OTTAWA, sábado, 28 mayo 2005 (ZENIT.org).- España y Canadá no han dejado de dar pasos hacia la legalización del «matrimonio» del mismo sexo. En los últimos meses, las conferencias episcopales de ambos países han hecho públicas numerosas declaraciones para hacer frente a los intentos de poner al mismo nivel el matrimonio heterosexual y las uniones del mismo sexo.
Esta oposición, explicaba la Conferencia Episcopal Española en una declaración el 21 de abril, no significa que se deba discriminar o maltratar a los homosexuales. Como individuos tienen los mismos derechos y dignidad que cualquier otra persona, indicaban los obispos. Sin embargo, esto no significa que dos personas del mismo sexo tengan algún derecho a contraer matrimonio, advertía la declaración episcopal.
En Canadá la oposición ha sido igual de firme. «Puesto que la relación de un hombre y una mujer comprometidos en matrimonio es la base más fuerte de la familia, y puesto que la familia es la unidad más vital de la sociedad, corremos grandes riesgos al trivializar la definición de matrimonio y familia», explicaba una nota publicada el 16 de marzo por la Conferencia Episcopal Canadiense.
De especial preocupación para la Iglesia, y para otros grupos, es que las leyes propuestas en España y Canadá permitirían a las parejas del mismo sexo adoptar niños.
La adopción, insisten los obispos españoles en una declaración el 1 de octubre, debería ocuparse del bien de los niños, y no de los «supuestos» derechos de quienes deseen adoptar. Dos personas del mismo sexo no constituyen un punto de referencia adecuado para la adopción, indicaban los obispos.
A inicios de mes, la National Association for Research and Therapy of Homosexuality (NARTH) publicaba una recopilación de evidencias empíricas que apoyan la objeción de la Iglesia al tema de la adopción. La organización fue fundada en 1992 para proporcionar la comprensión psicológica de la causa, tratamiento y patrones de comportamiento asociados con la homosexualidad.
El 6 de mayo, NARTH publicaba un estudio titulado, «Review of Research on Homosexual Parenting, Adoption, and Foster Parenting» (Revisión de la Investigación sobre Paternidad Homosexual, Adopción, y Paternidad Adoptiva). El documento ha sido escrito por George Rekers, profesor de neuropsiquiatría y ciencias del comportamiento en la Escuela de Medicina de la Universidad de Carolina del Sur.
El estudio, acompañado de una extensa documentación y de referencias bibliográficas, fue preparado para utilizarse en los procesos judiciales en Estados Unidos sobre la cuestión de si a los homosexuales se les debe permitir o no adoptar niños.
Tensiones dañinas
Rekers explica que la naturaleza inherente de un hogar formado por adultos con un comportamiento homosexual «pone en peligro de manera especial a los niños adoptados, al exponerlos a un nivel importante de tensiones dañinas que van más allá y están por encima de los niveles de tensión de los hogares adoptivos heterosexuales».
El profesor observa que los niños adoptados están «entre los más vulnerables de todos los ciudadanos», puesto que, en el momento en que llegan a su nuevo hogar, ya han atravesado una serie de dificultades, que suelen implicar separaciones, negligencias, traumas como la muerte de los padres. Junto a esto están las tensiones de adaptarse a un nuevo hogar y vecindario.
Cita luego una serie de estudios que detallan cómo, incluso cuando los niños adoptados son puestos en circunstancias familiares favorables, sufren ya de altos e importantes índices de desórdenes psicológicos.
Citando un amplio abanico de estudios académicos de países de todo el mundo, Rekers explica que los adultos homosexuales sufren de índices significativamente altos de desórdenes psicológicos como el suicidio, la conducta desordenada y el consumo de substancias. Vivir con un padre que sufre un desorden mental o tiene problemas con el consumo de drogas o alcohol sólo dará como resultado mayores tensiones y problemas para los niños adoptados, defiende Rekers.
«La conclusión lógica de estos resultados sería que los adultos heterosexuales tienen por lo general, perceptible y sustancialmente, mejor salud, más energía y mejor aguante emocional para dedicarse a sus hijos adoptivos», sostiene Rekers.
