VIENA, lunes, 14 junio 2004 (ZENIT.org–Avvenire).- Para el cardenal Christoph Schönborn, arzobispo de Viena, los valores fundamentalmente evangélicos que constituyen la identidad de Europa definen su misión en la comunidad de naciones.
En el contexto de la «nueva» Unión ampliada, el purpurado analiza en esta entrevista las oportunidades y desafíos que enfrenta, y afirma la necesidad de permanecer fieles a la misión histórica del Viejo continente.
–Eminencia, usted es arzobispo de una ciudad que siempre ha hecho de puente entre Este y Oeste. ¿Qué opina de la nueva Europa que se ha constituido formalmente un mes atrás y que comprende muchos países ex comunistas?
–Cardenal Schönborn: Considero el ingreso de estos nuevos países en la Unión Europea (UE) como un auténtico «acto de reunificación» de nuestro continente. Que quede claro: la UE no es ciertamente el paraíso en la tierra. Pero constituye un proyecto de paz que nos ayuda a superar las oscuras sombras del pasado, empezando por Yalta. Para Austria, en particular, es una gran oportunidad. Mi país vuelve al lugar que por historia y geografía le pertenece: en el centro de Europa.
–Precisamente en Viena, en junio de 1998, Juan Pablo II dijo que, poniendo atención, no deberíamos hablar de una ampliación hacia el Este, sino de una europeización de todo el continente. ¿Qué quería decir?
–Cardenal Schönborn: El Papa estaba y está convencido de que Europa es mayor que la Unión Europea. Con su discurso fundamental pronunciado en Viena en 1998 quiso poner en evidencia que se puede hablar de Europa sólo si los países sometidos a la dictadura comunista hasta 1989 vuelven a formar parte de la familia europea, con igual dignidad y derechos. Falta aún alguno: pienso en Croacia, pero también en los otros países de los Balcanes. También en aquel discurso el Papa manifestó la propia esperanza de un «acercamiento cada vez más estrecho entre el Este y el Oeste del continente, los dos pulmones, ambos necesarios para que Europa respire plenamente». Lo que interesa a Juan Pablo II es el enriquecimiento espiritual de Europa a través de las diversidades de las tradiciones orientales y occidentales.
–La Unión Europea se hace cada vez mayor, pero no está muy bien, vive una crisis demográfica, económica e institucional. ¿Considera que el ingreso de los nuevos países comportará un aumento de los problemas o contribuirá a su solución?
–Cardenal Schönborn: Ciertamente la Unión con 25 miembros, con Estados tan diferentes e idiomas tan distintos, se hará más difícil de maniobrar. Pero aquí es donde se solicita la creatividad de los hombres políticos. Creo en cualquier caso que los problemas serían siempre muchos, prescindiendo de la entrada de diez nuevos miembros que pueden aportar energías frescas capaces de dar un impulso decisivo a la Unión Europea.
–En las Iglesias del Este hay quien teme que la entrada en la UE abra las puertas a una legislación anti-cristiana y a una oleada secularizadora. ¿Qué opina al respecto?
–Cardenal Schönborn: Las materias que, como cristianos, nos importan particularmente en el campo de la ética social (como la defensa de la vida desde la concepción o el rechazo de la eutanasia) caen bajo la competencia de los Estados más que de la Unión Europea. Ello no quita que debamos estar muy atentos a lo que suceda en las instituciones comunitarias. Pienso por ejemplo en la discusión sobre la investigación de los embriones. La tarea principal de la Iglesia es la de influir en los actores políticos para que en Bruselas y en Estrasburgo no se tomen decisiones que reflejen exclusivamente una visión laicista del problema. Por lo que respecta a la secularización, hemos tenido ocasión de hablar de ello frecuentemente en el «Katholikentag Mitteleuropeo» recientemente celebrado (Cf. Zenit, 25 de mayo de 2004). Y todos los representantes de las Conferencias Episcopales de Centroeuropa (Polonia, República Checa, Eslovaquia, Hungría, Eslovenia, Croacia, Bosnia Herzegovina y Austria) han estado de acuerdo en considerar que las tendencias secularizadoras están presentes en diferentes países, estén dentro o fuera de la Unión.
