ROMA, miércoles, 7 junio 2006 (ZENIT.org).- La visita de Benedicto XVI a Auschwitz, al concluir su viaje apostólico a Polonia, constituye una continuación de las enseñanzas de Juan Pablo II sobre la particular relación que existe entre Dios y el pueblo judío, explica un sacerdote de origen judío cuyos padres murieron en ese campo de concentración.
En esta entrevista concedida a Zenit, el padre Jean Stern, francés, misionero de Nuestra Señora de La Salette, confía sus reflexiones ese histórico acontecimiento que tuvo lugar el pasado 28 de mayo.
–Usted siguió seguramente con atención la visita de Benedicto XVI a Auschwitz. ¿Qué le ha parecido especialmente significativo de esta visita?
–P. Stern: El hecho de que el Santo Padre se haya presentado como alemán, diciendo: «Era y es un deber ante la verdad y de justicia hacia quienes sufrieron, un deber ante Dios, el venir aquí como sucesor de Juan Pablo II y como hijo del pueblo alemán». Un pueblo al que logró dominar una banda de criminales, «de manera que nuestro pueblo pudo ser utilizado y explotado como instrumento de su furia de destrucción y de dominación». Benedicto XVI conoce el catecismo y sabe que la intervención de un tentador mentiroso no es una excusa que pueda hacer inocentes a quienes le han escuchado y seguido. «La serpiente me ha engañado», dijo Eva tras su pecado (Génesis, 3, 13). Por otra parte, el Papa se abstuvo de precisar cuánta gente siguió al poder nazi por convicción, por debilidad y cuánta por el contrario supo resistir heroicamente. Leer en las conciencias y juzgarlas corresponde a Dios.
–La visita de Benedicto XVI ha tenido tres etapas: Auschwitz I, con el Muro de los fusilados y el bunker del hambre; el Centro Católico para la oración y el diálogo; y, por último, Birkenau, llamado también Auschwitz II, campo especializado en masacres a escala industrial. ¿Es significativo que el Papa haya hecho un alto en el Centro Católico?
–P. Stern: Cierto. Este centro, con el Carmelo que está al lado, manifiesta una notable apertura del pueblo polaco a los sufrimientos de los demás. De los seis millones de polacos que perecieron durante la guerra, la mitad eran judíos, la otra mitad eran todos o casi todos bautizados cristianos. La mayoría de estos últimos fueron llevados a la muerte por los nazis. Aunque la proporción de víctimas no judías, en relación a la población total, es muy inferior a la proporción de las víctimas judías, en torno al 10% en el primer caso, y 90% en el otro, se trata de todos modos de cifras enormes, de heridas que han dejado en el pueblo polaco cicatrices profundas y dolorosas. La apertura a los sufrimientos, y también a los problemas de los otros, que representa la existencia de este centro, me parece muy positiva para el futuro de Europa.
–¿Qué percepción se tenía en la época de esta barbarie?
–P. Stern: Para mucha gente en Francia, al menos hasta 1942, el invasor alemán era todavía el alemán de 1914-1918. Mi familia estaba al corriente, en líneas generales, de las atrocidades nazis. Mis padres murieron en Auschwitz. Pero cuando subieron en los vagones de ganado que les llevaron allí, ¿tenían ya idea de la «solución final»? No lo sé.
–¿Qué es lo que le parece importante hacer comprender a las nuevas generaciones?
–P. Stern: A los jóvenes hay que hacerles comprender que todo hombre es frágil a nivel moral. Es tentador para los jóvenes pensar: «Nuestros padres han cometido abominaciones, de acuerdo. Pero nosotros lo hemos entendido». En realidad, hoy como ayer cada uno debe velar por sus convicciones y su propia conducta. Si no, se da un gran riesgo de dejarse arrastrar allí a donde en principio no se pensaba ir.
–¿Qué es lo que le ha impresionado de Benedicto XVI cuando habló de los judíos?
–P. Stern: Me impresionó la continuidad entre sus enseñanzas y las de Juan Pablo II. Según este último Papa, Dios no ha renunciado nunca a la alianza que hizo con Israel. El pueblo judío, dijo Benedicto XVI en Auschwitz, «por el hecho mismo de su existencia, es un testimonio del Dios que ha hablado al hombre», quien en el Sinaí enunció criterios que permanecen válidos para la eternidad. En las intenciones de los nazis, añadió, «con la destrucción de Israel, debía ser arrancada, al fin, la raíz en la que se funda la fe cristiana».