¿Por qué orar? Responde un miembro de la Comisión Teológica Internacional

Carta del arzobispo y teólogo, monseñor Bruno Forte

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ROMA, viernes, 29 julio 2005 (ZENIT.org).- Sólo del encuentro diario con Dios el creyente puede hallar la fuerza para vivir y aprender a amar a los demás, reconoce monseñor Bruno Forte, arzobispo de Chieti-Vasto (Italia) en su última carta pastoral.

«Si tuviera que desearte el don más bello, si quisiera pedirlo para ti a Dios, no dudaría en pedirle el don de la oración», admite el prelado en las líneas de su misiva, escrita en segunda persona.

Miembro de la Comisión Teológica Internacional –que ayuda a la Santa Sede y especialmente a la Congregación para la Doctrina de la Fe, de la que depende, a examinar cuestiones doctrinales de mayor importancia-, monseñor Forte redacta en forma de breve invitación este mensaje sobre la oración, capaz de acompañar a cada fiel en su camino, llegando incluso a quien se dice: «¡Pero yo no sé rezar!».

«Orando se vive. Orando se ama. Orando se alaba»: así sintetiza el teólogo el significado de la oración cristiana, una práctica de valor existencial, no meramente devocional.

«Como la planta que no hace brotar su fruto si no es alcanzada por los rayos del sol, así el corazón humano no se entreabre a la vida verdadera y plena si no es tocado por el amor», explica.

Y es que «quien ora vive, en el tiempo y en la eternidad», afirma, según cita la síntesis publicada en «Avvenire».

«Me preguntas: ¿por qué orar? Te respondo: para vivir» -asegura monseñor Forte-: de aquí nace la exigencia de indicar el camino para una oración hecha de cotidianeidad («fija tú mismo un tiempo para dar cada día al Señor»), de intimidad («recógete en silencio, lleva a Dios tu corazón») y de confidencia («no tengas miedo de decirle todo»).

«Así -prosigue-, cuando vayas a orar con el corazón en alboroto, si perseveras, te darás cuenta de que después de haber orado largamente tus interrogantes se habrán disuelto como nieve al sol».

Un efecto que muchos buscan por otras vías, a menudo bajo la insignia de la ausencia de obstáculos y empeño. La paz que nace de la oración, en cambio, es distinta: «Que sepas –escribe el prelado napolitano- que no faltarán las dificultades. Llegará la hora de la “noche oscura”, en la que todo te parecerá árido y hasta absurdo en las cosas de Dios: no temas. Es esa hora en la que para luchar está Dios mismo contigo».

Pero los momentos oscuros no negarán los frutos de una oración vivida en el corazón: «Un don particular que la fidelidad en la oración te dará es el amor a los demás», apunta; y es que «la oración es la escuela del amor».

Meses antes de su ordenación episcopal, monseñor Bruno Forte fue el encargado de predicar en la Cuaresma de 2004 los ejercicios espirituales al Papa Juan Pablo II y a la Curia Romana.

La experiencia -reconoció a Zenit- le había permitido constatar que en el centro del gobierno de la Iglesia universal se encuentra la oración (Cf. Zenit, 18 marzo 2004).

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ZENIT Staff

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