BERNA, domingo, 6 junio 2004 (ZENIT.org).- Juan Pablo II llegó a Berna este sábado para dejar su mensaje al primer encuentro de jóvenes católicos de la historia de Suiza: el cristianismo no es una ideología, sino el encuentro con una persona, Jesús.

La espléndida fiesta que le ofrecieron los trece mil jóvenes en el Palacio de Hielo de Berna contrastó con el clima algo frío con el que los medios de comunicación recibieron al obispo de Roma en su tercera visita al país, tras las de 1982 y 1984.

El pontífice, alentado por la música y los aplausos de los chicos y chicas presentes, pronunció con esfuerzo un discurso en alemán, francés, italiano y alguna palabra en romanche (idiomas del país) en el que dejó amplio espacio a las confidencias.

«Como vosotros, yo también tuve veinte años --recordó arrancando aplausos entre los muchachos que llevaban camisetas de colores vivos--. Me gustaba el deporte, esquiar, hacer teatro. Estudiaba y trabajaba. Tenía deseos y preocupaciones».

«En aquellos años que ya son lejanos, en tiempos en los que mi tierra natal estaba herida por la guerra y después por el régimen totalitario, buscaba el sentido que debía dar a mi vida --añadió conmocionado por el recibimiento recibido--. Lo encontré en el seguimiento del Señor Jesús».

En este ambiente, el pontífice que ha creado las jornadas mundiales de la juventud dejó un mensaje central a los muchachos: «El cristianismo no es un simple libro de cultura o una ideología, tampoco es un mero sistema de valores o de principios, por más elevados que sean».

«El cristianismo es una persona, una presencia, un rostro --subrayó ante los jóvenes, algunos de ellos protestantes--: Jesús, que da sentido y plenitud a la vida del hombre».

Como medios para encontrarse con Cristo, el Santo Padre propuso la lectura de «la Sagrada Escritura», «la oración personal y comunitaria; «la participación activa en la Eucaristía»; «el sacramento de la Reconciliación»; «los grupos parroquiales», «los movimientos» y «las asociaciones»; «el rostro del hermano que sufre».

A la luz de este encuentro con Jesús, les invitó a los jóvenes una vida «llena de sentido», ya sea formando una familia, «fundada sobre el matrimonio como pacto de amor entre un hombre y una mujer que se comprometen en una comunión de vida estable y fiel», ya sea en la vida consagrada a Dios.

«Sé bien que ante a una propuesta así experimentas dudas --reconoció el Papa volviendo a dejar espacio a las confidencias--. Pero te digo: ¡No tengas miedo! ¡Dios no se deja vencer en generosidad! Después de casi sesenta años de sacerdocio, estoy contento de ofrecer aquí, ante todos vosotros, mi testimonio: ¡es bello poder entregarse hasta el final por la causa del Reino de Dios!».

Tras invitar a los presentes a participar en las Jornadas Mundiales de la Juventud, que se celebrarán en la ciudad alemana de Colonia en agosto de 2005, el pontífice concluyó lanzando un llamamiento a los jóvenes, pues «la Iglesia tiene necesidad de vuestras energías».

«En estos momentos más que nunca, en un mundo al que con frecuencia le falta luz y la valentía de nobles ideales, no es hora de avergonzarse del Evangelio», reconoció.

El encuentro de los jóvenes fue una fiesta de fe, música y testimonios. Tras despedirse del Papa, los presentes continuaron participando en un espectáculo musical, y en encuentros de oración y reflexión. Entre otras cosas, pudieron conversar con sus obispos de manera informal en un «bistrot».

Juan Pablo II había llegado en la mañana de ese mismo día Suiza, donde fue acogido en el aeropuerto militar de Payerne por el presidente de la Conferencia Helvética, Joseph Deiss, quien ese día confirmó que su país establecerá relaciones diplomáticas plenas con la Santa Sede con el envío de un embajador estable a Roma.