MADRID, lunes, 30 enero 2006 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario que ha escrito monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, obispo de Huesca y de Jaca, presidente de la Comisión. para la Vida Consagrada de la Conferencia Episcopal Española con motivo de la Jornada Mundial de la Vida Consagrada, que se celebrará el próximo 2 de febrero.
El hogar de Betania
«Buscando sólo, y sobre todo, a Dios.
Uniendo la contemplación al amor apostólico»
Podría parecer que hay una incorrección temática en el lema de este año con motivo de la Jornada Mundial de la Vida Consagrada. Si queremos unir la contemplación a la vida apostólica, entonces no deberíamos buscar sólo y sobre todo a Dios, sino buscar también a los hombres. Se deslizaría así un dilema, vieja cuestión, entre las típicas cuestiones opuestas.
Nos hemos debatido muchas veces entre los téoricos y los pragmáticos, como si fueran dos posturas irreconciliables y destinadas a no encontrarse jamás. Serían los sabihondos de todo, pero que jamás arriman el hombro a nada, y los manitas de siempre que sólo se mueven en la corteza de la vida sin ahondarla nunca.
¿Qué es mejor: ser un teórico o un pragmático? De algún modo es lo que plantea el evangelio que relata una entrañable escena que sucedió en Betania, donde había una casa acogedora y amable en la que vivían tres hermanos muy queridos de Jesús: Lázaro, María y Marta. Las dos hermanas tenían una actitud diferente ante el Señor. Parece ser que la primera pasaba las horas con el Maestro embebiéndose sus palabras, mientras que la otra, Marta, no daba abasto en la casa. Lógicamente, todos entendemos y hasta nos solidarizamos con esta inquieta y sufridora Marta frente a la tranquila y sosegada María. Pero la enseñanza no es tan maniqueamente simplista.
Tanto Marta la activa, como María la contemplativa, no representan una excluyente postura de quehacer desenfrenado o de pasividad perezosa, respectivamente, sino que están indicando dos posiciones ante Dios y ante los demás que todos llevamos dentro como reclamo: la necesidad de silencio y la de palabra, de retiro y de acción, de guardar en los adentros y de compartir en las afueras. Necesitamos integrar ambas actitudes si queremos verdaderamente crecer y caminar como personas teologalmente maduras. Por eso, Marta y María son una llamada a vivir en una hondura que da frutos y en un testimonio que se nutre de lo profundo. Siempre los contemplativos han necesitado de los profetas y éstos han caminado junto a los místicos. La santa de Ávila, nuestra Santa Teresa, lo diría más llanamente: “que entre los pucheros anda el Señor”, es decir, que en medio de los quehaceres cotidianos hemos de saber buscar y encontrar al Señor, y cuando estemos con Él hemos de escuchar también los gemidos de los hombres. Así lo ha vivido siempre la tradición cristiana cuando haciendo una síntesis de Marta y María, ha sabido hablar al Señor de cuanto sucedía a los hombres, y a los hombres de cuanto decía el Señor. Es el alto testimonio de tantos carismas que Dios ha suscitado en su Iglesia como diversas formas de vida consagrada.
Sólo de este modo, no haremos jamás de Dios la coartada celestial para inhibirnos de los retos que nos plantea cada tramo de la historia, ni tampoco haremos de nuestro compromiso puntual la coartada terrenal para darle largas al Señor. Buscamos sólo y sobre todo a Dios, sabiendo que quien encuentra sólo y sobre todo a Él, encuentra también todo lo que Él ama, eso por lo que Él ha dado la vida, lo que Él salva. Es Dios buscado sobre todo, quien hace posible que todo esté en Él. Por decirlo con una frase feliz del fundador de la Familia de Schönstatt, el Padre Josef Kentenich, hemos de tener la mano en el pulso de la historia y el oído en el Corazón de Dios.