PAMPLONA, lunes, 9 mayo 2005 (ZENIT.org).- La Iglesia es «casa de Dios» («Domus Dei»). El profesor Iceta, autor de «La moral cristiana habita en la Iglesia», comenta con Zenit esta imagen de Iglesia como casa tomada de santo Tomás de Aquino y la define como «la comunicación del hombre en la bienaventuranza».
Mario Iceta es sacerdote y doctor en medicina y cirugía por la Universidad de Navarra.
En su obra «La moral cristiana habita en la Iglesia. Perspectiva eclesiológica de la moral en Santo Tomás de Aquino», de EUNSA explora la moral de Santo Tomás, que según él es la de la bienaventuranza y la primacía del amor.
Doctor en teología moral por el Pontificio Instituto Juan Pablo II para el estudio sobre el matrimonio y la familia, Iceta es fundador de la Sociedad Andaluza de Bioética y de la revista especializada Bioética y Ciencias de la Salud.
–¿Qué quiere decir que la moral cristiana habita en la Iglesia?
Iceta: Me parece que en la actualidad se tiene una visión muy reductiva de la identidad del cristiano. Un cristiano no es simplemente un hombre que intenta ser algo mejor que los demás porque ha recibido como una especie de código moral que le obliga a ello. Es ésta una visión un tanto caricaturesca del ser cristiano.
El cristiano es un ser que ha renacido cuando se ha dejado sorprender por el amor de Cristo; es un ser que ha nacido de lo alto por medio del bautismo, como afirma el Señor en su diálogo con Nicodemo. Este nacer de lo alto comporta un nuevo modo de obrar, propio de quien ha sido transformado por Cristo.
La vida del cristiano se convierte en un seguimiento de Cristo, en un seguimiento de Cristo («sequela Christi»). El nacer de lo alto y el consiguiente seguimiento sólo puede darse de modo real si Cristo se hace contemporáneo a todo hombre; y esta contemporaneidad de Cristo con el hombre acontece en la Iglesia.
El nuevo modo de obrar sólo puede generarse en el seno de la comunidad eclesial. En ella el ser humano es engendrado de nuevo, va progresivamente adquiriendo la forma de Cristo también con vistas a la acción.
En el seno de la comunidad eclesial se dan las condiciones para que el cristiano pueda aprender a realizar acciones excelentes y santas y es capacitado para ello por medio de la gracia, recibida en la celebración de los sacramentos.
–¿Cómo se relacionan moral y eclesiología, a nivel concreto?
Iceta: Las relaciones son múltiples. Como ya apuntaba anteriormente, la Iglesia es el lugar que reúne las condiciones necesarias para la génesis de la subjetividad cristiana.
En mi trabajo he considerado una doble perspectiva.
La primera hace referencia a la edificación de la Iglesia por medio de las acciones excelentes del cristiano. Efectivamente, la edificación de la Iglesia tiene lugar por medio de la acción meritoria de Cristo y las acciones santas de los cristianos que tienen en Cristo su principio de operación que posibilita el acceso a la bienaventuranza. Por medio de sus acciones, sostenidas por la gracia y participando al mérito de Cristo, el cristiano va edificando la Iglesia como Cuerpo místico hasta que llegue a su plenitud y perfección en el estado escatológico.
La segunda perspectiva es recíproca a la anterior. Hace referencia a la generación del cristiano en el seno de la Iglesia. En la adquisición de la forma cristiana, el cristiano precisa de un elemento interior que es fundamentalmente el sacramento del bautismo, por el cual es regenerado a una vida nueva y capacitado para incoar la forma cristiana propia del «homo spiritualis».
Pero esta regeneración precisa a su vez de factores externos que van modelando y configurando la perfección cristiana.
Estos factores son: la imitación de Cristo (de ahí la necesidad de la Sagrada Escritura y la predicación, por las cuales el cristiano aprende a conocer e imitar a Cristo); la función pedagógica de la ley moral que actúa como pedagogo hasta que el cristiano adquiera el «instinctus Spiritus Sancti» que lo capacita para reconocer y realizar deleitablemente acciones excelentes y meritorias; el testimonio y la compañía de los cristianos virtuosos en el contexto de la amistad, por medio del cual el cristiano aprende como por connaturalidad a conformarse virtuosamente y a actuar excelente y meritoriamente y, por último el ministerio pastoral en su función de engendrar y nutrir la vida cristiana del hombre, en dependencia de la paternidad de Dios con cada uno de nosotros.
–¿Cuál es la perspectiva de la Iglesia que subyace en la moral de Santo Tomás de Aquino, que usted ha estudiado?
Iceta: Santo Tomás no se circunscribe a una perspectiva unívoca de la Iglesia. En sus Comentarios a la Escritura, objeto de mi trabajo, utiliza diversas imágenes eclesiológicas, entre las que predominan principalmente dos: la Iglesia como «Corpus mysticum», propia de la teología paulina, y la Iglesia considerada como «Domus» o «Templum Dei» que es más propia de la teología de san Juan y ha sido mucho menos estudiada.
Me parece que una contribución interesante al pensamiento teológico actual es la recuperación de esta visión de la Iglesia como «Domus» que tiene riquísimas implicaciones en la perspectiva eclesiológica de la moral.
Santo Tomás considera que habitar en la «Domus Dei» consiste en permanecer establemente en las buenas acciones. De ahí que los hijos, permaneciendo operativamente en el amor de Dios, permanecen en la «Domus», que es la Iglesia.
La «Domus» es considerada como la posesión del fin último, es decir, la comunicación del hombre en la bienaventuranza. Cristo se convierte en el paradigma de la edificación de la «Domus», asociando a los cristianos a su propia obra de glorificación.
Además de esta concepción de la Iglesia como Corpus «mysticum», como «Domus» y «Templum», Santo Tomás emplea también otras imágenes que están directamente relacionadas con estas dos.
Las imágenes de «societas ut civitas sanctorum», «Regnum» y «communio» dependen de la concepción de la Iglesia como «Domus». Y las imágenes de la Iglesia como Esposa de Cristo, rebaño del buen Pastor y la imagen de la vid y los sarmientos vienen relacionadas con la consideración somática de la Iglesia. Santo Tomás sabe emplear exquisitamente los diversos registros que cada imagen representa para profundizar en las diversas dimensiones eclesiológicas de la acción del cristiano.
–Usted defiende que la moral de Tomás de Aquino es una moral de la bienaventuranza. ¿Cómo sería?
Iceta: La idea que muchos tienen en la actualidad acerca de la moral es una idea distorsionada de la moral propia de una lectura atropellada de la manualística.
Bien sabemos que la encíclica «Veritatis Splendor», siguiendo la indicación del Decreto «Optatam totius», n. 16 del Concilio Vaticano II urgía a la moral a mostrar al cristiano su altísima vocación en Cristo. Para esta renovación es necesario, como indica el mismo Concilio, un retorno a las fuentes, una escucha atenta de la Palabra de Dios y de la riquísima fuente de la Tradición, especialmente de los santos Padres.
A este respecto, la relectura de Santo Tomás a la luz de los problemas que actualmente se plantean en la Teología moral puede dar lugar a una fecundidad asombrosa.
El esquema propio de la manualística (ley-conciencia) era desconocido para el Aquinate. Ese esquema, fruto de la manualística, hunde sus raíces en el nominalismo, donde comienza de modo inexorable el deterioro de la estructura fundamental de la Teología moral.
En la moral de Santo Tomás, Cristo y la caridad adquieren el rango de piedra angular de la estructura moral en cuanto que en el contexto de la amistad con Cristo, que e
s la caridad, el hombre camina hacia la bienaventuranza. La moral, por tanto, consiste principalmente en esa «sequela Christi», en el camino de retorno hacia el Padre por Cristo y el Espíritu Santo donde el cristiano alcanza la bienaventuranza plena en que consiste su propia perfección y el objeto de la moral.
En el retorno de las criaturas racionales a Dios, encontraría la Teología moral su lugar teológico adecuado, en cuanto ciencia que trata sobre el fin último que es la comunión con Dios. No en vano, el primer tratado de la parte moral de la «Summa Theologiae», corresponde a la bienaventuranza como fin último.
El hombre progresa hacia esta bienaventuranza en el contexto de la amistad con Cristo, presentado como «maxime sapiens et amicus». En este lugar, en el encuentro con Cristo, en la respuesta a su Amor que provoca al hombre a responder, el cristiano por medio de sus acciones sostenidas y movidas por la gracia de Cristo, va incoando y progresando hacia la bienaventuranza.
De ahí que la moral en Santo Tomás sea principalmente una moral de la bienaventuranza.
Por eso, el estudio atento del Aquinate puede ayudar a la moral a salir el empobrecimiento y, en cierto modo, al callejón sin salida al que le ha conducido la manualística y retornar a su contexto propio que es el seguimiento amoroso de Cristo en el contexto de su amistad ofrecida permanentemente en la Iglesia.