ROMA, jueves, 16 junio 2005 (ZENIT.org).- Mientras siguen aumentando las cifras de embriones crioconservados, no se detiene el debate sobre qué se debería hacer con ellos y por ellos, incluso entre teólogos morales católicos.
Es una cuestión que aborda el padre Thomas Williams, decano de Teología en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum de Roma, en esta entrevista concedida a Zenit.
–¿Por qué tanto debate en torno a la adopción de embriones?
–P. Williams: Partimos de una situación «antinatural» que nunca debería haber existido. La producción y la crioconservación de embriones humanos, que ya han llegado a unos 400 mil, representa una aberración moral, y las personas moralmente sensibles se retraen espontáneamente ante este procedimiento.
Muchas personas, expertos en ética incluidos, tienen dificultades para separar esta situación errónea de lo que moralmente puede hacerse para ayudar a estas personas en estado embrional que ya existen.
–La adopción de embriones, ¿no implica, al menos tácitamente, una aprobación de las modalidades por las que estos embriones han llegado a la vida?
–P. Williams: De ninguna forma. Cuando una pareja adopta a un niño concebido en un acto de violación, ¿consiente la pareja esa violencia? Por supuesto que no. El niño que ha llegado a la existencia a través de ese acto terrible, sin culpa alguna por su parte, es digno de recibir afecto y atención.
Es un principio básico de ética cristiana, y también de un Estado democrático, que todos los seres humanos tienen igual dignidad y merecen ser tratados como seres humanos. Lo que tenemos que preguntarnos no es cómo llegaron a la existencia, sino qué podemos hacer para ayudarles.
Dado el estado actual de la medicina, lo único que puede hacerse para salvar la vida de estas personas es la gestación en el vientre de una mujer. La mayor parte de las mujeres no está llamada a hacer este sacrificio, pero las que se sientan llamadas no deberían desalentarse de hacerlo.
–¿Pero no cree que la adopción de embriones sólo podría aumentar la producción y conservación de más embriones?
–P. Williams: Un análisis ético de la adopción de embriones no puede basarse principalmente en las consecuencias que preveamos. Debemos preguntarnos qué es lo correcto que se puede hacer por estas pequeñas personas.
A veces hacer lo correcto acarrea consecuencias desagradables, o resultados mixtos. Pero condicionar nuestra actitud hacia las personas por los posibles efectos que podría ocasionar sobre otros sería reducir a esas personas a medios, y nuestra moralidad decaería en un cálculo utilitarista.
En cualquier caso, respondiendo a su pregunta sobre los efectos de la adopción de embriones, no creo que ésta incentive necesariamente la fecundación in vitro y la crioconservación de embriones.
La promoción de la adopción de embriones subraya la realidad de que todo ser humano, por pequeño que sea, es digno del cuidado de la comunidad. Una creciente conciencia de esta realidad por parte de la sociedad creo que llevaría a una menor producción de embriones.
De hecho, a propósito de consecuencias negativas, una eventual condena de la adopción de embriones conduce a un mensaje muy contradictorio respecto al carácter sagrado de la vida humana. Por una parte denunciamos el aborto como el asesinato de personas humanas inocentes; por otro rechazamos ayudar a estas personas en estado embrional que ya existen. Se trata de dos actitudes entre sí sencillamente inconciliables.
–Algunos especialistas en ética han propuesto que podemos rechazar la adopción de embriones porque constituiría un «ensañamiento terapéutico» que no estamos obligados a seguir.
–P. Williams: Esto es un uso impropio de términos. Recordemos que el ensañamiento terapéutico se refiere al tratamiento médico inútil en pacientes en estado terminal, no a una terapia normal para las personas.
El Papa Juan Pablo II afirmó en su encíclica «Evangelium Vitae» (n. 65) que se puede renunciar al tratamiento médico «cuando la muerte se prevé inminente e inevitable» y cuando las intervenciones médicas son «desproporcionadas a los resultados que se podrían esperar» o imponen una carga excesiva para el paciente y su familia.
Estas condiciones no se dan en el caso de los embriones congelados.
–¿Cuál es la diferencia entre «adopción de embriones» y «rescate de embriones»?
–P. Williams: El «rescate de embriones» se refiere a salvar la vida de un embrión ofreciéndole la posibilidad de la gestación al menos hasta que sea viable y pueda vivir fuera del vientre de la mujer. La «adopción de embriones» alude al mismo proceso, pero añade la intención de cuidar y educar al niño, considerándole como un hijo propio.
Obviamente la adopción de un embrión por parte de una pareja casada representa la opción preferible, pero desde un punto de vista ético, el simple rescate de embriones no puede rechazarse, aunque lo realicen mujeres solteras.
–¿La adopción de embriones viola la integridad del vínculo matrimonial?
–P. Williams: No más que la adopción de niños ya nacidos. Obviamente la decisión de adoptar un embrión debería ser tomada por la pareja, y no unilateralmente; cualquier decisión de adopción la toma la pareja. La decisión de traer otro niño al propio hogar es un acto de caridad cristiana, no una violación del vínculo matrimonial.
–¿Pero la Congregación para la Doctrina de la Fe no afirmó expresamente que los esposos tienen el derecho y el deber de convertirse en padre y madre únicamente a través uno del otro?
–P. Williams: Ciertamente. En la instrucción «Donum vitae» de 1987 la Congregación enseñó que «la fidelidad de los esposos, en la unidad del matrimonio, comporta el recíproco respeto de su derecho a convertirse en padre y madre sólo el uno a través del otro».
Debemos recordar, en cualquier caso, que aquí «convertirse en padre y madre» se refiere al acto de engendrar un nuevo ser humano, no al de acoger en la propia casa a un niño que ya existe. Cuando una pareja adopta un niño, en cierto sentido se convierten en su padre y su madre, pero esto no es a lo que la Congregación hacía referencia.
–¿Cuál es la enseñanza de la Iglesia sobre la adopción de embriones?
–P. Williams: Por el momento no existe una enseñanza magisterial clara sobre esta cuestión, y es por ello que hay mucho debate, incluso entre teólogos morales.
–¿Espera alguna enseñanza clara al respecto en un futuro cercano?
–P. Williams: No soy profeta, pero muchas personas esperan alguna aclaración de la Santa Sede, así que podría haber una declaración magisterial en un futuro no muy lejano. A veces estas cosas requieren tiempo.
En el caso de los trasplantes de órganos, por ejemplo, la aprobación oficial de la Iglesia llegó literalmente décadas después de que los trasplantes fueran técnicamente posibles y de que, de hecho, fueran practicados por católicos.
–¿Y si la Iglesia decidiera que la adopción de embriones es inmoral?
–P. Williams: Uno de los grandes gozos de ser católico y teólogo es el don del Magisterio papal, que ofrece una guía segura, especialmente en los ámbitos más oscuros donde personas inteligentes de buena voluntad pueden no estar de acuerdo. Ese fue el caso, por ejemplo, de la profética encíclica «Humanae Vitae» de 1968, con su enseñanza sobre la contracepción.
Hubo entonces mucho desacuerdo entre expertos de ética, y el Magisterio asistido por
el Espíritu Santo aclaró la cuestión. Si la Santa Sede tuviera que concluir que la adopción de embriones hubiera de considerarse moralmente inaceptable, acogería esa decisión e intentaría comprender las motivaciones, para formar mejor mi conciencia y explicarlas a los demás.