CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 18 enero 2006 (ZENIT.org).- Publicamos el mensaje que el presidente del Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud, el cardenal Javier Lozano Barragán, ha difundido con ocasión de la 53ª Jornada Mundial de la Lepra, señalada para el próximo 29 de enero, domingo.
Pontificio Consejo
para la Pastoral de la Salud
Ciudad del Vaticano
Mensaje del
Cardenal Javier Lozano Barragán
Presidente del Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud
a los Excelentísimos Presidentes de las Conferencias Episcopales nacionales
y a los Obispos Encargados de la Pastoral de la Salud
53ª JORNADA MUNDIAL de la LEPRA
Domingo, 29 de enero de 2006
“Señor, si quieres, puedes limpiarme” (Mt 8, 2)
1. Fiel a su Maestro y Señor, Jesucristo, la Iglesia católica mantiene siempre viva y operante la conciencia de ser enviada al mundo para anunciar el Evangelio del Reino de Dios y para curar a los enfermos (Cf. Mt 10, 1; Mc 6, 3; Lc 9, 1-6; 10, 9).
Así como Jesús que, al encontrar al enfermo de lepra, acoge su grito “Señor, si quieres, puedes limpiarme”, le cura y le devuelve a la vida social (Cf. Mt 8, 2-4), también la Iglesia en esta “53ª Jornada Mundial para los enfermos de lepra” desea ponerse en escucha de las numerosas personas que aún están afectadas en el mundo por la enfermedad de Hansen, es decir, la lepra, y a través del Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud, quiere dar voz a su grito de ayuda para que todos nos sintamos conjuntamente implicados bajo diferentes posibilidades y responsabilidades en el compromiso de ofrecer respuestas concretas a las necesidades de atender a los enfermos de lepra.
2. En efecto, si el progreso científico, farmacológico y médico permiten que en la actualidad dispongamos de medicamentos y de cuidados terapéuticos eficaces para la curación de la lepra en sus primeros estadios, sin embargo permanecen aún amplias franjas de personas enfermas y vastas zonas en el mundo, que no gozan aún de estas posibilidades de tratamiento, debido a varias causas que se deberían analizar y evaluar.
Reflexionemos con algunos datos presentados por la Organización Mundial de la Salud (OMS): al comienzo del 2005, los casos declarados de lepra en África eran 47.596; en América 36.877; en el Sudeste de Asia 186.182; en el Mediterráneo oriental 5.398, y 10.010 en el Pacífico occidental.
Afortunadamente, siempre según la OMS, no faltan también algunos datos que hablan de un retroceso de la enfermedad según los datos declarados: de los 763.262 enfermos en el 2001 se ha pasado a 407.791 en el 2004.
La justa y compartida satisfacción por los resultados logrados en la lucha contra la enfermedad de Hansen no debe comportar un menor empeño o un olvido de las necesidades permanentes, de las causas endémicas de la enfermedad, de los prejuicios aún existentes, de las eventuales disfunciones organizativas.
Disminuir la atención hacia el problema sería particularmente dañino sobre todo en el momento en que, si lo quisiéramos de modo enérgico, se podría hacer un esfuerzo decisivo para tratar de derrotar definitivamente y en todas partes del mundo la enfermedad de la lepra.
3. Este compromiso ciertamente requiere una mejor y constante colaboración entre los Organismos internacionales, los Gobiernos nacionales y regionales, las Organizaciones no gubernamentales comprometidas en este campo, las Iglesias locales y las entidades operantes en el territorio, en torno a programas orientados y conectados entre sí, con el fin de responder mejor a las necesidades actuales de prevención y de cuidado de las personas con riesgo o que ya están afectadas por la enfermedad de la lepra.
Entre las necesidades que debemos afrontar hoy, además del desarrollo de la organización y de canales más eficientes y garantizados para la distribución gratuita de los fármacos, y el atento cuidado de la higiene, está la necesidad de preparar sobre todo en los diferentes países y en las zonas donde está más presente la lepra, grupos de agentes socio-sanitarios que sean capaces de actuar en el territorio diagnosticando a tiempo la presencia de la enfermedad y de atenderla tanto en la fase inicial como en su desarrollo.
De aquí se deduce, por un lado, la necesidad de proyectos formativos debidamente programados, y por otro, la necesidad de tener un conocimiento más preciso de la realidad y de las zonas no suficientemente atendidas o a las que aún no han llegado los distintos programas sociales y terapéuticos.
4. En esta “53ª Jornada Mundial de los enfermos de lepra” , el Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud desea dirigir un pensamiento particular y afectuoso a todas las comunidades cristianas esparcidas en el mundo, a sus Pastores, a todos los misioneros y misioneras, para expresarles un profundo y fraternal reconocimiento por el compromiso que brindan en la lucha contra la enfermedad de la lepra y en el cuidado amoroso a las personas afectadas. De hecho, no podemos olvidar que desde siempre la Iglesia se dedica en muchos países del mundo con total entrega a la acogida, al cuidado y a la reinserción social de los enfermos de lepra.
La celebración de esta 53ª Jornada Mundial debe ser para todas nuestras comunidades una invitación a fin de que renovemos nuestro compromiso común de solidaridad, de sensibilización respecto al problema, de apoyo a nuestras misiones comprometidas particularmente en este campo y a los que en varios niveles actúan en la lucha contra la enfermedad de la lepra.
En particular, invito a nuestras comunidades a que el domingo 29 de enero “hagan memoria” en la Celebración Eucarística del Cuerpo Total de Cristo presente en muchas personas y en las familias que aún sufren debido a la enfermedad de la lepra, deseando que la Eucaristía, actualización y manifestación del amor y de la solidaridad salvadora de Dios hacia nosotros y hacia toda la humanidad, se convierta en manantial de un amor y de una solidaridad mayor de nuestra parte hacia las personas que sufren y están enfermas de lepra, capaz de edificar una humanidad más justa, fraterna y en paz.
Este será un modo concreto para manifestar que “Dios es Amor que salva, Padre amoroso que desea ver cómo sus hijos se reconocen entre ellos como hermanos, responsablemente dispuestos a poner los diversos talentos al servicio del bien común de la familia humana. Dios es fuente inagotable de la esperanza que da sentido a la vida personal y colectiva” (Benedicto XVI, Mensaje para la celebración de la Jornada Mundial de la Paz, 1 de enero de 2006)
[Traducción distribuida por el Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud]