NUEVA YORK, jueves, 14 julio 2005 (ZENIT.org).- La importancia de la sociedad civil y del diálogo interreligioso son dos de las lecciones más claras que expuso la Santa Sede tras la respuesta internacional al tsunami que el 26 de diciembre de 2004 flageló el sudeste asiático.
Fueron expuestas por el arzobispo Celestino Migliore, observador permanente de la Santa Sede ante las Naciones Unidas, este miércoles al dirigirse al Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas (ECOSOC) en una sesión dedicada a «Ayudas especiales económicas, humanitarias y en caso de catástrofe: Lecciones aprendidas del tsunami».
El prelado reconoció que «a esta crisis sin precedentes», que dejo unos 300.000 muertos, «le siguió una respuesta humanitaria sin precedentes que mostró a personas normales alcanzar e incluso superar las ayudas de sus propios gobiernos para afrontar esta terrible catástrofe natural».
El representante papal recordó que la Santa Sede, poco después de la tragedia, recaudó cuatro millones de dólares destinados a una ayuda de emergencia que, junto a las de otras instituciones católicas, benefició a La India, Indonesia, Myanmar (Birmania), Filipinas, Somalia, Sri Lanka, Tailandia y Vietnam.
«Se calcula que los organismos relacionados con la Santa Sede recaudaron 650 millones de dólares para ayudar a las poblaciones víctimas del tsunami», afirmó.
«Estos fondos se destinaron en primer lugar a las necesidades más urgentes: agua potable, alimentos, abrigos, ropa, etc. Los refugiados, los desplazados internos y las mujeres y los niños expuestos al tráfico y a la explotación de seres humanos fueron los primeros en recibir ayuda. Tras la fase de emergencia comenzaron los proyectos de reconstrucción y rehabilitación: construcción de viviendas, escuelas y hospitales, dotación de herramientas agrícolas y de pesca».
Al ilustrar las lecciones que hay que sacar de la generosa respuesta del mundo, constató que «en toda circunstancia debemos respetar las diferencias religiosas y culturales y trabajar amistosamente para infundir más confianza entre los creyentes, con independencia de su fe, y los no creyentes».
«La cooperación interreligiosa y las iniciativas de construcción de la paz siguen siendo un elemento importante de la misión de la Iglesia en esa región».
El arzobispo también aplaudió la extraordinaria ayuda de sensibilización que realizaron los medios de comunicación social para promover una auténtica solidaridad, que pusiera en el centro las necesidades de cada persona humana.
Otra de las conclusiones que ha querido sacar la Iglesia católica es la de estudiar «formas específicas para evitar la creación de una burocracia asfixiante y garantizar la entrega de la mayor cantidad de fondos posibles a sus destinatarios finales».
Inesperadamente, dijo por último, el tsunami «ofreció a los gobiernos y a las poblaciones de la región una oportunidad sin precedentes para la reconstrucción y el desarrollo».
«La cooperación interna, bilateral, de norte a sur y de sur a sur, surgida en aquella ocasión es una plataforma de solidaridad que no se debe desmantelar, sino sobre la que hay que construir tanto para el bien de los sobrevivientes como para el de los pueblos de la zona», concluyó.