CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 27 julio 2005 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario del obispo Jesús Sanz Montes, OFM, de las diócesis españolas de Huesca y Jaca, difundido este miércoles íntegramente por el portal de la Congregación vaticana para la Evangelización de los Pueblos (www.evangelizatio.org).

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Amar las raíces del Pueblo al que pertenecemos los cristianos



El Papa Benedicto XVI ha querido recordar en el ángelus del domingo 24 de julio, desde el balcón de su descanso estival, aquellas palabras que pronunció Juan Pablo II en su visita a Santiago de Compostela en 1982: Europa sé tú misma, no traiciones tus raíces cristianas.
No se trata de una añoranza nostálgica sino de una advertencia y una exhortación a esta vieja Europa, que se empeña en ignorar las raíces de su propia historia. Podrá hacer alarde de sus títulos y blasones, de sus leyes y sus artes, pero torpe recuento si al final este continente ignora su origen bimilenario, su historia veinte veces secular, desoyendo el grito que la belleza esculpida en las piedras y en la historia de sus gentes no deja de cantar precisamente por ese factor que la ha constituido: el cristiano. Hay que estar interesadamente ciegos para censurar lo que se ha dado, lo que ha acontecido, aquello que sencillamente ha sido. Y como en otros tramos oscuros de la conciencia de nuestros pueblos, la luz se colará por las rendijas de una verdad humilde. Así decía el famoso blues de James Baldwin: yo no creo en Dios, decía un joven a su madre. Y ella respondió: no sabes lo que dices, porque no puedes afirmar eso. Y remataba diciendo con la dulzura de una madre: la vida que hay en ti sabe de dónde viene, y ella en ti cree en Dios.

Se quieren enterrar las huellas cristianas de Europa. Hay muchos sepultureros trabajando a destajo en el empeño. Pero más allá de los torticeros vaivenes que estos fosores planean y ejecutan, la vida terminará por hacerse sitio para seguir diciendo que a pesar de los errores y pecados, la historia cristiana ha logrado abrir caminos de libertad, de dignidad, bondad y de verdad. Esa vida cree en Dios y se sabe cristiana, capaz de seguir escribiendo nuevas páginas que igualmente den gloria al Altísimo y sean bendición para los hombres.

Y uno de los atentados “legales” que se empeña en facturar el actual Gobierno español en el poder, es el querer borrar precisamente esas huellas cristianas que han hecho de nuestro pueblo un Pueblo cristiano. Lo vemos en la legislación que están imponiendo, no en beneficio de una supuesta mayoría marginada en sus derechos fundamentales, ni tampoco respondiendo a una presunta demanda social que justificaría tales leyes. Lo hacen con una insistente voluntad de atentar contra la única institución que representa un desmentido moral a tantos desmanes. Ahí está la ley del llamado “divorcio exprés”, o la ley del mal llamado “matrimonio homosexual”, o la ley de educación que cercena y censura la libertad de enseñanza y religiosa en aras de una imposición ideológica controlada por su partido y los satélites mediáticos que la divulgan.

Podrán poner en nuestros labios lo que jamás hemos dicho, colocar en nuestras intenciones lo que nunca hemos pretendido, atrincherarnos en batallas que ninguno de nosotros ha declarado. Podrán hacer todo eso y más, pero no podrán acallar a un Pueblo que ha decidido salir de su pasividad y anonimato cuando se atenta contra algo que sí importa, lo que más importa, como es la familia, el matrimonio o la educación. Particularmente nocivo es el ataque a la familia, porque con él se destruirá la misma sociedad. La familia –y sólo ella– es ese espacio en donde un hombre y una mujer, unidos fiel y establemente por amor, abiertos a la vida, pueden ser bendecidos por el Creador de esa vida con el don de un hijo, el cual les podrá llamar con gratitud, con gozo y sin engaño con ese dulce nombre de “padre” y “madre”. El introducir una variante en lo que Dios y la vida tan mayoritaria e infinitamente reclaman, es suponer abultadamente una demanda reaccionaria que mina los fundamentos de la sociedad y engaña la verdad de las personas.

+ Jesús Sanz Montes, OFM
Obispo de Huesca y de Jaca