El descenso de nacimientos plantea nuevos escenarios… e interrogantes

El Papa presenta un problema que nadie puede ignorar

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ROMA, sábado, 13 mayo 2006 (ZENIT.org).- Benedicto XVI citaba la «urgente necesidad» de reflexión en el área de la demografía, en un mensaje enviado el 28 de abril a los participantes en un encuentro de la Pontificia Academia de Ciencias Sociales.

Los expertos están de acuerdo en que el aumento en la esperanza de vida está coincidiendo con un descenso de la natalidad, observaba el Papa. Las sociedades están envejeciendo y «muchas naciones carecen del número suficiente de jóvenes para renovar su población», escribía.

La atención se ha enfocado cada vez más a las consecuencias sociales y económicas del descenso de bebés. El 30 de abril, el New York Times comentaba el caso de Ogama, una aldea del Japón rural que se ha reducido a sólo ocho residentes ancianos. Los miembros de la localidad han decidido empaquetar todo y vender el lugar a una empresa que lo convertirá en un terraplén.

Hace sesenta años la aldea tenía cerca de 30 hogares, cada uno con ocho o nueve personas. Ogama pertenece al municipio de Monzen, que abarca 140 aldeas, el 40% de las cuales tiene menos de 10 hogares, la mayoría formados por personas ancianas, observaba el artículo.

El 2 de mayo, Reuters informaba de que el gobierno japonés estaba considerando permitir anuncios de televisión a las agencias matrimoniales, con la esperanza de animar al matrimonio, y a más hijos. Los datos de ministerio de sanidad de Japón muestran que la media de edad de las mujeres al contraer su primer matrimonio es actualmente de 27,8 años, en comparación con los 25,8 de 1988.

El 3 de mayo, el periódico británico Guardian informaba sobre el hundimiento de la natalidad en Europa. El reportaje apareció después de que el gobierno alemán decidiera incrementar los incentivos económicos para las parejas que tuvieran más hijos. Las medidas incluyen disminución de impuestos, más guarderías y fondos del gobierno para que los hombres se tomen un tiempo remunerado tras el nacimiento de un hijo.

Pero más dinero puede que no sea suficiente para resolver el problema, comentaba el artículo. Alemania ya gasta el 3,1% de su producto interior bruto en las familias y los hijos, muy por encima de la media del 2,1% de los países de la Unión Europea.

Todos cuesta abajo

Este aumento de fondos tuvo después de que la opinión pública se sintiera consternada por las cifras oficiales publicadas en marzo. Estas cifras mostraban que el año pasado nacieron en Alemania entre 680.000 y 690.000 bebés. Esta cantidad es menor que la del último año de la Segunda Guerra Mundial, comentaba Rolf Wenkel en un artículo de opinión publicado el 16 de marzo en Deutsche Welle.

«Hemos fallado completamente a la hora de reaccionar ante el hecho de que el índice de natalidad de Alemania ha caído cuesta abajo en los últimos 30 años», sostenía Wenkel.

El 2 de mayo el Guardian publicaba los resultados de una encuesta, llevada a cabo en Gran Bretaña, que mostraba que la gente se siente forzada a retrasar su vida familiar por las presiones de la carrera y la dificultad creciente para encontrar un compañero. Cerca del 20% de las mujeres británicas llegan sin hijos al final de su vida fértil, según el British Office of National Statistics. Esto se puede comparar el con el 10% de los año cuarenta. Y en el 2004 el índice de natalidad del Reino Unido fue de 1,77 niños por mujer, bastante por debajo del máximo de los años sesenta de 2,95 niños.

Comentando la encuesta, Libby Brooks observaba que otra razón clave citada para la baja tasa de natalidad es que las parejas no permanecen juntas de la misma forma que en el pasado. Los «modernos absolutos de la autonomía y de la independencia» pueden estar obstaculizando la formación de matrimonios y maternidades estables, según Brooks.

En contraste, Francia lo está haciendo relativamente bien. El 26 de abril Reuters informaba de que la media de Francia de 1,9 niños por mujer es la segunda de la Unión Europea (después del 1,99 de Irlanda). Incluso, ninguno de los 25 países de la Unión Europea alcanza el nivel del 2,1 necesario para mantener los actuales niveles de población.

