CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 13 enero 2006 (ZENIT.org).- Benedicto XVI recordó este viernes que el servicio a la Santa Sede exige un estilo de vida cristiano al recibir a los «silleros» («sediari», en italiano) pontificios, los antiguos portadores de la «silla gestatoria» de los Papas.
El rostro de doce de ellos se hizo mundialmente conocido durante las exequias de Juan Pablo II, pues fueron los encargados de transportar su ataúd.
El servicio de los «silleros» pontificios, que siguen realizando funciones protocolarias en la Casa pontificia, hunde sus orígenes en el siglo XIV. Se trata de una atribución que se transmite de generación en generación.
En un encuentro familiar en la Sala del Consistorio del Vaticano, el Santo Padre les deseó «que podáis ser siempre, en el Vaticano, como en vuestra casa, en la parroquia, en todo ambiente, personas serviciales y atentas al prójimo».
«Es una preciosa enseñanza para vuestros hijos y nietos, que aprenderán de vuestro ejemplo que el estar al servicio de la Santa Sede comporta, ante todo, una mentalidad y un estilo de vida cristiano», subrayó.
El Papa tiene la oportunidad de saludar casi diariamente a los «silleros» pontificios, pues ayudan a recibir a las personalidades y grupos que recibe en audiencia.
«Diligencia, cortesía y discreción son características que tienen que distinguiros en vuestro trabajo, manifestando concretamente vuestro amor por la Iglesia y vuestra entrega al sucesor de Pedro», les explicó en su breve discurso.
En este trabajo al servicio del Papa, dijo, «todo debe hablar a todos de la Iglesia de Cristo, y tiene que hacerlo de manera coherente, imitando a Aquel que «no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos»» (Marcos 10, 45).
Éste es el sentido, aclaró, de las reformas realizadas por los últimos Papas, en particular la de Pablo VI, que renunció a la silla gestatoria.
«Se simplificó el ceremonial para reconducirlo a una mayor sobriedad, que esté mejor a tono con el mensaje cristiano y las exigencias de los tiempos», constató Benedicto XVI.