Inestabilidad
Otro factor en contra de los homosexuales, a la hora de darles la posibilidad de adoptar niños, es el hecho bien demostrado de que las relaciones de pareja del mismo sexo son de media significativamente menos estables y de más breve duración en comparación con el matrimonio de un hombre y una mujer.
Para los niños adoptados, puestos a cargo de un adulto de comportamiento homosexual, esto llevaría a un índice notablemente mayor de cambios de hogar. Los niños adoptivos han sufrido ya uno o más cambios, observa Rekers, y cambios más frecuentes dan como resultado un mayor daño psicológico y mayores inadaptaciones psicosociales.
Rekers observa que en un estudio longitudinal basado en los registros de población de Noruega y Suecia, que incluyeron, en esta última nación, las uniones del mismo sexo legalmente registradas, dio como resultado que era 1,5 veces más probable que se rompieran las parejas de hombres homosexuales que las parejas casadas heterosexuales.
Los índices de ruptura son incluso mayores para las parejas de mujeres homosexuales, que eran 2,67 veces más proclives a la ruptura que las parejas heterosexuales casadas. Rekers va más allá explicando que según este estudio, cuando se añaden los controles de las características demográficas asociados con el riesgo incrementado de divorcio, sería 1,35 veces más probable que se separaran las parejas homosexuales de hombres y 3 veces más probable las parejas lesbianas, que las parejas casadas heterosexuales.
Necesidad de una mamá y un papá
Otra serie de problemas se presenta con la carencia de modelos, normalmente presentes en un hogar con un padre y una madre. Un hogar con uno o más miembros de comportamiento homosexual «priva a los niños adoptados de las aportaciones positivas vitalmente necesarias para la adaptación de un niño», indica Rekers.
Falta la relación y el modelo padre/madre respecto a la crianza del niño. También está ausente el modelo de una relación marido/esposa «que es significativamente más sana, sustancialmente más estable social y psicológicamente, y cuenta con una aprobación más amplia que el estilo de vida homosexual», escribe el profesor.
Rekers observa que los investigadores identificados con los homosexuales suelen defender abiertamente que la orientación sexual del adulto no tiene nada que ver con que puedan desempeñar las importantes funciones de la paternidad. Admite que esta capacidad es necesaria en un hogar de adopción, pero no es la única condición que se necesita.
Los niños adoptados no sólo requieren padres que puedan llevar a cabo sus funciones parentales básicas. También necesitan padres que les proporcionen una estructura familiar donde haya un ambiente que sea propicio para el desarrollo del niño. De hecho, por esta razón, observa, el estado ya impone restricciones a quienes pueden adoptar, y normalmente excluye, por ejemplo, a recién casados o a parejas ancianas, y a inmigrantes recién llegados.
Los niños dados en adopción normalmente ya han perdido el modelo positivo de una madre y un padre casados, y colocarlos en un hogar formado por dos personas del mismo sexo les seguiría dejando privados de este modelo.
Los matrimonios de un hombre y una mujer proporcionan ventajas especiales a la hora de criar a los niños, explica Rekers. Los niños ven y experimentan las capacidades y características innatas y únicas que cada sexo posee y con las que contribuye en un esfuerzo combinado. Asimismo, los niños aprenden lecciones para el resto de su vida
viendo a ambos padres trabajar juntos criándolo.
Rekers sostiene que un matrimonio heterosexual provee al niño de cuatro modelos que proporcionan grandes ventajas a un niño que crece para convertirse en un adulto casado:
— Un modelo heterosocial de una relación estable varón/mujer casados.
— Un modelo heterosocial de una madre y un padre que se coordinan en la copaternidad.
— Un modelo parental de relación padre-hijo.
— Un modelo parental de relación madre-hijo.
El estudio observa que la mejor adaptación para el niño tiene lugar cuando vive con un hombre y una mujer casados. «Es claramente en el mejor interés de los niños adoptados», indica Rekers, «el que se les ponga con familias adoptivas de parejas exclusivamente casadas y heterosexuales porque esta estructura familiar natural proporciona, de modo inherente, unas ventajas necesarias únicas y da como resultado una mejor adaptación del niño que, generalmente, en el caso de los hogares con un adulto de comportamiento homosexual». Queda por ver si estos argumentos impresionarán a los legisladores de Canadá y España.