El gobierno francés quiere que aumente más el número de niños. El pasado septiembre, el primer ministro Dominique de Villepin afirmó que la tasa de natalidad era insuficiente para asegurar una población estable y anunció nuevos incentivos para tener hijos.

Proyecciones a largo plazo

No es de sorprender que se haya pronosticado un descenso de población en Europa. Hace poco aparecieron detalles en el boletín Statistics in Focus (3/2006), un publicación del Eurostat, la agencia de estadísticas de la Unión Europea.

El boletín contiene diversos pronósticos, dependiendo de la evolución de los niveles de fertilidad y de cuántos inmigrantes se permitan dentro de los países de la Unión Europea. No obstante, «en todas las variantes las muertes superarán en número a los nacimientos y una migración neta positiva pospondrá el descenso de población sólo temporalmente», indica la publicación.

La población envejecerá de forma acusada. En el 2004 había una persona anciana no trabajadora por cada cuatro personas en edad de trabajar. Para el 2050 habrá cerca de una persona inactiva por cada dos personas en edad de trabajar. Y el número de personas con 80 años o más se espera que casi se triplique, subiendo desde los 18 millones en el 2004 hasta cerca de los 50 millones en el 2051.

Ni siquiera niveles relativamente altos de inmigración resolverán el problema. Asumiendo una inmigración neta positiva de cerca de 40 millones de personas durante el periodo que va hasta el 2050, para dicha fecha la población en edad laboral de la Unión Europea disminuirá en 52 millones. La población total podría descender en unos 7 millones.

Un libro reciente examinaba algunas de las implicaciones de estos cambios. «The Baby Bust: Who Will Do the Work? Who Will Pay the Taxes?» (Rowman & Littlefield Publishers) está editado por Fred Harris.

En su capítulo sobre Europa, Hans-Peter Kohler, Francesco Billari y José Antonio Ortega observan que los cambios demográficos tendrán efectos sociales profundos. El hecho de que haya pocos o ningún hijo hará que disminuya el potencial de las relaciones familiares para proporcionar apoyo social y económico.

Tras un análisis detallado de las causas de la baja fertilidad, los autores expresan dudas sobre el éxito de los incentivos de los gobiernos para animar a más nacimientos. Hay una relación positiva entre el comportamiento reproductivo y una serie de políticas, pero es débil y lleva tiempo el que tenga impacto.

Rusia se contrae

La baja fertilidad no se limita a la Unión Europea. En la primera mitad del 2005 la población rusa descendió en 400.000 personas, informaba el 21 de abril Financial Times.

El número de niño por mujer se hundió, desde el 2,19 en 1986-87, hasta el 1,17 en 1999. Desde entonces se ha elevado hasta el 1,3. La situación ha empeorado por el descenso en el índice de matrimonios, y el aumento del divorcio. Además, los varones rusos tienen una esperanza de vida de sólo 60 años. Como resultado, algunos pronosticas que la población de 146 millones del 2000 podría caer hasta sólo 100 millones a mitad de siglo.

Incluso los países con un número de niños históricamente alto están sufriendo un dramático descenso en los nacimientos. Hace unas décadas, las mujeres mexicanas tenían de media casi 7 hijos, pero esto ha descendido actualmente hasta sólo 2, informaba el Wall Street Journal el 28 de abril.

Entre otras consecuencias, este descenso de la natalidad podría reducir en el futuro el número de mexicanos que entran en Estados Unidos. Ahora hay millones de mexicanos de 20 y 30 años que buscan trabajo. En el 2050 la media de edad de la población de México,
actualmente de 25 años, subirá hasta los 42, informaba el Journal, citando datos de la División de Población de Naciones Unidas. Estados Unidos tiene actualmente una media de edad de 36 años, que subirá hasta los 41 a mediados de siglo.

En su mensaje, Benedicto XVI observaba que las causas de los bajos índices de natalidad son múltiples y complejas. Pero, aunque suelen ser económicas y sociales, las «raíces últimas pueden considerarse morales y espirituales». Hay, añadía «un déficit preocupante de fe, esperanza y, por ello, de amor». Se trata de un déficit al que presta poca atención la política económica.

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ZENIT Staff

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