CIUDAD DEL VATICANO, martes, 31 enero 2006 (ZENIT.org).- Benedicto XVI ha propuesto a los cristianos que hagan de la Cuaresma un período para aprender a ver el mundo, y en particular el sufrimiento de los hombres y las mujeres, con los ojos de Jesús.
Por este motivo, el Papa ha escogido como argumento para su primer mensaje cuaresmal como pontífice la frase del Evangelio de Mateo (9, 36) «Al ver Jesús a las gentes se compadecía de ellas».
«La «mirada» conmovida de Cristo se detiene también hoy sobre los hombres y los pueblos, puesto que por el «proyecto» divino todos están llamados a la salvación».
«Jesús, ante las insidias que se oponen a este proyecto, se compadece de las multitudes –añade–: las defiende de los lobos, aun a costa de su vida. Con su mirada, Jesús abraza a las multitudes y a cada uno, y los entrega al Padre, ofreciéndose a sí mismo en sacrificio de expiación».
Por este motivo, aclara, «ante los terribles desafíos de la pobreza de gran parte de la humanidad, la indiferencia y el encerrarse en el propio egoísmo aparecen como un contraste intolerable frente a la «mirada» de Cristo».
En su mensaje el Papa también explica cómo puede el cristiano aprender a mirar con los ojos de Jesús.
«El ayuno y la limosna, que, junto con la oración, la Iglesia propone de modo especial en el período de Cuaresma –aclara–, son una ocasión propicia para conformarnos con esa «mirada»».
El obispo de Roma indica que vivir la fe «como amistad con el Dios encarnado» significa preocuparse como Él «por las necesidades materiales y espirituales del prójimo. Lo mira como un misterio inconmensurable, digno de infinito cuidado y atención».
En este contexto, Benedicto XVI reconoce que «quien no da a Dios, da demasiado poco». Y cita una famosa frase de la beata Teresa de Calcuta: «la primera pobreza de los pueblos es no conocer a Cristo».
«Teniendo en cuenta la victoria de Cristo sobre todo mal que oprime al hombre», el Santo Padre considera que la Cuaresma «nos quiere guiar precisamente a esta salvación integral».
«Al dirigirnos al divino Maestro, al convertirnos a Él, al experimentar su misericordia gracias al sacramento de la Reconciliación, descubriremos una «mirada» que nos escruta en lo más hondo y puede reanimar a las multitudes y a cada uno de nosotros».
«Devuelve la confianza a cuantos no se cierran en el escepticismo, abriendo ante ellos la perspectiva de la salvación eterna», reconoce.
Por tanto, concluye, «aunque parezca que domine el odio, el Señor no permite que falte nunca el testimonio luminoso de su amor».