LES COMBES, domingo, 17 julio 2005 (ZENIT.org).- Benedicto XVI propuso este domingo para las vacaciones un itinerario que predispone a «acoger en el corazón la luz de la Verdad y practicarla en la libertad y en el amor» antes de dirigir –por primera vez desde el Valle de Aosta-, en compañía de más de seis mil peregrinos, la oración mariana del Ángelus.
El encuentro tuvo lugar en un espléndido jardín entre abetos frente al chalet de Les Combes –localidad cercana a Introd, en el Valle de Aosta (Alpes italianos)-, donde el Papa transcurre unos días de descanso desde el lunes pasado.
Esta pausa Benedicto XVI no dudó en calificarla como «un don de Dios verdaderamente providencial, tras los primeros meses del exigente servicio pastoral que la Providencia divina» le ha confiado desde su elección a la sede petrina.
Una carretera local y dos senderos panorámicos llegan hasta la pequeña casa de madera y piedra de los salesianos donde se aloja, a unos 1.700 metros de altitud.
La oración del Ángelus estuvo precedida –como es costumbre hace años- por la Eucaristía celebrada por el obispo de Aosta, monseñor Giuseppe Anfossi, y por el párroco de Introd, Paolo Curtaz.
Las primeras palabras de Benedicto XVI, a los pies del Mont Blanc, acogidas con aplausos por los peregrinos, fueron en recuerdo de Juan Pablo II, su «amado predecesor», «quien durante varios años pasó aquí breves estancias distendidas y tonificantes».
Bajo un sol espléndido, el Santo Padre admitió que es «casi una necesidad» «en el mundo en que vivimos» «poder tomar nuevo vigor en el cuerpo y en el espíritu, especialmente para quien vive en la ciudad, donde las condiciones de vida, con frecuencia frenéticas, dejan poco espacio al silencio, a la reflexión y al distendido contacto con la naturaleza».
Precisamente -apuntó- «las vacaciones» dan ocasión para una «dedicación más prolongada a la oración, a la lectura y a la meditación sobre los significados profundos de la vida, en el contexto sereno de la propia familia y de los seres queridos».
Se trata de un tiempo que «ofrece oportunidades únicas de pausa ante los espectáculos sugestivos de la naturaleza, maravilloso “libro” al alcance de todos, mayores y niños», reconoció.
De hecho, en «el contacto con la naturaleza –prosiguió reflexionando-, la persona reencuentra su justa dimensión, se redescubre criatura, pequeña pero al mismo tiempo única, “capaz de Dios” porque interiormente está abierta al Infinito»
Y la persona, llevando en el corazón el apremiante interrogante de sentido, «percibe en el mundo circundante la impronta de la bondad y de la providencia divina y casi naturalmente se abre a la alabanza y a la oración», afirmó Benedicto XVI.
En ese punto, invitó a los fieles a unirse en la oración pidiendo a la Virgen María «que nos enseñe el secreto del silencio que se hace alabanza, del recogimiento que dispone a la meditación, del amor por la naturaleza que florece en acción de gracias a Dios».
«Podremos así más fácilmente acoger en el corazón la luz de la Verdad y practicarla en la libertad y en el amor», puntualizó.
El Papa aprovechó la ocasión para transmitir su agradecimiento «de corazón» al obispo de Aosta y a todos cuantos hacen posible estos días de reposo, así como a «la población local y a los turistas por su cordial acogida».
Después de saludar a los presentes en italiano, francés, inglés, alemán y español, el Papa se dirigió a los residentes en dialecto valdostano agradeciéndoles su presencia y concluyó en la misma lengua con un típico saludo amistoso: «¡Pudzo!».
Para el periodista Salvatore Mazza, que cubre informativamente estos días desde Introd para «Avvenire» y «Radio Vaticana», llamaba la atención la numerosa participación de residentes y peregrinos: entre seis mil y siete mil, si bien hubo gente que no consiguió llegar cerca del Papa, pues la policía informaba de una fila que llegaba hasta la autopista estatal, a 8 ó 9 kilómetros más abajo.
Unas «vacaciones de trabajo» -según las ha definido el portavoz vaticano, Joaquín Navarro-Valls- vive Benedicto XVI. En Les Combes permanecerá hasta el 28 de julio. Se levanta temprano, celebra la Eucaristía, desayuna, reza la Liturgia de las Horas y comienza a escribir casi la jornada completa, según comenta Mazza a la emisora pontificia.
Hasta este domingo, el Papa siempre ha salido por la tarde, hacia las 17.30, a dar paseos al menos de un par de horas. El sábado pasado, de regreso, saludó a sus «vecinos» de casa. «Podemos llamarles así a los habitantes de Les Combes, que son en total 30, tal vez 35 personas», puntualizó el periodista.