LES COMBES, domingo, 17 julio 2005 (ZENIT.org).- Publicamos las palabras que dirigió este domingo Benedicto XVI en Les Combes –localidad cercana a Introd, en el Valle de Aosta (Alpes italianos)–, adonde llegó el lunes pasado para pasar unos días de descanso, ante más de seis mil de peregrinos reunidos para rezar a mediodía la oración mariana del Ángelus.
* * *
¡Queridos hermanos y hermanas!
Desde hace algunos días me encuentro aquí, entre las estupendas montañas del Valle de Aosta, donde aún está vivo el recuerdo de mi amado predecesor Juan Pablo II, quien durante varios años pasó aquí breves estancias distendidas y tonificantes. Esta pausa veraniega es un don de Dios verdaderamente providencial, tras los primeros meses del exigente servicio pastoral que la Providencia divina me ha confiado. Doy las gracias de corazón al obispo de Aosta, el estimado monseñor Giuseppe Anfossi, y a cuantos la han hecho posible, así como a quienes con discreción y generosa abnegación vigilan para que todo se desarrolle con serenidad. Estoy además agradecido a la población local y a los turistas por su cordial acogida.
En el mundo en que vivimos, se convierte casi en una necesidad poder tomar nuevo vigor en el cuerpo y en el espíritu, especialmente para quien vive en la ciudad, donde las condiciones de vida, con frecuencia frenéticas, dejan poco espacio al silencio, a la reflexión y al distendido contacto con la naturaleza. Las vacaciones son, además, días en los que puede haber dedicación más prolongada a la oración, a la lectura y a la meditación sobre los significados profundos de la vida, en el contexto sereno de la propia familia y de los seres queridos. El tiempo de las vacaciones ofrece oportunidades únicas de pausa ante los espectáculos sugestivos de la naturaleza, maravilloso «libro» al alcance de todos, mayores y niños. En el contacto con la naturaleza, la persona reencuentra su justa dimensión, se redescubre criatura, pequeña pero al mismo tiempo única, «capaz de Dios» porque interiormente está abierta al Infinito. Empujada por el interrogante de sentido que le apremia en el corazón, percibe en el mundo circundante la impronta de la bondad y de la providencia divina y casi naturalmente se abre a la alabanza y a la oración.
Recitando juntos el Angelus desde esta amena localidad alpina, pedimos a la Virgen María que nos enseñe el secreto del silencio que se hace alabanza, del recogimiento que dispone a la meditación, del amor por la naturaleza que florece en acción de gracias a Dios. Podremos así más fácilmente acoger en el corazón la luz de la Verdad y practicarla en la libertad y en el amor.
[A continuación, el Santo Padre dirigió su saludo en varios idiomas. En español dijo:]
Saludo también a los fieles de lengua española que se han unido al rezo del Ángelus, también a través de la radio y la televisión. Invito a todos a cultivar sentimientos de reconciliación, para ser artífices de la paz. Feliz domingo.
[Traducción del original italiano realizada por Zenit]