemplos de colaboración son numerosos, aunque obviamente siempre hay espacio para mejorar.
En lo que me concierne, siempre se me ha concedido confianza y yo me he puesto a disposición para aprender, colaborar y servir.
He buscado dar lo mejor de mí y estoy contenta de lo que he hecho, pero sobretodo estoy contenta de las experiencias vividas y de lo que he aprendido.
En mi trabajo he encontrado personas espléndidas, que han enriquecido mi vida y que me han ayudado a apreciar lo distinto, lo inédito y lo que merece la pena.
–Usted pertenece a una congregación religiosa femenina, ¿qué perspectiva le aporta esta realidad para su nuevo trabajo en la curia?
–Rosanna: Don Bosco y la Madre Mazzarello, nos han enseñado a amar la Iglesia, la han amado y servido con todas sus fuerzas, dedicándose a la educación de la juventud.
Cada día, cuando paso por la basílica de San Pedro, me paro un momento a mirar el cuadro de la Madre Mazzarello y la estatua de Don Bosco –están uno enfrente del otro– y les pido que me den aquel amor hacia la Iglesia y hacia el vicario de Cristo que ha caracterizado sus vidas y les ha llevado a gastarse totalmente con alegría para educar jóvenes, especialmente los más pobres.
Mi trabajo en la curia es un gesto de confianza del Santo Padre no sólo hacia mí sino hacia mi instituto, y es un estímulo para cada Hija de María Auxiliadora para renovarse en la fidelidad al vicario de Cristo y en la adhesión sincera y generosa a sus enseñanzas.
–El hecho de que haya personas que abandonen la vida religiosa, ¿es un signo de nuestro tiempo?
–Rosanna: Desgraciadamente, en la vida religiosa también hay abandonos. Pero no podemos negar que también hay un resurgimiento, sobre todo en algunos países.
Estoy convencida que Dios sigue llamando para que le sigamos, pero son demasiadas las causas que impiden que los jóvenes escuchen la voz de Dios.
Debemos mirar la realidad con esperanza, dando un testimonio jubiloso de nuestro seguimiento de Cristo, a pesar del envejecimiento, de las dificultades de todo tipo, de los abandonos.
Si tenemos esperanza, habrá vida para nuestros institutos. Tenemos que decir a las jóvenes generaciones con nuestra vida lo bello y entusiasmante que es seguir al Señor.
Hemos de ayudar a los jóvenes a seguir a Jesucristo y a comprometerse por Él y con Él para traducir en el día de hoy el Sermón de la Montaña: descubrir los nuevos pobres en tiempo de las multinacionales, saber ver los afligidos para consolar en el marco del terrorismo, en las guerras olvidadas, en las enfermedades endémicas. Luchar también por la dignidad de las personas, oponiéndonos a la trata de mujeres y de niños, al mercado de los órganos. Custodiar la vida allí donde esté amenazada, acoger con misericordia a los inmigrantes…
–Como experta en temáticas juveniles, ¿cree que los jóvenes de hoy tienen miedo del compromiso, de las opciones definitivas?
–Rosanna: Más que penalizar a los jóvenes, pondría el acento en los educadores, partir de los padres.
Desde mi punto de vista, es urgente volver a la educación, redescubrir el papel e la educación integral, de la que los jóvenes tienen tanta necesidad para crecer.
Es necesario tener confianza en las potencialidades de los jóvenes y ayudarles a crecer, a madurar, a comprometerse también en el servicio a los demás. Me ha impresionado especialmente una carta de algunos jóvenes después del ataque a las Torres Gemelas de Nueva York. La mandaron a los potentes de la tierra, y define muy bien lo que quieren los jóvenes: «Estimados Señores, vosotros que pensáis que podéis construir un mundo nuevo con la guerra, sabed que nosotros, jóvenes, no estamos de acuerdo. Os pedimos que nos escuchéis. Cambiad ya desde hoy vuestra política, economía, información. Volved a poneros al servicio de los hombres y mujeres. No queremos potentes egoístas, sino autoridades morales creíbles que digan «basta» al hambre, a la guerra, a las mafias, a las grandes corrupciones. El milenio que ha iniciado necesita de la creatividad y entusiasmo de nosotros los jóvenes».
Yo creo en estos jóvenes, tengo esperanza en ellos y quiero que mi compromiso en la Iglesia sea un acto de amor para el Señor y para los jóvenes.