–En la futura Constitución Europea falta la referencia a las raíces cristianas de nuestro continente. ¿Cuáles son, según su criterio, los motivos de este rechazo? ¿Y cuáles podrían ser sus consecuencias?
<br> –Cardenal Schönborn: No se ha dicho aún la última palabra. Mirándolo bien, el reconocimiento de las raíces cristianas del continente es una verdad tan obvia que no debería haber problemas en admitir tal evidencia. No se puede entender Europa si se quitan las raíces cristianas de su cultura y de su tradición. Hagámonos una sencilla pregunta: ¿por qué vienen aquí turistas de todo el mundo? ¿Sus metas preferidas no son tal vez las catedrales y los monasterios? Se sabe que la constante oposición al reconocimiento de la raíces cristianas es incitada por ciertas corrientes del laicismo occidental. Debemos decir claramente a los exponentes de tales tendencias que las Iglesias no persiguen intención alguna de carácter político y no avanzan pretensión alguna de dominio cuando hacen referencia a las raíces cristianas del continente. Tal vez el ingreso en la UE de los nuevos miembros, desde Polonia a Malta, tendrá el efecto de reavivar la discusión sobre este tema. Querría añadir una última observación: es importante que las raíces cristianas sean citadas en el Preámbulo, pero es aún más decisivo que el texto de la Constitución está anclado en los valores inspirados en el cristianismo. Aquí están en juego principios fundamentales como la dignidad y los derechos humanos, comprendidos los sociales.
–Hay un debate siempre abierto entre euro-entusiastas y euro-escépticos. Un debate que atraviesa también el mundo católico. ¿Usted como se definiría?
–Cardenal Schönborn: Desearía repetirlo una vez más: no se debe hablar de la Unión Europea en términos santificantes. Hay que decir en cambio que se trata de un proyecto de amplio horizonte que reviste un gran significado para nuestro continente y para la irradiación de Europa en el mundo. Creo que en el plano histórico no hay una alternativa razonable al proyecto de Unión Europea. No debemos olvidar que los padres fundadores de este proyecto, De Gasperi, Schuman, Adenauer, eran católicos convencidos. La Unión intenta asegurar paz y bienestar, objetivos altamente positivos también desde el punto de vista de la fe cristiana. Además la Unión representa un instrumento para vivir con modalidades totalmente nuevas la convivencia entre los pueblos europeos que ha sido emponzoñada por las ideologías en los últimos dos siglos.
–Europa adquiere peso económico, pero no tiene gran relevancia política en la escena internacional. ¿Qué le falta?
–Cardenal Schönborn: No hay duda de que Europa tiene un gran peso económico, pero falta el político. ¿Por qué? Por el hecho de que no existe aún una eficaz coordinación de la política exterior y de la relativa a la defensa y a la seguridad. Cosa que por un lado es comprensible si pensamos en la tradicional política de poder de muchos de sus Estados. Por otro lado estamos en presencia de un gran desafío que debería empujar a los líderes europeos a buscar nuevas formas de colaboración con espíritu creativo. Hay ocasiones en las cuales Europa debería hablar claramente con una sola voz.
–¿Tiene sentido hablar de una misión, de una tarea que Europa tiene ante el mundo? Si es así, ¿cuál debería ser?
–Cardenal Schönborn: En virtud de su historia (me atrevería a decir incluso a causa de sus culpas históricas) y por su poder económico y su tradic
ión espiritual, Europa no puede en absoluto refugiarse en el aislacionismo. Europa tiene un deber que deriva de aquellos valores, fundamentalmente evangélicos, constitutivos de su identidad. Por esto Europa no puede no estar de parte de los derechos humanos, que comprenden también el derecho a la vida, a la salud y a la educación. Se trata de una «misión» que Europa debe cumplir sin arrogancia, no desde la cátedra, sino situándose como un socio responsable dentro de la familia universal de las naciones.