ROMA, jueves, 25 mayo 2006 (ZENIT.org).- Tras decenios de ateísmo y agnosticismo, y ante «formas de religiosidad salvaje, más o menos paganizantes e incluso panteístas», hace falta «una vida consagrada orientada hacia Dios», considera el cardenal Franc Rodè.
El prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica pronunció estas palabras en su intervención, el pasado 20 de mayo, en el congreso «Vida consagrada: «Duc in altum»», organizado por este dicasterio y el Ateneo Pontificio «Regina Apostolorum».
El encuentro, con motivo de los diez años de la exhortación apostólica postsinodal «Vita Consecrata», analizó el contenido fundamental y la reflexión que emerge de este documento firmado por Juan Pablo II.
Ante 600 religiosas, entre ellas 120 madres generales, el cardenal Franc Rodè, C.M, afrontó la historia inmediatamente posterior al Concilio Vaticano II.
El cardenal Rodé reconoció las dificultades que se han dado para aplicar las «intuiciones profundas del Concilio Vaticano II», haciendo que se haga más lenta «la auténtica renovación de la vida consagrada», a causa de «influjos ideológicos que han tergiversado la pureza de la caridad, aún teniendo en sí mismos un alma de caridad».
Citando las palabras de Benedicto XVI a la Curia Romana, el cardenal Rodè explicó que «del Concilio han surgido dos hemeneúticas, una que ha causado confusión y otra que ha producido frutos».
Según el prefecto del dicasterio vaticano, se produjo, por una parte, «la hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura» con la Tradición de la Iglesia, «que se pudo contar con la simpatía de los medios de comunicación y también de una parte de la teología moderna» y, por otra, «la hermenéutica de la reforma, de la renovación en la continuidad de la única entidad Iglesia que el Señor nos ha donado».
Para volver a dinamizar el entusiasmo de la vida religiosa, el cardenal Rodè subrayó la centralidad de Jesucristo, afirmando que la Iglesia espera de la vida consagrada el «don total de sí a Dios».
«Mantener viva la dulce memoria del Salvador en nuestro mundo, distraído y seducido por tantas sirenas, significa evidenciar la dimensión profética de la vida consagrada», indicó el purpurado.
«Renovar la vida religiosa significa realizar su identidad, es decir su referencia a Cristo. No se trata de crear otra vida consagrada, sino de volver a dar luz en su fuerza y pureza originaria».
En el encuentro intervino Maleny Medina, profesora del Ateneo Pontificio «Regina Apostolorum», para constatar «la presencia de un nuevo tipo de ateísmo: el ateísmo de la indiferencia», que responde a la tentación «de prescindir del Creador, poniendo al hombre como absoluto», junto al «rechazo de todo tipo de compromiso, sobre todo si es de por vida».
Según la profesora Medina, «la consagración es, antes que una acción nuestra, una acción divina, un acto sagrado, es Dios el que elige y, en la fe, aceptamos concientemente y libremente este don. Es creer a fondo que Dios existe, que Dios es amor y que El puede saciarnos completamente».
Explicó que «con nuestra castidad consagrada curamos a los hombres y las mujeres de hoy de aquella carencia afectiva tan grande de la que padecen y saciamos su sed de verdadero amor».
«Con nuestra pobreza consagrada respondemos a la necesidad de verdaderos bienes que dan seguridad en la vida», añadió.
«Nuestra obediencia consagrada responde a la verdadera identidad del hombre: antes que libre, soy criatura, dependiente de Aquél que me ha concedido existir», subrayó.
Y concluyó con la exhortación de santa Catalina de Siena: «Si sois lo que deberíais ser, prenderéis fuego al mundo entero. Porque el mundo tiene necesidad de testigos».
El padre Arnaldo Pigna, ocd, profesor de la Facultad Teológica Pontificia «Teresianum», explicó en qué consiste el «carisma auténtico» de la vida religiosa.
Es, sobre todo, un don que proviene del Espíritu y que no se debe confundir con las otras dotes personales. Este don se caracteriza por un profundo deseo ardiente de configurarse con Cristo para testimoniar algún aspecto de su misterio y tiene «el fin de promover la construcción de la Iglesia y la concordia dentro de ella».
«En el fondo –concluyó el padre Pigna–, la fidelidad al carisma es sólo una variante de la fidelidad a Cristo, un modo para expresar nuestra conversión a la persona del Señor Jesús, de penetrar cualquier aspecto de su misterio y de revivirlo hoy, a través de comportamientos y estilos de vida que lo sepan mostrar y revelar».