ROCCA DI PAPA, viernes, 2 junio 2006 (ZENIT.org).- El testimonio de la belleza de Cristo en tierras de mayoría islámica fue el tema de la intervención del arzobispo coadjutor del Patriarcado Latino de Jerusalén, monseñor Fouad Twal, en el Segundo Congreso Mundial de Nuevos Movimientos y Nuevas Comunidades, que concluyó este viernes en Rocca di Papa.
El prelado habló en particular de los cristianos en la Tierra de Jesús y definió la crisis que vive hoy Jerusalén «como la más grave en dos mil años de historia». Constató las tentaciones de «desánimo, de vivir al día, de olvidar los proyectos de Dios».
Y añadió: «Muchos hombres y mujeres hoy se sienten desarraigados, perdidos, bloqueados. Los europeos hablan de derrumbe de las ideologías. Nosotros, árabes de Oriente Medio, sabemos que la globalización, el materialismo y la injusticia internacional, que han hecho de Oriente Medio un supermercado de intereses y de intrigas, son una de las causas de nuestra desorientación y de las reacciones en defensa de la identidad religiosa o cultural, ciertamente excesivas».
«Pero Jerusalén sigue siendo la ciudad de las sorpresas, empezando por la Resurrección de Cristo. Esperamos asistir un día a nuestra resurrección, una mayor alegría, justicia y paz», aseguró.
«Por eso, los cristianos –afirmó– cantan el aleluya incluso en este camino de cruz, de este viernes santo que parece no tener fin. La gente que vive a nuestro alrededor está sorprendida de nuestra serenidad y se pregunta: ¿Cómo es que los católicos parecen tener una capacidad de adaptación superior a la media, a pesar de la gran diversidad de sus orígenes? ¿Una paz interior en medio de la tormenta? ¿Una actitud pacífica y contemplativa, en medio de los torbellinos de la historia? ¿Cómo hacen estos religiosos, estos laicos, para sentirse familia dondequiera que el Espíritu les envía? ¿No está quizá el secreto en la pasión por Cristo y por los hombres? ¿Pasión que provoca y pone en crisis, que atrae y que atemoriza?».
Esta es la experiencia vivida por monseñor Twal también en el Magreb. Antes había sido obispo de Túnez desde principios de los años noventa: «Encontré una comunidad aparentemente frágil pero en realidad era sólida, habituada a vivir en la provisionalidad. Era fuerte en su arraigo en Dios. Para darle una mayor visibilidad y orgullo de ser lo que somos sin ningún complejo, «discípulos de Cristo», hubo una pequeña reconversión para redescubrir las exigencias del bautismo en la verdad, evitar el “bajo perfil” y habituarnos a una vida eclesial digna y visible, constantemente vuelta hacia la Iglesia universal y el Magisterio. Era necesaria savia nueva».
Los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades respondieron a la llamada: Comunión y Liberación, neocatecumenales y focolares.
«Nuestra Iglesia ha empezado así a rejuvenecerse y a vivir más su universalidad, a través de la diversidad de los carismas –subrayó monseñor Twal–. Envueltos todos por la ternura de Dios y compartiendo el apostolado y las diversas tareas, los misterios de gozo y los misterios dolorosos, hemos profundizado en la belleza de nuestra vocación. Era evidente que nadie tenía el monopolio de toda la verdad al vivir el propio carisma. Era un poco de levadura en la gran masa musulmana».
«Mientras los jóvenes árabes musulmanes soñaban con irse a Europa –añadió el prelado–, para huir de un contexto en el que reina la violencia, el miedo y la ausencia de seguridad en el porvenir, jóvenes europeos, entusiastas y comprometidos, miembros de movimientos eclesiales, dejaban la comodidad y la libertad, y empezaban a trabajar con generosidad y discreción, mostrando así la belleza y la grandeza de quien les había enviado al mundo árabe. Era un choque para los musulmanes pero un choque saludable que interroga e invita a reflexionar. Es el inicio de un diálogo. El inicio de una conversión interior».
«Así –aseguró monseñor Twal– el anuncio de la buena noticia se hace posible. Nuestra presencia es ya Palabra y testimonio. La catedral, bien restaurada, es visitada regularmente por un cierto número de musulmanes. También ella se hace Palabra, testimonio, una bella ocasión para tejer lazos de amistad con los musulmanes».
Monseñor Twal no olvidó recordar a los monjes de Tiberine en Argelia que, en 1996, fueron masacrados por fundamentalistas islámicos. Y añadió: «No ha habido ningún grito de venganza, de odio, sino oración y súplicas para que la sangre derramada sea semilla de amor y de reconciliación entre los pueblos. Con estas palabras querría sólo invitar a meditar sobre el misterio de la Iglesia, una Iglesia humano-divina, capaz de dejarse estremecer por el Espíritu y por tanto de evolucionar y adaptarse, sin perder sus raíces y su identidad».