¿Quién y qué es el sacerdote? Responde desde Malta un Congreso Internacional

Organizado para presbíteros de todo el mundo por la Congregación vaticana para el Clero

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LA VALLETA, martes, 19 octubre 2004 (ZENIT.org).- Ser hombre de Dios y testigo de la «Belleza» que salva: ésta es la identidad del sacerdote, según han podido constatar más de mil presbíteros de todo el mundo reunidos en la isla de Malta.

Procedentes de más de ochenta países –y casi trescientas diócesis– los participantes conviven, reflexionan y oran en torno al tema «Sacerdotes, forjadores de santos para el nuevo milenio – Siguiendo las huellas del apóstol Pablo».

Juan Pablo II se unirá a este Congreso Internacional –organizado por la Congregación vaticana para el Clero (www.clerus.org)– el próximo jueves vía satélite con un mensaje.

Durante la solemne concelebración Eucarística de inauguración del lunes, en la catedral de San Juan Bautista en La Valleta, el cardenal Darío Castrillón Hoyos –prefecto del dicasterio organizador– describió al sacerdote como «hombre de Dios», «elegido y enviado para ser Cristo en los caminos del mundo» «y reflejar el Rostro eucarístico de Cristo en la propia santidad de vida».

«¡Nosotros, sacerdotes, somos obra grande de la misericordia del Dios!», reconoció el purpurado. «Sobre vuestras fatigas y padecimientos –dijo a los numerosísimos concelebrantes–, sobre vuestros éxitos y alegrías, sobre el ocultamiento fecundo de vuestro ministerio sacerdotal unido a la Cruz de Cristo, florece, crece y se revigoriza en el Pueblo de la Nueva Alianza la nueva vida, la de Cristo crucificado y resucitado».

La necesaria «identificación con Cristo» del sacerdote –explicó– significa dejarse «inhabitar por Él, la Palabra viva, de forma que se convierta en nuestra propia palabra».

Por eso, «como sacerdotes no podemos llevar adelante “nuestras” ideas, desarraigadas de Cristo, por quien hemos sido enviados» –aclaró–, sino que es «Él quien da eficacia salvífica a nuestra predicación, la luz que aclara las incertidumbres y los miedos humanos».

«¡Estamos llamados a hablar con el “yo de Cristo”! –recordó el purpurado–. ¡Esta es nuestra identidad, nuestra verdadera dignidad, la fuente de nuestro gozo y la certeza de nuestra vida!»

El cardenal Castrillón recordó igualmente que el sacerdote no es «autor» «de los sacramentos», sino que lo es «Cristo, que por voluntad del Dios Padre» hace al sacerdote «instrumento de su santidad en beneficio de todos».
<br> «Por eso me gusta pensar en nuestro sacerdocio ordenado como en un don de la misericordia divina que empapa todo nuestro ser», admitió.

«Los hombres desean contemplar en nosotros el rostro de Cristo», alertó. «Cristo Crucificado es la imagen suprema del amor del Dios invisible, y el amor humilde del Dios encarnado, crucificado y resucitado es la puerta de la santidad en el mundo, y en esta puerta estamos nosotros, sus ministros», advirtió el cardenal Castrillón Hoyos.

«¡No cerremos esta puerta, abrámosla de par en par! –exhortó–. ¡A nosotros, sacerdotes, los hombres nos piden a Cristo, y en nosotros tienen derecho a verlo! Sólo quienes han aprendido a “estar con Jesús” a los pies de la Cruz están preparados para dejarlo ver, listos para ser enviados a evangelizar».

«Por ello volvamos a partir desde Cristo, en el camino de la Cruz cuyo fruto es la Eucaristía. Para ser santos en nuestra vida sacerdotal y para señalar los remedios y las soluciones a los corazones humanos desorientados, ilusionados o desilusionados por las más distintas formas de alienación debemos pararnos ante el Rostro eucarístico de Cristo, señalando con fuerza a todo cristiano la centralidad de la sagrada Eucaristía», recalcó.

«Ser siempre hombres en busca del único Dios verdadero» es además, para el cardenal George Pell, arzobispo de Sydney (Australia), el «ineludible desafío para todo sacerdote», cualquiera que sea su edad y procedencia.

«Cubrimos una multiplicidad de papeles prácticos en calidad de párrocos, asistentes, profesores, administradores», etc, «pero cada uno de nosotros está llamado a ser un hombre de Dios, porque cada uno de nosotros es sacerdote, llamado a permanecer en el santo lugar del Señor» y a «ser formador de santos para el nuevo milenio», apuntó en la meditación de Laudes del martes.

Y es que «ser sacerdote es bello, más allá de toda medida de cansancio o de toda interpretación sólo mundana del misterio recibido y donado», reconoció el arzobispo Bruno Forte –miembro de la Comisión Teológica Internacional– al explicar la «santidad trinitaria del sacerdote».

«En la belleza singular de una vida presbiteral gastada sin reservas en la fe con esperanza y amor, en la belleza singular de poder decir “Esto es mi Cuerpo – Esta es mi Sangre” o de perdonar los pecados, está el don de la verdadera belleza que pasa por las manos, los labios y el corazón de un sacerdote», describió el prelado.

«Escondido con Cristo en Dios, bebiendo de las fuentes de la Trinidad divina y de su santidad infinita, el sacerdote precisamente con la santidad de su vida es el testigo contagioso de la Belleza que salva», concluyó.

El programa de la tarde de este martes incluye la celebración penitencial y confesiones por grupos lingüísticos (francés, inglés, italiano y español). Presiden estas celebraciones el cardenal Jean-Louis Tauran, actual bibliotecario de la Santa Iglesia Romana; el cardenal Peter Kodwo Appiah Turkson, arzobispo de Cape Coast (Ghana); el cardenal Marian Jaworsky, arzobispo de Lvov de los Latinos (Ucrania); y el cardenal Francisco Álvarez Martínez, arzobispo emérito de Toledo (España).

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ZENIT Staff

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